Gaby de Matta
El 11 de Septiembre de 2001 yo vivía en Nueva York, haciendo mi especialidad en la Facultad de Odontología de La Universidad de Nueva York y esa mañana estábamos atendiendo una clase de 7:00 a 9:00 cuando, unos minutos antes de terminarla, llegó un compañero a decir en el salón que una de las Torres Gemelas se estaba incendiando.
En ese momento empieza una tremenda sensación de incertidumbre, de miedo y preocupación; nadie sabía exactamente qué estaba pasando. Mirábamos a distancia las torres incendiarse, escuchando la televisión y tratando todos de entender qué había sucedido, lo que estaba sucediendo. En la confusión se escuchaba que algo había pasado en el Pentágono y que otro avión había caído en Pittsburgh, donde vive mi hermano, otra pena más.
Yo lo único que quería era hablar con mi familia en Guatemala, poder oírlos y escucharlos. Mi corazón y mi interior estaba lleno de emociones desagradables y me sentía sumamente confundida. Probé comunicarme varias veces a mi casa y no fue posible, pues las líneas estaban más que recargadas.
La ciudad que nunca duerme (the city that never sleeps) había colapsado en cuestión de minutos. Nadie hablaba… un silencio tremendo. Una experiencia que a la fecha, 20 años después, sigo reviviendo como si hubiera sido ayer.
Pasamos la mañana con mucha tristeza en el corazón, sin tener muy claro lo que había pasado, viendo y admirando a todos los equipos de primera línea, de rescate yendo a ver qué podían hacer para colaborar en la Zona Cero. Lo único que se escuchaba eran las sirenas que pasaban constantemente para llegar a la zona del desastre. Momentos que a la fecha me estrujan el corazón y me hacen lagrimear.
Mientras pasaba la mañana y procuraba que la llamada a Guatemala finalmente conectara pensaba me decía a mi misma, seguro mis papás saben que estoy bien, pues sabrán que estoy en la facultad, y eso me daba una tranquilidad pasajera, pero tenia una urgencia dentro de oír a mi mamá.
Finalmente, sin recordar la hora exacta, salí de la facultad que queda en la 24 calle y primera avenida y en el primer teléfono público que había volví a llamar a mi casa, no tuve suerte. Caminé un poco más y como en NY los teléfonos públicos abundan, casi frente a Bellevue encontré otro y volví a probar… estando allá utilizaba una tarjeta que compraba en los puestos de revistas que uno tenia que marcar una serie de números que era el código que identificaba a esa tarjeta para lograr la llamada internacional más barata, mientras marcaba todos los dígitos sentía que se pasaba una eternidad frente a mí. En ese momento ya estaba sola, estaba como en shock… tengo ciertos momentos que recuerdo muy bien y otros que los tengo dispersos en mi interior; finalmente logré el tono de que la llamada había conectado… me contestó mi hermana e inmediatamente me dijo: “mi mamá está que se muere de no saber de usted, yo sin poder hablar mucho recuerdo que solo podía llorar, no recuerdo que dije; solo recuerdo que mi mamá atendió el teléfono inmediatamente en un mar de lagrimas por la pena que tenía y yo del otro lado solo hubiera querido estar cerca de ella.
Me dijo que estaba sumamente preocupada porque como sabía que salía con frecuencia en una van dental que ofrecía los servicios en colegios públicos por todo Manhattan y sus vecindarios aledaños, que había pensado lo peor. No recuerdo que tanto hablé con mi mamá, creo que le conté que tenía que caminar al apartamento, pues no había ningún transporte y tenían la mayor parte de las calles cerradas para uso exclusivo de ambulancias y de los servicios de rescate, bomberos y policías.
Empecé a caminar como muchísimas personas sobre la 1 avenida, hacia el norte. Yo tenía que llegar a la 81 calle, aunque sonaba lejísimos hubo personas que tuvieron que atravesar los puentes que llevan a Queens, Brooklyn a pie y otros tuvieron que caminar hasta el Bronx.
La caminata fue una experiencia increíble, iban adultos y niños caminando y todos íbamos callados, supongo que nadie tenía nada que decir, todos teníamos mucho dolor en nuestro interior por lo que había sucedido unas horas antes.
Nueva York siempre peculiar como ciudad y las personas que lo habitan aún más. Allá se encuentran muchos salones de uñas, talvez uno cada dos cuadras, generalmente son asiáticas (coreanas en su mayoría) las que atienden, y mi tremenda sorpresa fue ver a mujeres haciéndose las uñas en esos momentos de tanto dolor para un país. Seguí caminando, sola lagrimeando y con deseos de regresar a mi país con mi familia para sentirme en mi zona segura y sentir amor, pero por el momento no era una opción.
