Flaminio Bonilla

Abogado, escritor, comentarista, analista de prensa, columnista en “Siglo XXI” de 1991 y luego en La Hora del año 1991 a la fecha con mi columna “sin esconder la mano”. En la política nacional fue miembro del Partido Democracia Cristiana Guatemalteca, su Vicepresidente del Consejo Político Nacional y Director Nacional de la “Organización Profesional Demócrata Cristiana”. Soy un hombre de izquierda y soy socialdemócrata. Fui Registrador General de la Propiedad del 1982 al 1986; Registrador Mercantil General de la República del 1986 al 1990 y luego 15 años Representante Judicial y Consultor Jurídico del Registro Mercantil. Ha sido profesor universitario en la Facultad de Derecho de la USAC y en la Facultad de Derecho de la Universidad Rafael Landívar. Especialista en Derecho Mercantil Corporativo y Constitucional. Soy graduado en Guerra Política del Colegio Fu Hsing Kang de Taipéi, Taiwán.

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El Acuerdo de Paz suscrito el 29 de diciembre de 1996 en Guatemala, la importancia del Acuerdo de Paz Firme y Duradera radica en constituir el instrumento jurídico por medio del cual se pone fin a un conflicto armado de más de tres décadas, el segundo más antiguo de América Latina.

Cuando se firmó la paz, ¿y hubo concordia? con el gobierno y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Ese enfrentamiento de casi tres décadas, entre nosotros guatemaltecos, ha dejado miles de muertos, entonces ocurrieron muchos héroes  y mártires y se han escrito páginas de nuestra historia, lamentablemente la mayoría de terror, horror, atrocidad y miedo, pero menos de gloria. Y las muertes han sido casi inútiles; después de tanto desangramiento, las posiciones de los bandos pugnaron  y no avanzaron: para unos en la conquista del poder político por la vía armada y para otros en el exterminio de la insurrección. Ni la guerrilla no había conquistado el poder, ni el Ejército -a pesar de su efectividad combativa que le ha merecido el reconocimiento como el mejor ejército contrainsurgente de América Latina-, no pudo aniquilar al movimiento guerrillero.

Otra vez está en mi mente muchos pasajes de mi vida estudiantil, cuando luego de las magistrales cátedras de Adolfo “Fito” Mijangos López, con su casi bohemia parisina; Mario «la Cuca» López Larrave, Carlos “el Huevo” Guzmán Bockler, René Villegas Lara, Alfonso “Poncho” Bauer Paiz, Alfonso “el Sapo” Monzón  Paz, Manolo “el Muñeco  Descompuesto”   Andrade Roca, su esposa Guadalupe “Lupita” Navas Álvarez, el ilustrado maestro Oscar Barrios Castillo y otros insignes humanistas mentores, nos dábamos cita en los cafés aledaños el histórico y antiguo edificio de la Escuela de Derecho en la novena avenida y con la rebeldía nata de los dieciocho o veinte años. Que se sumaron tantos de mi generación, amigos de bohemia, rebeldes, insurrectos y compañeros de colegio marista, aula universitaria y de lides con dirigencia estudiantil.

Es obligatoria esta melancolía, esa soledad y el júbilo, porque es necesario esta disgregación, que resulta ineludible cuando amigos, mis panas, mis camaradas de esa entonces generación, que admiramos a la guerrilla de ese entonces, algunos se involucraron en la lucha armada y otros desearon hacerlo y porque muchos aplaudimos a la actividad guerrillera.

Nuestro Nobel Miguel Ángel Asturias vio al Che Guevara como una expresión de un auténtico romanticismo, de un sacrificio heroico, que sin duda alguna despertó simpatías en todas las clases. La inmadurez de nuestra edad, ese romanticismo de que habla Asturias y el espíritu de aventura, estoy seguro que fueron factores de motivación en muchos guatemaltecos que se hicieron a las armas, creyendo que el camino de la revolución violenta que perseguía cambiar totalmente la estructura social, económica y política del país, era el adecuado para crear una sociedad más justa, más solidaria y más humana.

