Hace un par de años la historia del talentoso niño Wang Fuman que vive en Xinjie provincia china de Yunnan, quien caminó kilómetros hacia su escuela sin la vestimenta adecuada con una temperatura de nueve grados bajo cero, llegando casi entumecido y con los cabellos congelados, trajo a mi memoria una antigua leyenda china ejemplo de perseverancia, que me relataba mi señor padre el maestro León Aguilera.
La leyenda manifiesta: “Un estudiante muy pobre llamado Tseng, trabajaba de día y estudiaba de noche en una ciudad del norte de China, para así obtener el grado de Mandarín. Se alumbraba por las noches con una lámpara de aceite con la cual lograba descifrar los manuscritos clásicos que le dejaban como tarea sus profesores.
Cuando se sentía cansado paseaba a orillas del río ‘Hwang Ho’ (Tristeza de China) y pensaba: “Seré muy feliz cuando termine mis estudios, y pueda traer a mis seres queridos para que estemos juntos de nuevo”. De repente, cuando ya le faltaba poco para obtener el título lo cesaron de su sencillo trabajo.
Entonces el bibliotecario del pueblo, para ayudarlo lo tomó como su asistente, pero el sueldo era tan reducido que apenas le alcanzaba para sobrevivir y no podía comprar el aceite para su lámpara y no sabía qué hacer. Al otro lado de su humilde habitación vivía un estudiante llamado Yanzi, cuya familia le enviaba lo suficiente para alumbrarse con brillantes bujías de estearina, por lo que podía estudiar sin ningún problema ya entrada la noche.
Sin embargo, Yanzi le tenía mala voluntad a Tseng por obtener siempre el primer lugar en las clases. Una noche a Tseng se le ocurrió una idea para poder alumbrarse, horadar con disimulo un agujero en la pared colindante a la habitación del compañero pudiente para que se filtrara un pequeño rayo de luz, y así leer los rollos de papel de arroz y continuar estudiando. Pero esto duró muy poco, porque el estudiante de al lado se dio cuenta del agujero y lo selló.
¿Qué hacer ahora?, se preguntaba Tseng. Melancólico y meditabundo se dirigió de nuevo al río ‘Hwang Ho’ pensando: “He de reaccionar de acuerdo a mi fortaleza y tener fuerzas, aunque me sienta débil”. De pronto se dio cuenta que aunque estaba oscuro los árboles se veían iluminados como si tuviesen diminutas estrellas en sus hojas, en realidad eran enjambres de luciérnagas que titilaban constantemente.
Tseng asombrado, observó que dentro de ese maravilloso enjambre de luciérnagas que se encendían y apagaban, sobresalía una por su enorme tamaño y fuerte luz, se acercó cuidadosamente y pensó: “Qué bueno sería tener este hermoso cocuyo como lámpara”. El coleóptero como adivinando el deseo de Tseng no se movió de su hoja, por lo que él pudo tomarlo con un pedacito de rama y llevárselo a casa. Cuando llegó a su habitación colocó al cocuyo con la ramita en la lámpara extinta, ciertamente era titilante, pero iluminaba lo suficiente para que Tseng pudiera leer los manuscritos y seguir estudiando.
Pensando en el hábitat del prodigioso escarabajo, Tseng fue al campo por más ramas para hacerle un bosquecillo. El compañero Yanzi se preguntaba: “¿Cómo puede estudiar Tseng, si le cerré el agujero?” Llegó el día de los exámenes y todos los aspirantes presentaron sus trabajos. Yanzi quien a pesar de ser arrogante era muy avanzado, quedó en segundo lugar.
Ahora Tseng obtuvo el primer lugar gracias a su perseverancia y humildad. Su título lo dedicó a “Luz Parpadeante”, el cocuyo que iluminó sus papeles de arroz cada noche. Los profesores le pidieron una explicación, ya que normalmente se dedica el acto de graduación a los padres, pero Tseng relató la fabulosa historia, entonces recibió todos los honores de parte del Emperador y logró ayudar a su familia. ¿Y el cocuyo?, sigilosamente retornó al bosque a los pocos días del triunfo de Tseng”.
Esta historia es un verdadero ejemplo de perseverancia y amor a la superación personal.