Él tiene décadas de no verla, casi cinco. Fue su primer amor. La conoció en una escuela secundaria, en el oriente del país. Entonces la guerra civil no permitía visitas nocturnas. El camino de la casa de él hacia la escuela estaba mediado por la misma casa de ella. Él nunca imaginó que ella sería su primera novia, su primera ilusión. Las calles enlodadas del pueblo no eran el obstáculo para que por las tardes pudiera verla unos minutos en el parque central del pueblo, en aquellos días lluviosos de mayo y junio, cuando el amor parecía nacer con toda su plenitud. Él recuerda todos los detalles de cada una de las veces que la vio. De ella no se sabe mayor cosa, solamente que hace cuarenta y nueve años emigró hacia California, se quedó en Monterrey, muy cerca de San Francisco, California.

Como si el tiempo no pasara, una tarde de abril, con los nuevos efectos del Calentamiento Global él piensa en ella. Entonces, llama a su hermana, la hermana de ella para preguntar datos de su hermana mayor que ahora vive en los Estados Unidos. Ella le da un número de teléfono, aquellos que traen códigos, números y símbolos extraños. Con la ilusión que da el amor primero, él averigua cómo llamar y lleno de emoción, hace su primera llamada telefónica, porque nunca antes había hablado por teléfono con ella. El amor digitalizado ahora, en la voz de ella, le pregunta quien es, mientras él dice con una voz temblorosa: Mercedes, soy Luis, tu primer novio. Ella no podía recordar, pero luego de otra información, le dijo el nombre de su pueblo natal y el nombre de la escuela que compartieron, entonces ella le dijo, hola Víctor, soy María, María Mercedes.

Luis, con unos ojos que resplandecen no cree que está escuchando la voz de su primera novia, su primer amor. Él de 69 años, con la ilusión de un adolescente, no sabe ya qué responder al timbre, al tono, a la voz, al acento entre español, entre gringo, casi chicano de Mercedes. Él, con una voz entre temblorosa y firme, le dice, te llamé hace un par de horas, pero no contestaste. Ella responde: Es que yo trabajo a esa hora. Ah, son muchos años ya de no hablar, dice él, para no parecer inquisitivo y continúa: Cómo está tu familia, tu esposo. Ella en tono suave dice: Luis, yo nunca me casé.

El amor regresa a Luis cuarenta y nueve años después, 49, cuando la guerra civil guatemalteca marcaba la vida y la muerte cotidiana. Ahora, cada vez que escucha a Mercedes parece que Luis quiere regresar a aquella época de encuentro y quisiera regresar el tiempo. La ilusión es mutua pero la historia del amor social los ha transformado a ambos de forma diferente. Él piensa, cómo hubiese sido si yo me hubiera casado con Mercedes. Ella piensa, cómo será vivir con él. Estas cinco décadas, medio siglo, han transformado el amor romántico de ambos. Él, en un país donde aún se vive el amor romántico mediado por el machismo cotidiano, regresa al pasado temiendo perder lo construido. Ella, en un país del amor mediatizado tiene más libertad para reconstruir trayectorias.

El amor en esos lares del Norte, y particularmente en California, no digamos San Francisco, ha sido penetrado por la maquinaria de la economía norteamericana, que ha hecho de él una mercancía. Este ha sido el epicentro de la liberación femenina de la que Luis no tiene ninguna idea. Ciertamente el re encuentro telefónico lo media un pasado que casi ya no existe, porque el amor vivido en la adolescencia era amor común entonces. Hoy, medio siglo después, el mundo es diferente. ¿Cómo entonces podrá Luis mediar el reinicio de su amor con Mercedes?

Ella camina sobre Monte Center Street buscando un café para reflexionar sobre su nuevo encuentro con el pasado. Piensa ir a la bahía y visitar brevemente el acuario de Monterrey, uno de los más hermosos del mundo. Luego camina rumbo a la playa fría, fría, a diferencia de aquellas playas templadas que había dejado en el trópico y de las que no recuerda mucho. A esta edad, ella dice, yo solo quiero saber qué pasa, empezar ahora nuevamente y olvidar porque no pudo ser antes, no quiero reflexionar sobre lo que pudo ser y no fue. Quiero vivir el ahora. Pero ese amor femenino liberado no existe aún en su tierra natal donde mucho del amor de la modernidad aparece recatado.

Mientras tanto Luis camina por las calles adoquinadas de su pueblo, recuerda cómo antes los jóvenes caminaban alrededor del parque central en el sentido de las manecillas del reloj, dextrógiro, mientras las jóvenes casamenteras lo hacían en el sentido levógiro, en contra de las manecillas del reloj. Ahora el reloj mecánico de manecillas fue totalmente desplazado por el reloj digital, como el amor de encuentro real fue desplazado por el amor digital. Tanto Mercedes como Luis dan una caminata para reflexionar separadamente. El padre de Luis nunca reflexionó sobre el amor en sí, su madre menos. A inicios del Siglo XX en el pasado las normas sociales del amor eran más simples y estaban mediadas por instituciones sociales precisamente establecidas que guiaban rutas claras hacia el encuentro y la permanencia en pareja. Eso se diluye como se diluye el posible encuentro entre Luis y Mercedes.

El amor entonces deja de ser ese Yo romántico que el idealismo nos inculcó para convertirse en otro fenómeno social mediado, guiado, por factores sociales todos, económicos, culturales y hasta `políticos. Este amor otoñal se convierte en un imposible no solamente por los tiempos cronológicos que los separan, sino porque las culturas se distancian. Desde la primera llamada Luis sabía que solamente podía construir un desencuentro que se perdía en el pragmatismo de la modernidad.

Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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