Este 26 de noviembre de 2024, se lamenta la pérdida del destacado actor y cineasta guatemalteco Roberto Díaz-Gomar, pero seguirá su legado cultural y artístico. Hoy es un tributo a una vieja columna en «La Hora” del sábado 26 de febrero de 1994 que leí y escribí, titulada: -Nuevamente los recuerdos estudiantiles-, con estos fragmentos: «El artículo de la Revista DOMINGO (Prensa Libre del pasado 20) sobre la personalidad de Díaz Gomar, trajo de nuevo la evocación, de esa pícara, romántica, existencia, rebelde y casi nihilista existencial, que tuvimos en el antañón edificio de la Facultad de Derecho allá en la 9a. avenida, toda esa pléyade de muchachos que nos reunimos en torno a la silla de Fito Mijangos a escuchar las anécdotas de su vida de estudiante o los pasajes de su bohemia parisina, o las charadas del Carlos «Huevo» Guzmán Bockler, narrándola su especial cariño por los cadetes y cuando luego de una Velada Estudiantil, fue puyado en el Pasaje Savoy porque a algunos no les gustó la cancioncitas de «…Los Cadetes dicen pío, pío, pío cuando tienen hambre, cuando tienen frío…» Mucho recordé de nuestro cotidiano vivir en el Salón 12 de Abril: La magistral cátedra de Fito Mijangos, la sociología del «Huevo», la lógica jurídica de Poncho Bauer Paiz; la ciencia política de Poncho Villagrán Kramer y de Jorge Mario García Laguardia; la historia de derecho de ese otro insigne mentor don Óscar Barrios Castillo, la ciencia penal de Wilfredo Valenzuela, el derecho laboral de “la Cuca” López Larrave, el cientificismo mercantil de René Villegas y la ciencia y paciencia de don Chano Fuentes Alvarado, quien me inició en la docencia universitaria, etcétera, etcétera. Recordé a los maestros vivos y a quienes nos antecedieron. Rememoré a mis compañeros de aula, a los sobrevivientes, a los inmolados, a los jodones, gracejos y los pendejos, a los insignes mentores. En fin, la remembranza fue pareja con dosis añoranza y con fuerte saturación de tristeza y de morriña. Puedo afirmar que en muchos de mi generación existió y sigue latente el convencimiento de la conciencia de clase, la conciencia de la lucha contra la injusticia, contra la pobreza, contra la indolencia y la intolerancia. En mucho de nosotros existió ese conocimiento y entendimiento en sus niveles más altos y llevó a algunos de mis compañeros al sacrificio en la estéril lucha armada. A la inmolación y ofrenda inútiles, porque este país sigue igual o peor que en aquellas décadas. Fueron numerosos los que empuñaron la metralla y cayeron en las montañas o en las ciudades. Aquellos amigos y compañeros en el apéndice de la Guerra Fría, en la existencia y prolongación de la polarización de las fuerzas hegemónicas del este y del oeste. Porque esta Guerra Fría por razones estratégicas y geopolíticas se trasladó sus campos de batallas a las montañas y sierras americanas. Y fue en esa lucha en donde murieron tantos, perdiendo tanto y ofrendando todo, por tan poco que se ha logrado.
Muchos que mantuvieron sus convicciones exactas, sus futuros siempre vivos y sus ideales labradores, se apagaron luchando en el Conflicto Armado. Igualmente, nutrido grupo de ellos tuvo que optar por la retirada ante el embate del asesinato y la persecución, y vivieron en la desesperación del exilio político. Porque sí fue esta Guatemala y así sigue, porque la voz y la palabra se nos negaba, se nos anatematizaba de marxistas y se nos tildaba de rebeldes, a quienes nos dolía y sigue angustiado en el corazón y en la conciencia, el ombligo abultado, los ojos saltados, la mirada triste y la boca hambrienta de nuestros niños famélicos y miserables.
El artículo que habla de Roberto Díaz Gomar y sus andanzas nos trae el recuerdo de ese muchacho jovial y bromista, de ese bohemio de tantas inquietudes, pero que también tuvo que optar por el camino de un obligado ostracismo. Aún y cuando el exilio de Roberto tuvo las motivaciones de su pensamiento de avanzada, también las ideas fueron pecado capital en los años 70 y los 80, y los verdugos con el frío plomo de las balas pretendieron acallar las voces de la conciencia colectiva del Pueblo y matar la inteligencia.
No fuimos amigos cercanos con Roberto, pero lo recordamos mucho junto con su amigo Chema Palacios y por esto tuvimos oportunidad de departir y compartir nuestros ideales, nuestros anhelos, nuestras sanas, y honestas inquietudes. Hoy que retorna a la Patria, aunque sea por breve tiempo, nos llena de satisfacción porque regresa como un emigrante triunfador, como un hombre que le hizo frente y se lo hinchó a todo. Se ganó “los maromos, los discos y los mapines”, de puro farandulero de circo y payaso de plaza de toros. Porque nos enorgullece su presencia y le damos un caluroso, solidario y fraternal abrazo, porque además nos pone en tapete la crueldad y dureza del exilio y el ejemplo de la manera tenaz y digna de ganarse la comida y llenarse la barriga.
Fueron muchos amigos y compañeros, profesionales universitarios, que lo pasaron de meseros, de despachadores de gasolina, de limpia carros, de ascensores, pero que le hicieron frente a la vida con dignidad y coraje, porque jamás se rajaron ante la adversidad. Fueron tantos los que no actuaron como esos intelectuales apolíticos, a quienes con razón reclamó Otto René Castillo, sino que fueron “De los de Siempre, de los que nunca incrustaron su cobardía en la carne del pueblo. De los que se aguantaron contra palo y cárcel, exilio y sombra” Y termino este artículo sobre Díaz Gomar, quien sí fue un icono, porque representa la cultura, la democracia, la justicia, la solidaridad, la dignidad y la libertad.