Cuando hemos dicho que el hombre es la primera realidad y la base de un sistema democrático y que es el valor fundamental, considerado como persona y no como individuo, afirmamos el respeto hacia el hombre y sus derechos individuales: su derecho a la vida, su derecho a pensar, a discernir y a disentir; su derecho a organizarse y a difundir su pensamiento, su derecho a no ser perturbado por sus opiniones, su derecho a convivir en paz y armonía y otros derechos más que son consustanciales a la persona humana.
Nuestra formación socialdemócrata, nuestra formación moral y jurídica, definitivamente choca frontal y profundamente con aquellas posiciones radicales que no respetan la concepción cristiana del hombre, que no reconocen que los derechos del hombre son superiores al Estado y que es este quién debe estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio de aquel. Y siendo esa nuestra posición de vida, definitivamente abominamos el crimen, la impunidad, el desprecio por el hombre y la vida; abominamos el genocidio y a los genocidas. Por eso abominan a sus hombres como el general Pinochet. Un individuo lleno de odio y frustración. Un sanguinario que en su senilidad llega al colmo de despreciar el dolor y las lágrimas, mofándose de los hijos, de las madres y de las viudas de sus víctimas.
Este relato hace 52 años, una acotación de una periodista preguntó “a Pinochet su opinión sobre 108 tumbas con sus víctimas, algunas hasta con dos cadáveres, exhumadas en el Cementerio General de Santiago, el general con un cruel desprecio hacia la vida y el dolor de los deudos de los asesinados por él y su nefasto régimen, contestó”: ¡qué economía más grande! No debe extrañarnos esta actitud del general, ‑así, con minúsculas‑ porque es minúsculo y pequeño un hombre y un militar que se dice pundonoroso, leal, patriota, honorable, libertador y una serie de calificativos más, que da esta cínica y despiadada respuesta… Pinochet fue pequeño y ruin, un desgraciado e infame. Dio una respuesta propia de un animal.
Y no debe extrañarnos porque Pinochet alcanzó ilegítimamente la tarea conductora de la nación chilena, violentó una democracia y a través de un poderío grande y brutal, masacró físicamente a la intelectualidad y a la clase política, pero lo que jamás logró Pinochet, fue doblegar el pensamiento y la conciencia, el civismo, el nacionalismo y el indomable espíritu del pueblo chileno.
Reconocemos que Salvador Allende fracasó en su lucha por implantar y crear un gobierno socialista en Chile y que llevó a la Nación a un fracaso económico total. Reconocemos que Allende se equivocó y fracasó con el proyecto político de la Unidad Popular, que pretendió agrupar a los sectores progresistas de la sociedad chilena, para impulsar un programa de transformación de estructuras, con una dinámica y coherencia interna y culminar con el inicio de la construcción de un sistema socialista, conducido políticamente por la clase obrera. Ese programa básico de gobierno de la Unidad Popular, fue aprobado por los partidos y organizaciones integrantes del frente:. Partidos comunistas y socialistas, marxistas‑leninistas; el Partido Radical, el Partido Social Demócrata, el Partido Acción Popular Independiente, estos de tendencia socialdemócrata y el Movimiento de Acción Popular Unitaria ‑MAPU‑.
Pero si Allende, su partido, su gobierno y el proyecto político de la Unidad Popular fracasaron, el camino NO era violentar el orden institucional chileno y atropellar a una de las democracias con más arraigo y respeto en el continente americano. Pero en septiembre de 1973, «así pensaron» la bota militar y aquellos que siempre se acercan a tocar las puertas de los cuarteles, y el 11 de septiembre se segó la vida de Allende en La Moneda, empezando el martirio y el sufrimiento del pueblo chileno. A partir de ese día, las fuerzas armadas chilenas, integradas por el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y los Carabineros, como «libertadores», se dieron a la tarea de torturar, mutilar, quemar, masacrar y asesinar al pueblo, a la clase política, a los intelectuales, a los maestros, a los obreros, a los profesionales y a los campesinos. En septiembre de 1973, inició Pinochet «su heroísmo y sacrificio» ‑así, entre comillas‑ Y se sacrificó y se «sigue sacrificando tanto Pinochet por su pueblo», que en la Constitución Política de la República de Chile, decretada el 21 de octubre de 1980, introducen una norma que en el futuro le permitió a través de una argucia legal, la inamovilidad hasta el año 1994, como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.
Pero debe recordar Pinochet que el pueblo en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 le dijo NO; que Patricio Aylwin ganó en las urnas el 14 de diciembre de 1989 y el pueblo le repitió NO a Pinochet. Debe recordar Pinochet que la comunidad internacional le condena a él y a los horrores que se recuerdan de su régimen; que los hombres dignos que ante él levantaron la frente fueron masacrados y asesinados, pero SUS IDEALES Y.SU PATRIOTISMO, ‑así, con MAYÚSCULAS‑. Aún persisten, viven y se sienten en Chile.
Cuando oí el infame sarcasmo ese de !qué economía más grande recurrí a mi biblioteca y volví a leer la «histórica». Declaración de Principios de la Junta de Gobierno que asumió el poder el 11 de septiembre de 1973, donde en sus páginas se lee:. «II. CONCEPCIÓN DEL HOMBRE Y DE LA SOCIEDAD. …el Gobierno de Chile respeta la concepción cristiana sobre el hombre y la sociedad… entendemos al hombre como un ser dotado de espiritualidad. De ahí emana con verdadero fundamento la dignidad de la persona humana, la que se traduce en las siguientes consecuencias: 1. El hombre tiene derechos naturales y superiores al Estado. Son derechos que arrancan de la naturaleza misma del ser humano, por lo que tienen su origen en el propio Creador… 2. El Estado debe estar al servicio de la persona y no al revés… 3. El fin del Estado es el bien común general… etc., etc.».. Esta.declaración.es otra mordacidad. Una ensarta de mentiras, porque el general, sus militares y sus allegados, jamás respetaron la vida y la dignidad del hombre. Esto lo escribió y lo declaró la junta militar porque el papel lo aguanta todo. Y al leer y releer esa declaración, Pinochet me dio más asco, pero sobre todo una tremenda lástima. Asco por su manoseo del hombre y su libertad. Lástima porque él, su familia y sus generaciones, pasarán a los anales de la historia con el estigma de la maldad, la crueldad y la infamia. Porque Chile padeció de la ignominia, con las balas, la tortura, las lágrimas y la sangre que le hizo derramar al pueblo chileno.
Salvador Allende dijo un día: «Sigan ustedes sabiendo que, más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para. Construir una sociedad. mejor». Y Pablo Milanés dijo de Allende:.»… Qué manera de quedarse tan grabada tu figura ordenando nacer, los que ya te vieron u oyeron decir, ya no te olvidan. Lindaste con Dos Ríos y Ayacucho como un libertador en Chacabuco. Los Andes que miraron crecer, te simbolizan…”
Y termino mi artículo con esta deliberación, Salvador Allende, ayer, hoy y mañana perdurará en la historia y estará en el corazón de los chilenos como un combatiente por la vida, que llegó a «pisar las calles nuevamente». Y Pinochet no podrá dejar de estar en esa historia, con la única diferencia que ese general, estará en el fango y en el lodo, estará en el lado de la injusticia y la ponzoña, en el lugar del genocidio y la metralla. Augusto Pinochet Ugarte entró a la historia con un reguero de muertos y de lágrimas. Salvador Allende Gossens entró a la historia con su valentía, su fuerza y su vigor de vida.