El amor no es unión, es intersección. La visión religiosa del amor romántico concibe al amor como la unión, tal como se plantea el matrimonio en la Constitución de Guatemala: La unión voluntaria de un hombre y una mujer. Francia, por su parte, no lo restringe a un hombre y una mujer y lo plantea como la unión legal entre dos personas que desean vivir juntas, formar una familia y compartir la vida en común. Pero es unión. En el fondo, sin embargo; al ver al amor como unión en el sentido de la teoría elemental de conjuntos lo que se tiene es la suma de los dos conjuntos lo que realmente no es el amor sino más bien, debería ser, digo yo, el fortalecimiento de lo que es común en la pareja, la intersección. La intersección es lo común. Como los modelos de amor de las nuevas parejas vienen de sus padres o de las películas de Hollywood, sus nuevas relaciones oscilan entre la realidad cotidiana que recuerdan del desamor de sus padres, usualmente separados en las generaciones de finales del Siglo XX y unidos de forma temporal en el Siglo XXI, no el amor permanente de mediados del Siglo XX, ese amor ya pasó.

El amor del Siglo XIX e inicios del Siglo XX era un amor de pareja. No sé si era un amor romántico, pero era de pareja, de permanencia, de hasta que la muerte los separe. Era el amor que se construía en la adolescencia con familias conocidas, exceptuando las clases sociales altas que sí planificaban sus amores alrededor de intereses económicos si el mercado matrimonial no les permitía muchas alternativas, no dudaban en casarse entre primos hermanos, como fue la costumbre, con tal que el patrimonio familiar quedara a salvo. De genética conocían poco. Pero ese amor, como el de nuestros abuelos y abuelas no era mediado por los besos largos, no, era el amor mediado por la costumbre y por las claras normas del trabajo del hombre como quien sostenía económicamente la casa y el trabajo de la mujer dentro del hogar porque era ella la que debía cocinar, cuidar de los niños, comprar en el mercado, lavar la ropa, preocuparse por la casa a lo interno. Esos roles no cambiaron sino hasta la década de 1960 cuando en Estados Unidos empieza una transformación fundamental en el rol de las mujeres en los hogares y cuyo efecto se empezó a ver en América latina a finales del Siglo XX, siempre unos veinte años después viene la ola de los Estados Unidos a América Latina.

El amor latino a diferencia del amor anglosajón ha sido visto como amor con pasión, amor del «latin lover», amante latino. Pero en verdad, la pasión no tiene nacionalidad alguna. Lo que sí es cierto es que a la llamada «liberación femenina» de los años 60 y 70 del siglo pasado, a la creación de la píldora para el control de los embarazos en manos de las propias mujeres, a la apertura de la economía para que las mujeres trabajaran fuera de casa, al enorme crecimiento de la matrícula en educación superior femenina que se movió casi de un cero por ciento a más del 50% en cincuenta años, eso dio al traste con el amor de la codependencia económica, el que feneció, terminó especialmente en países desarrollados. En los países subdesarrollados ese amor machista aun sigue medio vivo, es un amor de procreación donde la responsabilidad económica la tiene el esposo celoso, que medio trabaja, él con toda la libertad del mundo, ella esclava de las tareas hogareñas.

A inicios del Siglo XXI el amor romántico se diluye entre las nuevas formas sociales de poder, de control. La reconfiguración del amor es mediada por terapistas especializados que tratan de hacerle entender a la pareja decepcionada que ella no tiene la culpa, que la culpa es de él, como lo fue, como es y como lo será. Así que esta reconfiguración del amor que en el fondo pide más autonomía, más libertad, más elección, más placer, más respeto, más consumo, más de todo, plantea serios dilemas a las parejas tradicionales que se quedan solas viendo la última película de amor romántico que proyecta Hollywood mientras se consolida el peor enemigo del amor, romántico o no, el teléfono celular, las redes sociales, el móvil que se convierte en la compañía perenne de la pareja amada, ella vive con su teléfono, se contacta con todo el mundo, menos con él. Él vive con su teléfono, se contacta con todo el mundo, menos con ella. Ciertamente hay unión, pero no hay intersección.

Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

post author
Artículo anteriorTribunal permite que EE.UU. use los aranceles para protegerse de otros países, asegura Trump
Artículo siguienteAdiós a un amigo: Danilo Cardona