0:00
0:00

Dedicado a Danilo López y a los nadadores quetzaltecos de la primera década de 1960 quienes me enseñaron el valor de nadar en la piscina municipal del Chirriez, en Quetzaltenango, que entonces se llamaba Quezaltenango. 

Nadamos porque nos da una sensación de paz, de flujo, una sensación de que la vida fluye sin fricción, sin la fricción cotidiana de los pasos que damos, que para darlos debemos empujarnos en los pisos rugosos de la vida. Nadar no es una actividad natural, es una capacidad que se aprende. Yo la aprendí a la edad de 8 años, cuando para llegar a la piscina del pueblo, debíamos recorrer con mi papá la actual Ciénega, en la zona 2 de Quetzaltenango. 

Yo estaba entonces en los primeros años de la primaria y la hora de la natación era justo antes del amanecer en la época de vacaciones, noviembre y diciembre por lo que algunas veces encontrábamos la piscina del Chirriez con una delgada capa de hielo. Entonces había un grupo de unos cinco entrenadores de natación de los que recuerdo a Alfonso Quijivix, Augusto Ixquiac y el «Mijo», mi entrenador. Había más entrenadores que ya no recuerdo sus nombres. Todos tenían una increíble capacidad didáctica y un intenso amor por el agua a la que nos enseñaron a respetarla y a amarla, en ese orden de prioridades. 

El orden pedagógico del aprendizaje de la natación empezaba fuera de la piscina, cuando ya en traje de baño y a temperaturas cercanas a cero centígrados, nos hacían hacer ejercicios de calentamiento. Los recuerdo como el primer día porque son los mismos ejercicios que he utilizado toda la vida antes de nadar. Luego ingresábamos a la piscina y el agua realmente se sentía tibia. El segundo paso era aprender a respirar. Respirar para un nadador sigue una mecánica diferente de quien camina. Un nadador respira por la boca y expira por la nariz. Luego nos hacían hacer un ejercicio maravilloso que consistía en tomarnos las rodillas y flotar en posición fetal. Era como regresar al vientre de mamá. 

Lo primero que uno aprendía a nadar era algo que los entrenadores llamaban «chuchito» porque simulábamos la forma en que un perro nada, moviendo solamente sus dos patas de enfrente. Ya luego empezaba el entrenamiento en algún estilo, usualmente iniciaban con el estilo libre o crawl, el más común y útil, el que he nadado por casi 60 años en decenas de países del mundo. ¿Quién iba a decir que aprender a nadar me abriría tantas puertas en el mundo? 

No soy un nadador profesional, pero sí soy un nadador, un nadador de las piscinas de los hoteles, de los países donde he vivido y por eso recuerdo con alegría mis horas de natación en la piscina olímpica de la Universidad de San Carlos, en ciudad universitaria, en la piscina olímpica Adán Gordon, en ciudad de Panamá y en la piscina olímpica de la Universidad Estatal de Michigan, donde pasé cientos, sino miles, de horas nadando. 

Paralelamente, un equipo de nadadores del Centro Universitario de Occidente, CUNOC, organizaron una travesía al lago de Atitlán, desde Cerro de Oro hacia Panajachel, 8 kilómetros de nado en aguas abiertas en 1978, cuando yo tenía 18 años. Desde entonces he atravesado el lago Atitlán varias veces. Nadar el Atitlán es la sensación más hermosa que he sentido. En cada brazada ver volcanes, en cada metro sentir cómo el cuerpo se conecta con la mente para tener una sensación de profunda meditación hasta lograr la paz. Luego de los primeros dos kilómetros de nadar en aguas abiertas, el cuerpo se sincroniza con el alma, con el agua, con las pequeñas olas y corrientes frías y calientes en el lago, siguiendo de lejos a la lancha que lo guía. ¡Es una maravilla!   

Por eso creo que levemente entiendo cuando Danilo López y Augusto Ixquiac intentaron atravesar el Canal de la Mancha, imagínese, nadar casi 20 horas en aguas frías y en contra de la corriente entre Francia e Inglaterra, ambos intentaron, pero solamente Danilo López logró cruzar el canal de 35 km. Nadie sabe lo que pensó Danilo López al realizar tremenda travesía, no sabemos si iba en busca de algo, en busca de su mamá, a quien perdió apenas cuando él tenía un mes de nacido y que le dio la valentía para seguir y vencer cualquier obstáculo. No lo sabemos, pero lo hizo y con ello deja un legado de coraje para todos los guatemaltecos. 

Como el deporte es una actividad cultural, Danilo López, nacido en San Antonio Suchitepéquez, Mazatenango, debió practicarlo en la Cuna de la Cultura, la Ciudad de La Estrella, la ciudad del poeta enlistado en la Legión Francesa, el autor de las Callecitas de mi Pueblo: Víctor Villagrán Amaya, en la tierra de Paco Pérez, en la tierra del Estado de los Altos, en las raíces del imperio Quiché y en el grito de Witizil Sunum, el príncipe de Zunil a Tecún Umán a la hora del ataque de Pedro de Alvarado: «Arriba Tecún valiente, no temáis al enemigo, recordad que estoy contigo, que soy Witizil Sunum». 

Por eso doy gracias a Danilo López, hasta donde se encuentre, en este 60 aniversario, por el cruce a mano libre a nado del Canal de la Mancha. 

En memoria de Danilo López, nadador guatemalteco y primer centroamericano en cruzar el Canal de la Mancha a nado (1938-2017).

Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

post author
Artículo anteriorErika Kirk y Donald Trump: dos funerales en uno
Artículo siguienteMédico y ciencia