Hubo una solución negociada en el conflicto armado. Tuvieron varios avances y luego de   reuniones de la URNG con diversos sectores de la sociedad guatemalteca, se sentaron a la mesa de negociaciones el Gobierno con su Ejército y la comandancia de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Debo aceptar que en algunos momentos me torno en un nihilista saint proustiano y casi llegó a aceptar que esta época hiede empezando por sus frases y que de ese diálogo no jamás ni un acuerdo real de paz. Hubo   posiciones menos rígidas, cuando vislumbro que la imposición por la fuerza de doctrinas totalitarias, al estilo de Cuba, Nicaragua y ahora Venezuela, fracasarán también rotundamente y cuando vemos que efectivamente contamos con algunos militares  del Ejército con un poco más profesional no solo en lo militar, más consciente de la realidad social de nuestra nación, alejado de las caducas doctrinas de la seguridad nacional y ya un interlocutor de primer orden en la teoría de la estabilidad política nacional. Recuerdo hace tiempo,  en julio de  1991 cuando yo era columnista en Siglo XXI, uno de sus comandantes, el General Mario Enríquez (citado por el columnista Mario Carpio)  firma: «… pues el terrorismo se alimenta principalmente del subdesarrollo, de la miseria, de la pobreza, ya que en la medida en que sigan siendo manipulados los salarios en el campo, o que se siga sacrificando al campesino con tareas o jornales imposibles de poder llenar sin un máximo de esfuerzo humano, más lejana estará la hora en que se consolide la paz. …  Nosotros mismos estaremos creando el caldo de cultivo donde germina y seguirá germinado el terrorismo… «, cuando se expresa así, repito, un miembro del alto mando militar. Se refleja que en algunos sectores del ejército se reconocen los orígenes del conflicto. Y esto es correcto, porque debemos  aceptar que los movimientos guerrilleros de América Latina son producto de los desajustes sociales y de la injusticia, de los extremos entre riqueza y pobreza, entre opulencia y miseria, entre hambre y saciedad. Su caldo de cultivo sí es y ha sido la injusticia social.

Porque en esa guerra, no hay vencedor ni vencido, es desde el punto de vista militar una guerra inútil.  En esa guerra no se ganó nada. Solo se han perdido vidas y bienes. Solo ha producido muertos, heridos, mutilados, viudas, huérfanos y más resentimiento de uno y otro bando. Porque en 28  años,  no se ha avanzado nada en la conquista de la verdadera justicia social. Que los Acuerdos de Paz no se han cumplido, los abandonaron; y para nosotros, se debe seguir peleando por ser libres y tener una paz realista, es utópico, es una quimera, porque somos firmes creyentes que PAZ es abolir injusticias, PAZ es saciar el hambre, PAZ es dar trabajos con salarios dignos, PAZ es defender al obrero, PAZ es desterrar la miseria, PAZ es educar a los niños, PAZ es curar a los enfermos, PAZ es tratar con integridad al hombre, PAZ es acribillar la corrupción, PAZ es romper ataduras de oprobios, PAZ es quitar los grilletes de amargura, PAZ es abolir el sistema colonialista. La PAZ no es el racismo hacia el indígena. PAZ es vivir una auténtica democracia. La PAZ es convivir en armonía y compartir la dignidad. La PAZ que anhelamos sigue negada. No tenemos libertad, atributo consustancial del hombre nuevo. Porque no  se ha avanzado un centímetro en dar a los jornaleros, a los labradores y a los obreros una vida digna y honesta. Por ello la democratización del país y la implementación de la justicia social para todos, porque fue  el tema medular de los acuerdos de paz, y estabilidad  para nuestro país.

Fue el momento de luchar pero sin armas, ahora es únicamente con la pluma, con la piocha, con el machete, con los salarios dignos, con el trato justo al obrero, que todos los guatemaltecos debemos contribuir a crear una nueva sociedad;  todos involucrados en la tarea de crear al hombre democrático pensante, libre, justo, cristiano, humano y solidario.   Por ello, para los abatidos debe ser la paz el más merecido homenaje. A los que recuerdo, amigos personales caídos en la lucha: Dwight Ponce,  Mariano  Bonilla, Juanito  Zea González, Edgar “Chino” Palma Lau y a muchos otros que aún en el camino equivocado de la insurgencia revolucionaria, creyeron encontrar al empuñar la metralleta un destino diferente para Guatemala, va esta reminiscencia. También en el lado de nuestro Ejército, militares como el teniente coronel Víctor Quilo Ayuso, capitán Lolo Amézquita, coronel de aviación Eduardo Figueroa, teniente coronel Eleazar Valle Pineda, coronel Elías Ramírez, teniente Alemán Aguilar, y quienes con sus tropas y subalternos murieron combatiendo por la defensa del orden institucional del país, y mis amigos,  deben ser los destinatarios del tributo de la tan anhelada paz.

Y hombres como Chús Marroquín Castañeda, Manuel Colom Argueta, Alberto  Fuentes Mohr,  Mario López Larrave, Hugo Rolando Melgar, Julio Camey Herrera, la muerte de Adolfo “Fito” Mijangos López, mi querido y admirado profesor en la Facultad de Derecho de la USAC, un valiente, inválido y fogoso parlamentario, diputado socialdemócrata, asesinado el 13 de enero de 1971 por dos lacayos cuando salía de su oficina en la 4ª. Avenida y 9ª. Calle de la Zona 1, y el excepcional dirigente estudiantil, presidente de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) y miembro del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), Oliverio Castañeda de León, “Comandante Esteban”, vil y cobardemente asesinado la tarde del 20 de octubre de 1978 en el Pasaje Rubio por un grupo de pusilánimes esbirros de la policía judicial, y tantos más asesinados por fuerzas oscurantistas, ciudadanos de pensamiento y de pluma que en la historia cívico política de esta nación defendieron sus creencias, lucharon y murieron por ellas.

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