Juan José Narciso Chúa

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Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Juan José Narciso Chúa

La pandemia del COVID-19 sigue mostrando su rostro más doloroso, entre 1,500 y 2,000 contagiados en promedio diario, un indicador certero del nivel de crisis sanitaria por la cual estamos atravesando, un resultado que descansa en dos aspectos fundamentales: descuido por parte de la población, pero en mayor grado el gran problema es la indolente y pésima gestión de la pandemia y aún más del proceso de vacunación. Sin embargo, lo peor, no sólo está por venir, para muestra hoy la pandemia sanitaria se ha convertido en crisis social, la pandemia continúa enseñando que no existe la más mínima planificación por parte de las autoridades de salud, ni el menor atisbo de preocupación por parte de la cúpula de Gobierno.

Este es un indicador contundente de que la democracia y los distintos regímenes electos, nos quedan en deuda. La emergencia de esta crisis dibuja por completo, el nivel de deterioro de las instituciones públicas, pero muestra con cruda dureza que cumplir las distintas formas de la democracia (elecciones libres, votaciones transparentes, cambio de régimen cada cuatro años), son elementos necesarios pero muestran su insuficiencia como el caso que se describe en el primer párrafo.

Pero ese es únicamente un indicador, desafortunadamente no es el único. Si hablamos de educación, existen distintos indicadores que muestran el retroceso que ha ocurrido; si hablamos de hambre y desnutrición, el dolor de los niños muriendo de estos flagelos y los padres consumiéndose poco a poco y casi 50% de los niños menores de 5 años con desnutrición; si hablamos de infraestructura, seguimos con un indicador de 16 km por hora en las carreteras; si hablamos de puentes, no soportan ni siquiera el inicio del invierno; si hablamos de seguridad ciudadana, las estadísticas de violencia criminal nuevamente repuntaron; si hablamos de protección social, los datos de empleo formal son apabullantes en términos de su baja creación y cobertura, mientras la mayoría de la población sobrevive apenas con su ingreso diario del trabajo informal.

Más allá de ello, si discutimos la necesidad de los pesos y contrapesos de la democracia, sólo al empezar el debate y pretendemos hablar de la independencia de poderes, nos vamos a enfrentar a una democracia en donde los tres poderes republicanos se encuentran coludidos, dentro de un sistema que asegura la continuidad de la corrupción y la impunidad, en donde los tres se encuentran supeditados dócilmente y vergonzosamente a los designios de ciertos oligarcas, élites y empresarios que no han salido del pensamiento de la Guerra Fría y que en materia económica, únicamente plantean un discurso a favor del mercado, pero no compiten para nada (vea bien lector, nunca hablan de competencia sino de competitividad, pero son dos conceptos distintos), crean grupos hegemónicos, construyen oligopolios, recrean monopolios, pero encima de ello se aseguran que las instituciones responsables de la economía sean conducidas por personas que les aseguren la supervivencia de un sistema de privilegios por siempre.

Pero además cuentan con corifeos que se rasgan las vestiduras por el cambio, pero este cambio de gato pardo, es cambiar para no cambiar nada. Se recrean de un positivismo irreal, vociferan por un mercado libre que no existe, hablan de ir poco a poco, señalan la necesidad de respetar el sistema legal (claro ahora sí, cuando ya tienen asegurada la Corte de Constitucionalidad, la Contraloría General de Cuentas y el Tribunal Supremo Electoral). Así es fácil, caer en un discurso de gradualidad que al final apunta a no hacer nada.

Esto explica el por qué el temor a los cambios. En la literatura organizacional se habla de la resistencia al cambio. Esto aplica a este grupo que hoy se encuentra coaligado alrededor de una estructura criminal que atenta contra el futuro de la sociedad. ¿Para qué cambiar?, si todo está bien (eso significa que seguimos teniendo el poder -control casi total de los tres poderes, tener aherrojados las instituciones de supervisión y control, ya decidimos quien gobierna e incluso el (la próxima) candidato(a). Y ni hablar de transformaciones. No dicen, es necesario ir despacio, es mejor la gradualidad. Pero las transformaciones son imprescindibles, no creo que nuestro pueblo resista más, los cambios deben venir y, ni hablar de transformaciones profundas, pero dentro de este régimen la situación será difícil, pero no imposible. Despacio que precisa dice el refrán popular, no desmayemos.

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