Flaminio Bonilla

Abogado, escritor, comentarista, analista de prensa, columnista en “Siglo XXI” de 1991 y luego en La Hora del año 1991 a la fecha con mi columna “sin esconder la mano”. En la política nacional fue miembro del Partido Democracia Cristiana Guatemalteca, su Vicepresidente del Consejo Político Nacional y Director Nacional de la “Organización Profesional Demócrata Cristiana”. Soy un hombre de izquierda y soy socialdemócrata. Fui Registrador General de la Propiedad del 1982 al 1986; Registrador Mercantil General de la República del 1986 al 1990 y luego 15 años Representante Judicial y Consultor Jurídico del Registro Mercantil. Ha sido profesor universitario en la Facultad de Derecho de la USAC y en la Facultad de Derecho de la Universidad Rafael Landívar. Especialista en Derecho Mercantil Corporativo y Constitucional. Soy graduado en Guerra Política del Colegio Fu Hsing Kang de Taipéi, Taiwán.

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Cuando el oficio principal de uno no es ser escribiente”, como lo fue nuestro inolvidable e insustituible Manuel José Arce, no es que se torne cuesta arriba el desperdigar una que otra cuartilla para tratar de existir o que otros existan en nuestros escritos en las publicaciones en “sin esconder la mano”. Realmente, la actividad profesional, les recuerdo que por vocación soy Abogado. Y ahora, nueve años por una enfermedad neurológica, estoy retirado como jurista, pero sigo siendo periodista.

Por esa circunstancia la siempre latente inclinación de trasladar con absoluta objetividad, en ocasiones con una realista frialdad, a veces con apasionamiento y con vehemencia personal; o sea impregnar en el papel todas esas cosas y realidades muchas veces infamantes y dolorosas de nuestra cruda realidad como Nación y que acontecen diariamente en nuestro derredor, se torna algo difícil y nos obligó lamentablemente, a no ser más prolíficos en nuestra producción y por ello en ocasiones nos alejamos sin quererlo, de estas gratas y acogedoras páginas de La Hora”. Pero el tiempo, esa medida de espacio que algunos han calificado de bendita y que otros reniegan, por sus siempre objetivas realidades de hacernos cada día más temporales, cada día menos reales y cada minuto más viejos  y juicioso pero también sabio. Y entonces está la realidad porque hubo diversos momentos que me obliga a tener un alejamiento de mis amigos lectores.

Creo que en 1995, fue por un problema familiar y por ello no estuve en mis crónicas y anécdotas de prensa. Luego me quedé sin escribir y dejar de publicar casi 6 o 7 años por serias amenazas de muerte  contra mí y mi clan familia; porque decir la verdad no les ha gustado a los cobardes, corruptos, maleantes y cleptómanos, porque no es agradable ni fastidioso y odioso, como hablo y escribo, a los poderes  fácticos que pisotean el Derecho, la Libertad, la Justicia, la Dignidad y la Solidaridad.

Pero tengo miles de amigos, que los críticos más severos a mis ausencias epistolares son mis “cuates” de Casa Central, el Liceo Guatemala, mi Generación de la Escuela de Derecho (USAC) y mis amigos escritores, donde tengo cientos de “panas” de mi cofradía, entrañables amigos de infancia, de Universidades, colegas juveniles y añejos, literatos, novelistas y poetas, pero siempre mis camaradas soñadores e idealistas en una revolución que se quedó en protesta, tengo  especímenes humanos de gran contenido moral y un vasto continente espiritual y social, a quienes cada día se realizan a su manera con mayor entusiasmo y profundidad. Pero en fin, estas digresiones amistosas son conceptos y apreciaciones personales, que aunque no necesarias, hoy siento la necesidad de situarlas en la dimensión exacta de la vida de ellos y de la existencia mía.

Es necesario y obligatorio, lo que pasó con nuestra familia y la perrita de raza -Shitzu- “la Munchies”.  Fue en la madrugada del 14 de julio de 2015. Esta peludita empezó a ladrar y subió rápidamente al segundo piso de la casa a despertar a mi mujer Diana, brincando en la cama insistentemente. Bajó de nuevo a mi estudio, al lugar donde yo estaba desmayado. Al percatarse de que no llegaba nadie subió de nuevo a la habitación y ladró con más fuerza hasta que le hicieron caso. La perrita bajó velozmente. Me lamía la cara, como queriendo despertarme; entonces, Diana y mis hijos Andrés, Pablo y Javier me asistieron y llamaron al médico para hacer los exámenes de rigor. Luego, estuve casi un mes en el hospital.  Ese animal es muy especial para nosotros, porque esa perrita, a pesar de su sordera total, fue la que alarmó a mi familia. De no ser por “la Munchies” todo hubiera sido más complicado, o yo no hubiera contado el cuento. El accidente cerebrovascular provocó ese derrame en el hemisferio cerebral izquierdo, que controla el habla. La secuela fue la dislalia, que dificulta articular palabras; y la dislexia, que dificulta la lectura, incluso, leer en voz alta. Así, la lectura y la escritura son lentas y trabajosas. Por eso no puedo hablar mucho, porque tengo una condición neurológica, aunque no me considero un discapacitado, lo que  tengo es una limitación en el habla.  Tuve una “batería” de hartas enfermedades: paro renal, infarto cardiaco, arritmia, paro respiratorio, etcétera. Si todo se pudo controlar fue por Dios,  mi clan familiar “la Munchies” y los médicos. Es necesario  decir  que cuando  sufrí el derrame, este padecimiento  se llama  -Afasia-, yo  tenía entonces un vacío, porque en casi tres años no pude comunicarme, no conversar, ni escribir, como les dije una barrera de transmitir y menos discutir. Pero, gracias a Dios, mi familia, los doctores, los psicólogos, los terapistas y mis amigos, salí adelante.

