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Los cínicos han incursionado como legión en la política de muchos países americanos. Ha sido invadida la política por personas desvergonzadas que actúan en desacuerdo con sus principios para cometer actos inmorales, siempre y cuando consigan algún beneficio para sí o para sus más cercanos colaboradores. Por ello José Ingenieros afirma que Gil Blas, Tartufo y Sancho son los árbitros inapelables de esa ciencia y de ese arte. La palabra cinismo es ahora sinónimo de inmoralidad, indiferencia, insensibilidad y se ha definido el cinismo como la desvergüenza en defender o practicar acciones vituperables.

La vida de los pueblos nos ha revelado en su conducción mucho del cinismo de sus dirigentes. El líder que ha llegado a la máxima conducción nacional y para ello no le ha importado usar su carisma y retórica, para engañar a cientos de miles que algún día creyeron en sus virtudes y dotes y en su anunciada honestidad, haciendo suyas sus aspiraciones, sus sueños y sus esperanzas; haciendo propios los ideales de ese dirigente criollo, muy típico de los tinglados políticos latinoamericanos.

El que prometía acabar con la miseria, el que prometía educación, el que abominaba la corrupción. El que afirmaba que nos sacaría de los estadios del hambre, de la ignorancia y de la enfermedad. El que se decía solidario, fraterno y democrático. El que pregonaba libertad, moralidad y justicia social. El que se sentía portavoz de los humildes y de los menesterosos. El que se decía ser la voz de los que no la tienen. El que se proclamaba el paladín de la justicia, de la decencia, de la honradez y de la honestidad. El que se decía víctima de la opresión de la bota militar y uno más de los miles que vivieron en la desesperación del exilio político.

Pero estos conductores nacionales, olvidan e ignoran prontamente sus promesas y cuando trepan a las posiciones del poder se vuelven más amantes de la vanidad, de la prepotencia y del lujo. Desprecian las leyes e ignoran el valor de las instituciones democráticas, que representan como muchas veces hemos afirmado, la conquista más valiosa de la vida del hombre en sociedad. Se burlan de la ley y utilizando a los serviles y aduladores retuercen la legislación y atropellan el valor de la justicia, creyéndose poseedores de la verdad absoluta. Toda crítica en su contra o de su equipo es inaceptable, no la toleran. La crítica se vuelve sedición y los críticos se tornan en unos desestabilizadores de la democracia.

Su avidez de riqueza es tal, que la corrupción incursiona en casi todos los ámbitos. Ellos, sus allegados, su familia, sus amantes, saquean el erario. Se le cae a los presupuestos de salud, de educación, de caminos, de seguridad etc. etc. La tierra se regala, pero no a los campesinos; el dinero de las medicinas llega pero no al dolor de los enfermos, sino a los bolsillos de sus colaboradores; la infraestructura vial se destruye, pero se construyen con esos fondos lujosas residencias, villas de descanso y condominios para ellos y su servil fanaticada.

Los jolgorios, el despilfarro desmedido y el derroche están a la orden del día. Las cortesanas de palacio pululan por doquier, adornadas con vestuarios y joyas que llevan etiqueta de podredumbre. Se les olvida a estos personajes que cada parranda, cada francachela, cada fiestona representa para su pueblo menos medicinas en los hospitales, más niños sin educación, más muertos por las enfermedades; un país sin caminos y sin puentes, un país con inseguridad, un pueblo con más miseria y con más hambre. En fin, cada gusto de los cínicos significa llevar más dolor y pobreza a quienes un día los eligieron.

Y cuando se les reclama su actitud, responden con des­fachatez y con burla, con risa y con sorna. Dicen que lo que se afirma de ellos es una trama de desprestigio, que sus gobiernos han sido los más limpios, que sus funcionarios son impolutos, que su moralidad no tiene mancha. En fin, los cínicos se llegan a creer que sus acciones fueron las mejores; que sus críticos son únicamente detractores; que el hambre del pueblo es fingido; que la falta de medicinas en los hospitales es mentira, ya que ellos los dejaron repletos de medicamentos; que la falta de puentes y carreteras es miopía porque ellos y sus equipos construyeron las mejores supercarreteras; que la inseguridad es parte de un complot político de las extremas; que la delincuencia es también un invento de la prensa y de los periodistas, porque ellos le dieron una vida digna y pan abundante a sus gobernados; que sus funcionarios han sido la gente más honesta que ha vivido en su país. (CONTINUARÁ)

 

 

 

Flaminio Bonilla

Abogado, escritor, comentarista, analista de prensa, columnista en “Siglo XXI” de 1991 y luego en La Hora del año 1991 a la fecha con mi columna “sin esconder la mano”. En la política nacional fue miembro del Partido Democracia Cristiana Guatemalteca, su Vicepresidente del Consejo Político Nacional y Director Nacional de la “Organización Profesional Demócrata Cristiana”. Soy un hombre de izquierda y soy socialdemócrata. Fui Registrador General de la Propiedad del 1982 al 1986; Registrador Mercantil General de la República del 1986 al 1990 y luego 15 años Representante Judicial y Consultor Jurídico del Registro Mercantil. Ha sido profesor universitario en la Facultad de Derecho de la USAC y en la Facultad de Derecho de la Universidad Rafael Landívar. Especialista en Derecho Mercantil Corporativo y Constitucional. Soy graduado en Guerra Política del Colegio Fu Hsing Kang de Taipéi, Taiwán.

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