Un maestro, o maestra, es la persona que nos guía, es el ser humano que nos humaniza, es quien por un tiempo nos acompaña para que descubramos quienes somos, quienes éramos y quienes seremos. Un maestro es la persona que ya recorrió su camino y no por eso impone sus experiencias y sus miedos sino más bien nos permite hacer nuestro propio camino para tener nuestro propio recorrido. Un maestro es un artesano de identidades. Es quien navega con nosotros, primero los mares calmados de las simplificaciones didácticas, sabiendo que vendrán tormentas, que ya navegaremos solos en alta mar y el maestro, la maestra, los maestros, las maestras nos habrán compartido herramientas y experiencias para afrontar nuestra tormenta. Un maestro nace y se hace, un maestro cree, un maestro es un ser curioso de los aprendizajes de sus alumnos, de sus vidas. 

Un maestro pone las palabras para que escribamos nuestra primera oración y digamos nuestra última oración. Es quien nos enseñó a hablar, a ordenar las palabras, quien diferenció el sujeto del predicado y quien fundamentalmente nos enseñó que la libertad es nuestra responsabilidad, que no es un regalo sino un proceso. Un maestro es el quién entonces vio lo que nosotros no mirábamos o no queríamos ver. Es quien puso amor en sus lecciones. Porque un maestro ilustra con su vida la compasión, la capacidad de entender, la vocación de ser. No es un santo, tampoco es una santa. Solamente es un ser humano que ha tenido la oportunidad de formarse, de educarse, de formarse, repito. 

Un maestro es un artesano, un artesano de las emociones, de las construcciones humanas, del conocimiento social, una persona preparada para entender cómo se dan los aprendizajes de sus estudiantes, capaz de diferenciar que unos aprenden de esta forma y otros de aquella forma. No le sobra el tiempo porque siempre tiene tareas pendientes, pero tiene suficiente tiempo para comprender a sus alumnos. Los forma motivando cuando debe, disciplinando cuando se requiere. Pone límites y hace soñar a sus alumnos porque les permite entender que ellos, los alumnos, son el límite del aprendizaje. 

Un maestro no se encierra en su clase, en su aula, no. Un maestro conoce a sus colegas y comparte con ellos los aprendizajes, retos, errores y logros de sus estudiantes. Tiene un modelo flexible para facilitar aprendizajes que siempre nace de quienes son sus alumnos por eso evalúa. No usa los exámenes como elementos de miedo o recursos de represión. Un maestro también necesita maestros, necesita formación, necesita entender que hemos llegado aquí al Siglo XXI porque ha habido millones de buenos maestros, pero los retos de este siglo exigen formación, formación científica sobre cómo formar maestros, profesores. Sin la investigación científica sobre el aprendizaje, sin el entendimiento de las prácticas sociales que generan conocimiento como el diseño, la modelación, la descripción y la explicación, no llegaremos a ningún lugar y no superaremos las tormentas sociales y personales que nos tocan vivir. 

Un maestro no es como Joviel Acevedo ni como Walter Mazariegos, líderes de la educación nacional a fuerza de cooptar instituciones, a fuerza de amenazar, a fuerza de sentirse fuertes por el miedo que generan. Un maestro es justamente lo contrario del capo de la educación primaria y secundaria y el narco rector de la educación pública superior, asco. Un maestro no necesita un grupo de guaruras que lo defiendan, ni lambiscones que se convierten en alfombra de sus atrocidades. Nuestras escuelas, nuestras universidades deben tener mejores maestros, mejores dirigentes y no la porquería que ahora nos ha cooptado. Debemos replantear la educación presidente, por eso no le quite fondos al Ministerio de Educación para dárselos al Ministerio Público y menos para el Ejército.

Debemos replantear la educación ministra, particularmente la educación científica y tecnológica. Para ello en el mundo y aquí, se ha desarrollado investigación sobre aprendizaje y enseñanza de la ciencia, la matemática y la tecnología. Sin esa investigación no se podrán formar pertinentemente maestros. Hay que formar a los administradores educativos, a los supervisores y a los directores para que hagan lo que es prioritario; facilitar aprendizajes. Hay que exigirle al Consejo de Ciencia y Tecnología que priorice fondos para la educación científica y al ministerio de ambiente que colabore en desarrollar programas pertinentes de educación ambiental. Los fondos de nuestros impuestos no pueden ni deben ir a instituciones decadentes como el Ministerio Público o el Ejército. No.  Eso debe cambiar presidente. Hagámoslo. Si no es ahora, no será nunca. 

Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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