Finalmente llegué al estudio donde vivía y así ya me pude comunicar con mi familia. De esos ratos tengo recuerdos muy vagos, recuerdo poco las conversaciones, pero recuerdo muy especialmente que “Coco”, mi abuelo, decía que qué experiencia la que estaba viviendo la Gaby y, de verdad, era una experiencia que marcaba mi vida en muchos aspectos para siempre.
Los primeros días y las primeras semanas fueron devastadoras, la facultad quedaba cerca de Bellevue uno de los hospitales públicos más grandes de NY y ahí llevaban los cuerpos o las partes de cuerpos que iban encontrando al buscar en los escombros. Por falta de espacio pusieron unos furgones que tenían refrigeración, por lo que el ruido de los congeladores era fuerte e impactante. Esos servían para poder colocar a todos mientras podían hacer el estudio de ADN para identificarlos y poder ayudar a las familias a cerrar un círculo de la vida bastante doloroso.
El pasillo para entrar a Bellevue era muy largo… y era impresionante y muy triste verlo tapizado de ambos lados, pues tenía una maya con fotos de las personas cuyo paradero se desconocía… desgarradora esa caminata para entrar al hospital al que antes se entraba como Pedro por su casa, pero a raíz de eso las medidas de seguridad en todos lados se volvieron rigurosas y estrictas y a veces hasta cola teníamos que hacer para poder entrar al hospital y mientras esperábamos siempre se escuchaba a algún miembro de alguna familia llorar y preguntar por su ser querido del cual no tenían ninguna información.
Así muchas anécdotas…. Mis papás me llegaron a visitar pronto y de igual forma vivieron experiencias únicas, como que una vez recuerdo se tuvieron que bajar del subterráneo por seguridad; yo no iba con ellos pero recuerdo a lo lejos la experiencia.
El 6 de octubre de ese año, unos días después del evento mi hermano me invitó a pasar el fin de semana con ellos en Pitt.
Recuerdo que estaba en el avión sentada y en eso vi despegar un avión por la ventana y pensé así despegaron todos los aviones que se usaron el 11 de Septiembre para atacar a Estados Unidos y los pasajeros no llegaron nunca a su destino final. Empecé a llorar y además a desarrollar mucho miedo cuando volaba.
Desde aquel entonces a no me podía subir al avión sin llamar a mi mamá para decirle adiós… a la fecha cuando me voy a subir a un avión o algún ser querido lo hace me gusta hablarles o escribirles para desearles buen vuelo y saber de ellos… parte de mis traumas de aquel gran evento.
Hace 20 años amanecí y me fui a la U sin siquiera imaginar que algo así podría ser posible. Lo fue y a mí me tocó vivirlo. Solo Dios sabe por qué, solo Él sabe lo que esto ha sido para mí, y hoy que lo realizo son 20 años de haber sufrido uno de los eventos más fuertes que me ha tocado vivir… no me creo en la capacidad de decir el más fuerte, pero indiscutiblemente muy duro… y hoy 20 años después sigo aprendiendo a vivir con esta ansiedad que me quedó después de mis ataques de pánico por estrés postraumático, pero siempre agradeciendo a Dios todo lo que me ha permitido vivir, disfrutar, crecer a lo largo de este tiempo.
Hoy quería compartir mi experiencia con ustedes, sin tanto detalle de los siguientes días, pues haría un libro, pero compartir algo que creo nunca había compartido de esta forma, así de abierto… y la verdad, aunque sean 20 años después… que ¡rico se siente!
Esto me hace reflexionar y tener presente que todos en diferentes etapas de la vida vivimos momentos en donde el miedo, la incertidumbre, la tristeza, la ansiedad es lo que nos abruma de manera individual y la mayor cantidad de veces nos levantamos, somos resilientes y salimos adelante aunque nadie nos haya dicho cómo. Siempre recordar y tener empatía para todas las personas que tenemos a nuestro alrededor, pues así como cada quien revivimos los momentos difíciles, así los reviven miles de personas a nuestro alrededor, por lo que unirnos, apoyarnos, procurar entendernos por lo que podemos estar pasando, que es la verdadera empatía, pudiéramos promover una convivencia más sana para todos. Reconocer nuestra vulnerabilidad nos hace ser valientes, tener coraje y salir adelante… todos somos vulnerables.