El amor como nos lo vende las películas de Hollywood es un milagro emocional. Es, en este distorsionado contexto sentimental, una especie de fenómeno inexplicable, el milagro del encuentro cuando él encuentra a su princesa y ella a su príncipe azul, aquel con el que ella hubiera querido perder la virginidad, guardada como un tesoro pseudo moralista de alguna religión trasnochada. Ella cree que sin él no podrá vivir. Él cree que sin ella no podrá vivir. Así que se juran amor para siempre como si el entrelazamiento fuese eterno, pero ni él ni ella recuerdan que solamente son dos seres humanos que serán regidos por otros fenómenos, no solamente por esa emoción primaria.
El principio regulador del amor romántico enfermizo asume que uno anda buscando a la pareja ideal, a su media naranja, al que «me entienda plenamente». Esa concepción equivocada, alimentada por una baja autoestima, no logra aclarar que el amor es una construcción, no una emoción. Alguna vez le preguntaron a Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, que qué significaba que una persona tuviera salud mental. El viejo Freud contestó: Es la capacidad de amar y de trabajar. Pero, una persona sana debe entender que, así como el trabajo, esta capacidad de cambiar el mundo a través de herramientas y materiales, físicos o digitales, el trabajo entendido en el sentido del filósofo francés Louis Althusser, así es el amor, un trabajo que hay que hacer para que emerja una relación de vínculos sanos, no perfectos, no de novelas de amor o peor aún, de telenovelas de amor psicótico.
Pablo, el escritor del libro de la biblia llamado Corintios, una carta a los griegos cristianos, dijo hace casi dos mil años que «el amor es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no goza de la injusticia, más se goza de la verdad». Pablo escribía en el contexto del amor cristiano, recién introducido por Jesucristo como el elemento fundamental de la vida espiritual. Este amor descrito por Pablo se parece más al amor concebido como el producto de un trabajo, de un esfuerzo, de una tarea que enseña a ser benigno, a no tener envidia, a no ser egoísta, a tener paciencia y principalmente a no guardar rencor. Todas estas cualidades se aprenden y no son nada fáciles de adquirir.
Yo, una persona rencorosa, capaz de hacer una lista de personas que no quiero que asistan a mi cumpleaños en lugar de hacer una lista normal, de personas con las que quiero compartir aún debo aprender a amar en el sentido del apóstol Pablo. Este rencor trasladado al amor de pareja es mortal porque uno puede ir haciendo listas llenas de rencores capaces de distorsionar la vida emocional. El amor, si es guiado por emociones enfermizas, establece relaciones tóxicas de las cuales hay que salir inmediatamente. Para salir de este enredo hay que entender que el amor verdadero es un regalo que uno se da a sí mismo y es capaz de darlo a alguien.
Pero, el amor verdadero no es el amor romántico, no debe ser esa emoción en la cual uno quiere ser alguien, para el otro o para la otra, no. El amor verdadero no es el camino a la angustia, ni es el camino a la depresión, sino más bien, el amor como relación racional debe conducirnos a la libertad, no al libertinaje. El amor, entonces, puede y debe ser una decisión, una decisión racional en la cual uno tiene una pareja de crecimiento emocional, con quien compartir alegrías y tristezas, logros y derrotas, pero no agresiones de ningún tipo. No es la búsqueda absurda de la perfección ni el destino del enamoramiento emocional que arrincona al amante en la esquina de la indefensión para verlo como objeto, como «osito», como mercancía a ser usada, no. Para crecer emocionalmente el amor verdadero debe darse entre iguales, no hay porque tratar al otro a la otra como a una mascota que está allí o ahí, para llenar los vacíos existenciales de uno.
El amor no es la búsqueda desenfrenada de una pareja, porque uno quiere «encontrar» milagrosamente a su otra mitad para complementarse, para ser feliz, no. El amor de pareja no es una obligación, ni biológica, ni económica, ni emocional y menos social. Uno no tiene obligatoriamente porque tener una pareja para ser feliz. Se puede ser feliz sin esa pareja. Pero, siempre hay un «pero», se puede ser más feliz, se puede tener una vida plena con una pareja que se rija por el amor racional. Entonces, hay que empezar desmitificando al amor romántico que hace de la pareja un objeto, un bien de consumo, otra mercancía y ubicar al amor de pareja como una decisión racional.
Concluyo entonces con el hermoso poema de la brasileña Edna Frigato, que no menciona la palabra «amor» pero describe lo que yo llamo amor racional:
Benditos sean los que llegan a nuestra vida
en silencio, con pasos suaves
para no despertar nuestros dolores,
no despertar nuestros fantasmas,
no resucitar nuestros miedos.
Benditos sean los que se dirigen con suavidad y gentileza,
hablando el idioma de la paz para no asustar a nuestra alma.
Benditos sean los que tocan nuestro corazón con cariño,
nos miran con respeto y nos aceptan enteros
con todos nuestros errores e imperfecciones.
Benditos sean los que pudiendo ser cualquier cosa en nuestra vida,
escogen ser generosidad.
Benditos sean esos iluminados que nos llegan como un ángel,
como colibrí en una flor, que dan alas a nuestros sueños y que,
teniendo la libertad para irse, escogen quedarse a hacer nido.