En abril del año pasado, cuando faltaban pocos días para que el presidente cumpliera 100 días en el poder, este se pronunció sobre la creciente impaciencia ante la percibida falta de acción contra Consuelo Porras, la Fiscal General que intentó impedir su toma de posesión (entre otro centenar de ataques a la democracia y los derechos humanos); en la conferencia, dijo: “Sé que se sienten frustrados porque no empezamos a dar carpetazos sobre la mesa y empezamos a sacar a la gente a las patadas, pero esto no es una carrera de 100 metros planos. Esto es una maratón. Esto es una partida de ajedrez”.

De aquí surgió el apodo que se le daría a su política de no-confrontación con el Ministerio Público (MP) y otros actores de oposición: el “ajedrecismo”. A casi dos años de gobierno, me parece oportuno resaltar las similitudes entre el ajedrecismo y la “política de apaciguamiento”, una estrategia de otro líder también adverso al conflicto: el Primer Ministro Inglés Neville Chamberlain.

Chamberlain asumió como Primer Ministro del Reino Unido en mayo de 1937, con el reto de liderar un país en crisis y gravemente traumatizado por la Primera Guerra Mundial. Ante la creciente amenaza que presentaba Adolf Hitler, consideró que el Reino no estaba listo para otra guerra, por lo que optó por la negociación y la diplomacia, creyendo que ciertas concesiones serían suficientes para evitar el conflicto, a esta estrategia se le conoció como “Política de Apaciguamiento”.

El momento más emblemático de esta política fue el Acuerdo de Munich, de 1938, mediante el cual Reino Unido y Francia permitieron que la Alemania nazi anexara la región de los Sudetes, en Checoslovaquia, sin consultar al gobierno checoslovaco. Esto fue una concesión para satisfacer las ambiciones de Hitler y así evitar una nueva guerra. A pesar de contar con cierto apoyo popular, esta política tuvo críticas dentro y fuera de su gobierno, de quienes advertían el riesgo de negociar con un tirano, los críticos fueron ignorados y expulsados por Chamberlain.

Aunque en una escala significativamente menor, es imposible ignorar los paralelismos entre las estrategias de Chamberlain y nuestro presidente.

Al igual que Chamberlain, el presidente ha optado por una postura de “apaciguamiento” frente a sus opositores: Ha mantenido en sus asientos directivos de instancias gubernamentales (por ejemplo, COVIAL) a los representantes más rancios del sector privado tradicional; se ha rehusado a despedir a empleados públicos nombrados por nepotismo en gobiernos anteriores (por ejemplo, en embajadas y consulados); y, principalmente, se ha abstenido de enfrentar frontal y contundentemente a los ejecutores del intento de golpe de Estado en 2023.

Si bien no ha tenido un paralelo exacto, considero que su equivalente al “Acuerdo de Munich” ha sido la decisión de abstenerse de usar las vastas herramientas legales a su disposición (que en público finge desconocer) para presionar políticamente al MP y sus aliados y financistas. A 6 meses de haber anunciado un mecanismo para promover la rendición de cuentas de la Fiscal General y otro para revisar la legalidad de órdenes de detención destinadas a criminalizar inocentes, ninguno se ha instaurado. Mientras tanto, el MP, contando con el apoyo de una policía altamente obediente e inusualmente efectiva (cuya autoridad superior es el propio presidente), ha capturado a José Rubén Zamora, Eduardo Masaya, Luis Pacheco y Héctor Chaclán; a la fecha, todos guardan prisión. Las más de 100 personas que fueron forzadas al exilio por la persecución del MP, y que, de una forma u otra fueron instrumentales para que hoy el presidente esté en el poder, continúan sin poder regresar a su país. Por el contrario, con el tiempo se les suman más exiliados. Siguen acumulándose procesos en contra de militantes de su partido.

Al igual que Chamberlain, el presidente defiende su política abogando por la estabilidad, aduciendo que congraciarse con sus enemigos declarados es un sacrificio necesario a cambio de una presunta gobernabilidad. Sin embargo, al igual que el líder inglés, su estrategia de concesiones y no-conflictividad parece destinada al fracaso:  los golpistas han demostrado que ninguna concesión será suficiente y que atacarán inclementemente hasta recuperar la cooptación absoluta del Estado, con la tranquilidad de que el presidente no responderá con algo más que algunas declaraciones públicas y quizá una acción legal que quede en manos de los otros órganos del Estado, nunca ejerciendo el poder que se le confirió.

Una crítica del autor José Luis Farias a la política de apaciguamiento resulta particularmente vigente: “La diplomacia basada en el miedo es, en última instancia, una ilusión. Nos recuerda que, en ocasiones, enfrentar la verdad es la única manera de evitar el desastre. La lección de Múnich, aunque dolorosa, es clara: la paz no se puede construir sobre concesiones a la tiranía”.

La estrategia de Chamberlain fracasó. Poco tiempo después del Acuerdo de Munich, Hitler violó lo pactado e invadió Polonia, dando inicio a la Segunda Guerra Mundial en Europa. El Primer Ministro que sucedió a Chamberlain en el cargo, Winston Churchill, criticó a su antecesor con la célebre frase: “Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y nos llevará a la Guerra”.

El presidente también decidió no ir a la guerra contra la corrupción, a pesar de que este fue el mandato explícito de sus votantes. Es evidente que esta elección tampoco está funcionando: la persecución judicial continúa, los intentos de removerlo del cargo siguen latentes (y cada vez con mayor probabilidades de éxito), y las reformas estructurales que en un principio prometió son detenidas por las Cortes y el Congreso, las mismas a quienes les confía la rendición de cuentas del MP.

Coloca su esperanza en que el próximo año podrá escoger a un nuevo Fiscal General, como si no hubiera suficientes razones para creer que se repetirá el patrón de las últimas elecciones de altos cargos de justicia: exclusión arbitraria y criminalización de candidatos idóneos, injerencias indebidas en las comisiones de postulación, y judicialización del proceso, incluyendo ante una CC que no tiene reservas en ordenar a quién se debe nombrar como Fiscal General.

La decisión del presidente también tendrá graves consecuencias a largo plazo. El fracaso de un partido con profundas convicciones democráticas terminará de socavar la (ya escasa) confianza del pueblo en la democracia y la institucionalidad. Si logra terminar su período, el costo de su inacción será alto: dejará una ciudadanía más cínica que anhele a un autócrata “efectivo” en vez de a un demócrata que no logró cambiar las cosas.

A pesar de todas estas similitudes, hay una diferencia crucial entre los dos políticos que analiza esta nota: el presidente aún puede corregir el rumbo. Puede dejar atrás el ajedrecismo y usar las herramientas a su disposición para cumplir con el mandato que le dio el pueblo de combatir frontalmente la corrupción. Puede dejar de evadir su responsabilidad excusándose en que todas las acciones en defensa de la democracia le corresponden al pueblo, a las Cortes o al Congreso. Puede empezar a escuchar a sus críticos y no a sicofantes. Sin duda, una muestra de verdadero compromiso con su mandato revitalizaría al pueblo que lo llevó al poder en 2023.

El presidente aún tiene la oportunidad de poner un alto, y no sólo una pausa, al retroceso democrático del país. Por el bien de todos nosotros, espero que lo haga.

Javier Urizar

Abogado guatemalteco, se dedica a las ramas de derecho constitucional y derechos humanos.

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