Durante el año los gatos son muy festejados, pues se les dedican tres días internacionales, el 20 de febrero declarado por internautas en honor a Socks, mascota presidencial; el 29 de octubre, creado por la reconocida filántropa Colleen Paige, para: “Promover la adopción y crear conciencia en las personas sobre los problemas que viven los gatos, sobre todo de aquellos que viven en las calles.” Y el 8 de agosto, instaurado por el Fondo Internacional para el Bienestar Animal en el 2002: “Para crear conciencia sobre los gatos y aprender sobre formas de ayudarlos y protegerlos”, desde el 2020 fue delegada esta fecha a la organización británica: Cuidado Internacional del Gato.
Hace ya tres años llegó entre mimos y caricias a la casa de mi hermana Sigrid un hermoso gato persa, felino bicolor de lomo dorado naranja y blanco níveo por debajo, colmado de un pelaje muy suave, brillante, fino y sumamente sedoso, que precisa ser acariciado sin pensar; por ser su onomástico cercano a la fecha del Día Internacional del Gato se le celebra de manera conjunta, y se ha recordado su advenimiento con mucho cariño, especialmente cuando tenía apenas unos meses de nacido, era pequeñito, hirsuto, voluntarioso, dormilón y por supuesto muy juguetón.
Durante todo este tiempo ha crecido, está enorme, pero su espíritu de ‘baby cat’ no lo pierde, sigue retozando con sus juguetes predilectos que generalmente los mantiene en su centro de operaciones, que es nada más y nada menos que su venerado vergel, recibe mimos y caricias a granel y es conocido por ser amante de los brazos de Morfeo, pues siempre adormila donde más le convenga para su comodidad durante el día, y al anochecer duerme como un Emir de las Mil y una Noches, en camas y divanes de ensoñación para él.
Me recuerdo cuando conocí a nuestro aristocrático minino, mi corazón latió tan fuerte, que pensé que iba a morir de la emoción, no solamente por su belleza, también por su “gatonalidad”, por decirlo así que es fantástica, su elegancia, a veces arrogancia que lo vuelven príncipe, protagonista de cuentos de hadas como el gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas, o El Gato con Botas inmortalizado en los cuentos de Charles Perrault. Este magnífico ejemplar es un clarividente, intuye que grandes escritores y poetas se han inspirado en sus ancestros, como Jorge Luis Borges cuando escribió:
“No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.”
o Víctor Hugo que opinaba:
“Dios hizo al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre.”
Y Charles Baudelaire cuando inspirado, expresó líricamente:
“Ven, bello gato, a mi amoroso pecho;
retén las uñas de tu pata,
y deja que me hunda en tus ojos hermosos
mezcla de ágata y metal.”
La casa de mi hermana Sigrid es de principio a fin el palacio de nuestro querido felino, es muy respingado en su afán de cazar abejitas o abejorros, sin miedo a ser picado en su pequeña nariz, le encanta dar brincos y cabriolas para alcanzar colibríes, tratarlos de atrapar, pero sin ningún resultado satisfactorio, por lo que su ego se ve muy frustrado, entonces se tira en la grama a descansar; si le sobrevuelan mariposas no para de saltar, y al verlas volar tan alto se da media vuelta y vuelve a empezar.
El adorable micifuz es de mi querido e inteligente sobrino Stephan, inspirado por su gallardía lo bautizó con el nombre de Charles, más su primorosa mamá, lo llama con mucho amor Cuzy, y así se le ha llamado desde entonces Cuzy a secas, sin más que decir, este diminutivo le ha quedado para la posteridad; seguramente mi señor padre, el maestro León Aguilera, lo hubiera llamado Dulcineo, Ginger, Brandy o como el primer gato que tuvo mi hermano León, el Caruso, nombrado así por su intenso maullido.
En definitiva, mi papá hubiese dicho que era un nefelibata o como tituló una de sus famosas Urnas del Tiempo “El gato poeta”, que en una de sus estrofas manifiesta: “El gato es un poeta, se dirá que no escribe, ¿es necesario hacerlo? Se puede serlo sin trazar una línea, basta con soñar.”
Nuestro Cuzy también es tierno, dulce, amoroso, sensible, muy travieso y bandidito a la vez, pero se le ama intensamente, sus atrevimientos y exploraciones se vuelven sonrisas y alegrías, mitiga las tristezas y alivia los dolores; con su carita inocente y mirada de michi tan apacible y quieta, doblega a cualquiera, además es muy agradecido, sobre todo luego que se le obsequian juguetes nuevos, y se le otorgan premios para el deleite de su fino paladar.
Siente y presiente que sus antepasados, de dioses venerados en el antiguo Egipto, pasaron a ser en la Edad Media ejecutados, por ser considerados ayudantes de magos, adivinos y hechiceros; y que más adelante pasaron a ser simples mininos callejeros, que con suerte llegan a tener un hogar de lujo como él, lo que me recuerda mi poema “Felinos Misteriosos” que dice:
“Seres visionarios, dioses venerados
por sabios inventores del antiguo Egipto.
Nirvanas del pasado, descubren en sus ojos
el porqué de la existencia.
Contemplan en vigilia los misterios más profundos
de un mundo insubsistente.
Faraones indomables, metafísicos del alma
profetizan los albures y observan en las noches
el destino del planeta, hilvanando el tiempo
en cósmicas burbujas.
Transitan en el alba y vislumbran en la bruma
la presencia creadora
reflejada en la luz de las estrellas.”
Inspirada en Cuzy, el hermoso gato persa, escribí el poema “Su alteza real” que expresa:
“Su alteza real se enaltece en su sombra
con luz de alborada en sus ojos,
salteados ruiditos sonoros,
se escuchan mientras avanza
con danzas gitanas
en la umbra penumbra del atardecer.
Escribe y describe al aire
lienzos de querellas que dibuja
con zarpas en rituales curvilíneos
que hacen música la imaginación.
Minino que se mueve como mimo
retazos de hojas caen en su lomo
y deja su dulce armonía
al viento sonoro de la tarde.
Peluche níveo dorado
su melodioso ronroneo
adormece en la serena noche
cuando su mirada refleja
la eternidad del tiempo.”
Que Cuzy lindo siga en su palacio, y durante las tardes, sienta entre las ramas de las arboledas, el calor de los últimos rayos del sol para deleitarse del “komorebi”, y gozar cada día en su amado vergel.