Los neurólogos y los doctores  dicen  sobre un derrame: Una ayuda médica inmediata es fundamental para limitar los daños en el cerebro de los pacientes que sufren una apoplejía o derrame cerebral y para intentar minimizar sus devastadores efectos.

De hecho, puede marcar la diferencia entre tener una lesión cerebral ligera o una grave discapacidad o incluso la muerte. Y, sin embargo, la mayoría de las personas que lo padecen no identifican rápidamente qué es lo que les está pasando y muchos no buscan ayuda médica hasta varias horas después de los primeros síntomas. Porque con frecuencia los pacientes ignoran cuáles son esos primeros signos o los minimizan creyendo que son temporales y van a desaparecer.

Pero a los pocos minutos de que se interrumpe la circulación de sangre al cerebro, las células empiezan a morir. El síntoma más común de un derrame es una debilidad repentina en la cara, el brazo o la pierna, casi siempre en un lado del cuerpo, dice la Organización Mundial de la Salud (OMS).

La hipertensión es uno de los principales factores de riesgo de un derrame cerebral. Parálisis en la cara: una parte de la cara puede parecer como colgada. El paciente quizás no puede sonreír o la boca o el ojo aparecen caídos. Debilidad en los brazos: una persona que está sufriendo un derrame puede no ser capaz de levantar ambos brazos y mantenerlos en el aire. También puede, por ejemplo, sentir debilidad para levantar una copa. Otro síntoma de alerta es sentir que un brazo está dormido. Dificultad con el lenguaje (Afasia): el paciente puede notar lentitud al hablar, articular mal las palabras o decir cosas confusas o incoherentes. Algunas personas pueden ser totalmente incapaces de hablar, a pesar de estar despiertas.

Otros síntomas a los que se debe prestar atención son problemas repentinos con la visión de uno o ambos ojos, dificultad repentina para caminar, mareo, pérdida de equilibrio o falta de coordinación, dolor de cabeza súbito y severo sin causa conocida y confusión y problemas de percepción.

¿Qué ocurre durante un derrame?

El sistema de salud pública estima que una de cada cuatro personas que sufren un derrame cerebral mueren. Como todos los órganos, para funcionar bien el cerebro necesita el oxígeno y los nutrientes que lleva la sangre. El derrame cerebral se produce cuando se interrumpe ese flujo sanguíneo.  Esto puede suceder debido a un coágulo que bloquea el paso de la sangre o por la ruptura de un vaso sanguíneo en el cerebro. De cada cuatro personas que lo sufren mueren, y los que sobreviven con frecuencia padecen problemas serios a largo plazo a consecuencia del daño en el cerebro. La gente mayor tiene más riesgo de sufrir una apoplejía, aunque pueden suceder a cualquier edad, niños incluidos.  Y la  probabilidad de sufrir un derrame se duplica con cada década después de cumplidos los 55 años.

Y lo que concluyo, es que cuando nos alejamos de DIOS y la espiritualidad ha desaposentar nuestros corazones, los problemas grandes o pequeños de la vida, nos calan con mayor dureza y gravedad, se siente más lacerante su presencia y creemos que caemos en un pozo sin fondo. Es entonces que me doy cuenta de que cuando hay congoja y abatimiento, cuando hay aflicción y perturbación, únicamente Él mitiga nuestras penas y nos da valor y templanza en momentos de tribulación. Necesitamos nutrirnos en la certeza y en la comunión con un Ser Superior, que es infinitamente bueno y todo amor por la humanidad. Debemos afianzar y reafirmar nuestros íntimos valores y creencias y nuestra ideología y prácticas cristianas.

Por ello es que ahora espero que la flor brote y ya no sangre y que se derrame un torrente de fe y esperanza en este árbol de escepticismo y dolor”. Y termino mi columna con un reconocimiento a mi familia y mi perrita “la Munchies” y con una primicia porque mi nuevo libro titulado: “Manojos de rosas, preludio y conflicto” ya estará en septiembre de 2024 en las editoriales y librerías.   

 

 

 

 

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