Quien sabe los complejos pensamientos que nos llevan al amor. Siempre, al principio, al encuentro, construimos imágenes especulares de los íntimos deseos nuestros. Vemos en el encuentro a la persona que construimos, no a la persona que es. En esta sociedad globalizada, gobernada por una epistemología de Hollywood, donde el amor romántico nace y crece de la nada, como de la nada se desaparece, el amor se esconde de la ciencia, en la esquina de las lágrimas del amor abandonado o en la cama del encuentro ruborizado. Ese es el amor de ahora.
El amor no es ese sentimiento individual que nos atrae hacia la persona perfecta, que solamente existe en nuestras platónicas mentes, atrapadas en una ontología idealista, bipolarizada, capaz de crear seres celestiales que nos acompañarán toda la vida. Quizá ese amor existió cuando Platón desarrolló sus Diálogos, en ausencia de referentes materiales en aquella cueva lejana. Pero el amor real es una consecuencia de las condiciones reales que vivimos cotidianamente. Así que el amor no es igual que hace cincuenta años cuando nuestros padres eran novios. Ni es igual aquí en Guatemala que en Panamá, tampoco es igual en Venezuela que en Colombia, por cercanos que parezcan.
El amor es contextual como todo lo humano. El amor está situado como situado está el desencuentro. El amor, entonces, depende del tiempo y del espacio. En el tiempo, nuestras abuelas y abuelos se «enamoraron» de formas desconocidas para nosotros como casi desconocidos fueron los amores de nuestros padres, mediados por roles rígidos de permanencia. Eran, apenas el Siglo pasado, encuentros sobrios y estructurados por la vida social de entonces. Eran amores para siempre sin la intensidad del primer encuentro. Si, por supuesto, ya la era victoriana nos había permeado con algunas lágrimas por la separación entre Romeo y Julieta, pero la estructura social de entonces, de comunidades cuasi rurales, basadas en prácticas artesanales nos permeaban con rutinas y roles bien establecidos. Sí claro, existía la infidelidad, pero la práctica social dominante, normal y normalizadora era el amor de pareja permanente sin el fuego de la pasión pasajera.
Pero ahora, al inicio del Siglo XXI el amor se presenta en formatos y plataformas diferentes. Ha dejado de ser normado por la religión y las sociedades parecen menos estructuradas en la pareja tradicional de antaño. Los índices de divorcios son enormes, los mayores de la historia, como lo son las nuevas construcciones de parejas. Vivimos momentos en las sociedades occidentales donde la tasa de divorcio es la mayor como la tasa de matrimonios es la menor. ¡Vaya combinación! ¿Hacia dónde vamos? Parece que el amor de ahora va hacia una desvinculación del sistema cultural, religioso y romántico para ser estructurado desde una sociedad llena de plataformas digitales que hacen de la vida en pareja la simple convivencia a través de un dispositivo móvil. Habrá que preguntar a las parejas cuanto tiempo pasan en sus celulares en relación a cuánto tiempo pasan realmente con sus parejas, cuanto tiempo de plática, de conversación, de reflexión, cuanto tiempo de encuentro hay entre ellas de verdad. Ese tiempo ya no existe. El amor digitalizado toma control de emociones, de miedos y de valores. Las parejas tienen más libertad de separarse a diferencia de sus padres y las nuevas canciones de amor son más canciones de desamor.
Ahora que se acabó la uniformidad, ahora que fue vencida la práctica social del amor platónico, del amor romántico, la pregunta es, seremos capaces de tomar decisiones informadas sobre nuestras vidas amorosas, sobre nuestras vidas sexuales, seremos libres de vincularnos para compartir intimidad o dejaremos que las nuevas tecnologías de la comunicación que nos descomunican, esto es, nos desvinculan, nos desarticulan, tomen ese control por nosotros.
Nos encontramos en un momento crucial porque ahora estamos vivos en una sociedad globalizada aparentemente más libre. Ciertamente, las prácticas sociales que normaban el amor del Siglo pasado lo norman menos. En general la sociedad hace del amor y de la sexualidad algo aparentemente más libre, pero cuidado, puede ser una trampa. En el fondo, como en la filosofía, las primeras preguntas, las fundamentales, siguen vivas, siguen ahí, aunque el amor es más secular sus efectos en nuestra vida cotidiana pueden ser profundos, ya sea para sentirnos acompañados o abandonados.