Me encanta ver a las familias caminar juntos, las familias en todos sus formatos, ya sea la madre sola que cuida a sus hijos, el padre solo con sus hijos o ambos juntos en el cuidado de sus pequeños y grandes o las familias no tradicionales cuyos géneros no importan. Acaba de entrar un papá con sus tres hijos, un pequeño de unos 10 años, otro adolescente de 16 a quien le cuesta caminar, por lo que me recuerda aquella enfermedad que azotó a Guatemala el siglo pasado: polio y el hijo mayor de unos 20. Es hermosa la convivencia, aunque rápidamente es interrumpida por los teléfonos celulares de todos ellos.
Mientras tomo mi primer café matutino a la orilla del Río Dulce, en uno de los hoteles que se ubica en la parte baja del puente del Río Dulce, un puente cuya estructura es una viga larga de casi un kilómetro de longitud que cruza a la intersección Río Dulce y lago de Izabal, pienso en la diversidad de familias de la modernidad. Reflexiono acerca de mis columnas a los distintos tipos de amores, desde el más reciente sobre los regalos de Navidad: Amor y obsequios, luego la cadena de columnas del amor en relación con nuestras cotidianas realidades: Amor y vejez temprana, Cuando uno enferma, Primero amate a ti mismo, Ay el amor cosa tan rara, El amor ágape, El amor racional, Amor y compromiso, El amor no es unión: Es intersección, entre varios del año 2025, que termina hoy.
En todos estos hay una posición común: El amor en cualquiera de sus formas es una práctica social y, por lo tanto, es una actividad orientada, capaz de aprenderse y mejorarse. Esta es una posición diferente del amor romántico ciego, el de las películas de Hollywood, el que confunde amar con poseer. Mis primeras columnas intentaron diferenciar amor de deseo. Ayudado con los aportes del psiquiatra español Iñaki Piñuel, quien literalmente dice en su libro Libertad Zero: «Enamoramiento Zero: Renuncia del enamoramiento romántico y escoge el amor racional a ti mismo», capítulo 7.
Como lo documenta Iñaki Piñuel utilizando su propia práctica y el psicólogo Stephen Mitchell quien describe que la relación entre el amor y el deseo ha sido siempre conflictiva en las relaciones románticas, bueno desde la emergencia del romanticismo. En otras palabras, cuando uno está en primer plano, el otro tiende a permanecer desapercibido. Para Mitchell, tanto el amor como el deseo desempeñan funciones fundamentales, aunque a menudo en competencia, en nuestras vidas. Iñaki es más radical y llama porque nos introduzcamos de lleno al amor racional, al amor a nosotros mismos sin caer en el narcisismo.
El amor romántico, entonces: tiene un espacio equilibrado en la voz del autor del libro ¿Puede el amor durar?, Stephen Mitchell. En ese sentido, el trabajo es no idealizar a la persona amada, no creer que la relación es inmutable, sino más bien entender que el amor entre una pareja requiere trabajo y compromiso y por eso el amor de familia es el amor que mejor refleja para mí el complejo amor de la modernidad. El amor de pareja, entonces, existe, sí hay aceptación mutua a emprender un camino desconocido, a veces racional, a veces no tanto, pero un camino común. Pero el amor de familia cuando se construye se hace a largo plazo, lo que implica la aceptación de la ambigüedad como toda práctica social.
El amor trae consigo el amor a los hijos, el amor a los nietos, el amor a los padres, el amor a la familia en todos sus formatos, sin importar el género ni genética alguna. Ese es el amor que me formó a mí: El amor de mamá, el amor de papá, el amor de hermanos, el amor a primos, el amor a abuelos, el amor al trabajo y a los trabajadores, el amor a los animales, sin importar su «raza», el amor al deporte, el amor a la cultura, el amor a la poesía, el amor a la paz, el amor a los sueños y el respeto a los amigos, ese fue el amor que me hizo. Y como expresó Joan Manuel Serrat en el recibimiento del premio Príncipe de Asturias: «Todo lo bueno que haya en mí, viene de mi origen, de mi familia». Gracias, mamá, gracias, papá.







