El presente nos muestra con total claridad cómo poco a poco toda la institucionalidad nacida dentro del período democrática ha venido cayéndose en enormes pedazos. La democracia representaba un parte aguas en la vida institucional del país, todos creímos que se podrían tener relaciones sociales más civilizadas, encontrar acuerdos de convivencia, signar contratos sociales que aspiraban una mejor vida para todas las personas, cerrar para siempre la muerte como forma de resolver diferencias.
El inicio de la nueva democracia fue realmente de mucha fe, de mucho creer, de considerar que las situaciones de rezago social podrían al final reducirse e, incluso, en algún momento, terminarse. El inicio del período democrático fue difícil, no cabe duda, pero esperanzador. El grupo del régimen que asumió el primer gobierno democrático contaba con excelentes cuadros políticos, con personas capaces de articular acuerdos, con diputados que podrían plantear leyes de beneficio social y así fue en varias ocasiones, en otras, cuando ya se habían dividido, no pudieron materializarse.
Pero la sombra del ejército resultaba omnipresente, no dejaba de golpear a estudiantes, profesionales o personas que manifestaban su oposición, a pesar un régimen civil y en el entorno de una democracia, la lucha contrainsurgente continuó, los atisbos de acuerdos de paz se iniciaron, pero fueron bastante tibios y tímidos, más parecía que se quería ganar tiempo y no realmente concretar la paz.
Después vinieron otros regímenes, la sombra del ejército se extendió y se insertó dentro de la propia dinámica democrática y, lo peor, el propio Estado. Pero no era sólo el ejército que extendía sus tentáculos en el Estado, las élites no podían quedarse atrás y molestos por muchas acciones de algunos Gobiernos, decidieron terminar de entronizarse también en el Estado y poco a poco, bajo un entendimiento tácito, que facilitaba la corrupción, aceptaron la irrupción de otros actores, no tan cómodos, pero igual decidieron jugar en ese espacio, con renuencia, con molestia, pero poco a poco dejaron atrás estás incomodidades para adaptarse plenamente.
Pero tampoco la cosa terminó ahí. Los funcionarios y los contratistas del Estado, también requerían su espacio y así poco a poco, las redes económicas ilícitas terminaron de consolidar un grupo heterogéneo, disperso, desigual, pero al final confluían en intereses. Los principios quedaron soterrados con corrupción rampante, con toma del control de las instituciones, con una justicia que se hacía propia y jugaba su papel en contra de la misma justicia y aún más en contra del derecho, con un Congreso sediento de poder y corrupción y un ejecutivo sin luces, sin capacidad de gobernar, pero sí con la fuerza de acabar con todas las fuerzas opositoras, empezando por la CICIG.
Así llegó el turno del perverso Jimmy Morales, quien fue el que abanderó esta lucha, con la sombra de Arzú detrás y las élites se encargaron de las relaciones en Washington con congresistas y senadores conservadores y así acabaron con otra de las oportunidades que podrían haber llevado el país a otra dimensión.
En la actualidad, todas las instituciones del Estado, aunque parezca tautológico decirlo, pero con todos los poderes-, delinearon un pacto de sinvergüenzas que nos hunde cada día más como sociedad y las elecciones representan una pequeña ventana de oportunidad, pues hoy no elegimos nada más votamos, pero en esta elección debemos jugar dentro del sistema y arrancarle espacios a este grupo, a este pacto de corruptos que tanto daño nos han hecho.
Las únicas opciones están sobre la mesa. También hay que decir qué lástima que no actuaron de cara al futuro y en una coalición de oposición, a excepción de la alcaldía, pero ahí están hay que votar por diputados de oposición, por alcaldías de oposición, por presidentes y vicepresidentes de oposición. Lo poco que se puede hacer, pero este momento es la responsabilidad que a la ciudadanía nos queda.