«El amor, dure lo que dure, nunca es demasiado largo»
Propercio
Pareciera que la modernidad no solamente nos trajo toda una muestra de redes sociales, cuyas tecnologías nos han hecho adictos a la nada, a estar viendo el telefonito sin ningún objetivo concreto, sino el hecho de mantener entretenido a nuestro curioso cerebro. Junto a eso emerge toda una forma de verse a sí mismo al extremo de que nosotros mismos caemos en la tentación del narcisismo, viéndonos una y otra vez en mini videos ridículos. Todo esto permea el amor de hoy.
A eso hay que agregar una búsqueda por la belleza artificial. Si nos sentimos gordos, entregamos nuestro cuerpo al bisturí de liposucción, a la «mejora» de la nariz o cualquier parte del cuerpo que no nos gusta. Es la época de la superficialidad. Ya pasaron las épocas de la aceptación de uno, del yo… el ego y el superego ganaron la batalla. Lo mismo parece que quisiéramos hacerle al amor, pasarle el bisturí para volverlo perfecto porque sus imperfecciones nos molestan. Y así, de a poco nos vamos volviendo viejos.
Mientras envejezco quiero ver a los jóvenes sin los lastres de las preconcepciones. «No, si cuando yo era joven… esto y aquello, bla, bla». Quiero tener la paz de la juventud, la que sentía a los 20 y que creía que no llegaría a los 30. La misma juventud que debió convertirse en madurez, pero que no lo hizo cuando tenía 40 y rehíce mi vida, académica y emocional. O la vejez de los 50, cuando viene la primera crisis existencial del hombre, del que cree que no ha hecho lo suficiente y que ahora en adelante el tiempo se cuenta no como lo que tiene sino lo que no tiene.
A partir de los 50 años empecé a contar el tiempo al revés, no como lo vivido, sino lo que me falta vivir, lo poco, o lo mucho, que me falta vivir.
Ahora vivo la «vejez» de los 65 y con eso soy jubilado ya del Seguro Social, así que puedo pedir descuento en el transporte público, aunque no lo hago. No sé si por vergüenza. Recuerdo con claridad la primera vez, hace diez años, cuando me dijeron «señor» y el conteo de mis años empezó a hacerse en reversa. Ahora duermo solo, en una cama ancha y me corro del amor romántico, no porque no quiera amar o no quiera ser amado, quizá soy muy egoísta o como dice alguien: «solo usas a la gente como si fueran un objeto…» Eso es suficiente para salir corriendo y reconfortarme en mi soledad.
Como siempre, o casi siempre, amanezco abrazado a mí mismo, con mi mano izquierda cerca de mi cara, y mi mano derecha cerca de mi pecho, abrazado y en paz. A lo lejos escucho las campanas de la catedral de este hermoso pueblo y ya sé que estoy solo. Quizás por eso me abrazo a mí mismo. Tengo un poco de paz en este amanecer, sabiendo que la guerra queda atrás, pero me quedan los miedos que los próximos diez años traerán.
Así que ahora me preparo para la próxima década, cuando llegue a los 75 si es que llego. Aquí emergerán todos aquellos males que de a poco han emergido: Largas hospitalizaciones, tu presencia luminosa que se esfuma, mis dolores de rodillas cuando camino calles empedradas ya sean de Xalapa o de Xelajú, mis manos temblorosas cuando tomo una pastilla con mis dedos, la imposibilidad de amarrarme bien los zapatos, todo eso que se aproxima y que ya lo veo venir.
Pero con esta edad, 65, cuando la sociedad decide llamarnos viejos, vienen cosas hermosas como la alegría de lo hecho, bien hecho, regular hecho y el remordimiento de lo mal hecho, aunque también viene la paz de que eso hecho ya está bien hecho. Aún nado, nado en aguas abiertas. Aún uso mi bicicleta, aunque una que otra vez me han atropellado. Aún escribo con lo que yo percibo es claridad. Tengo ilusiones, la de un mundo mejor como cuando tomé conciencia de la dura Guatemala donde vivía. Tengo un par de libros que escribir, de los que llevo rumeando ya varios años.
Mientras voy a dormir, sabiendo que despertaré un par de veces por la noche, como si fuese un reloj suizo, una a las 2 y otra a las 4 cuando aún no amanece. Hay noches largas, la mayoría, pero hay otras, como dijo el poeta: «santamente serenas…». Mientras encuentro la posición perfecta para dormir, sabiendo que no existe lo perfecto, giro a la derecha, como siempre, siento mi mano izquierda que toca mi cara, llega mi mano derecha buscando mi pecho y mi doble almohada sostiene mi cabeza cansada y mis sueños renovados. Estoy listo para dormir como estoy listo para soñar y esperar el nuevo día para empezar de nuevo, porque siempre, siempre, se puede empezar de nuevo.







