«No hay futuro sin pasado, sin conocer la historia…» FC
Cuando saboreo un higo en miel y veo su forma peculiar, su color peculiar, recuerdo a mi abuelo, quien como los abuelos que nacieron a finales del Siglo XIX, quienes vivían en un mundo con otras tecnologías, tenían un contacto más profundo con la naturaleza, cultivaba el abuelo Tono, Antonio Domínguez, con sus manos sus árboles frutales, de manzana, de durazno, de higo que hoy me lo devolvieron al presente, conocían la forma de cuidar la tierra y producir su abono orgánico, en las afueras de la ciudad disponían de un pequeño terreno para sembrar maíz a donde llevaban sus desechos orgánicos y la gallinaza del gallinero del patio de la casa. El agua venía del pozo de la casa, pero ya a mediados del Siglo XX llegó el agua entubada, no tratada, no era necesario tratarla. Para entonces y por la simplicidad de la vida casi rural en la emergente ciudad de Xelajú, los abuelos cerraban el ciclo social del agua, cuidaban el agua y la percibían como sagrada, como la amistad y la Palabra.
Vino la urbanización, vinieron las tecnologías innovadoras, vinieron los carros, se impuso un modelo de desarrollo urbano de locura que ni siquiera consideró que ya los abuelos y abuelas habían pensado la forma de transportar el agua, usaban zanjones que son canales abiertos para conducir el agua de lluvia y manejar las fuertes lluvias de entonces. Así que la ciudad de Quetzaltenango creció desordenadamente, la urbanización transformó la tranquila vida en la Ciudad Altense en una metrópoli desordenada, donde ya no se cierra el ciclo del agua, donde las heces y la basura que antes llevaban los abuelos a los terrenitos para que se convirtieran en abono, ahora forman ríos con olores fétidos, hermosos ríos de la Cuenca del Xequijel y de la misma Cuenca del Samalá los convertimos en unidades nitrificadas que forman parte del nuevo ciclo social del agua.
No sé qué haría mi abuelo Tono si viera lo que hemos hecho con los ríos, con los nacimientos de agua, con las montañas en donde cazaba, si hubiera visto que ya nos sembramos frutales en nuestras casas y que hubiéramos puesto cemento en el jardín de las flores de la abuelita Lola, no se que haría, creo que lloraría, lloraría mucho. Si a esto le agregamos que su taller de carpintería hubiese sido sustituido por una oficina de tecnología de la información, si viera que su hermosa Xelajú estuviera hecha de cemento por todos lados, que a los parques los hubieran decapitado de árboles, sí, los árboles que sembró en su niñez allá por 1890 en el entonces campo de la feria, subiendo al Baúl, donde ahora existen colonias sobre pobladas de concreto y un megahospital del Seguro Social hecho de una masa enorme de cemento. Si viera eso, no sé qué haría mi abuelito.
El alcalde, un no quetzalteco, el gobernador, un no quetzalteco, el director de la universidad, un no quetzalteco, intentarían explicarle que hubo que modernizar la ciudad y con ello tuvieron que hacer drenajes, pero como no alcanzaba el dinero mezclaron drenajes pluviales con los drenajes de aguas residuales, heces, orina y desechos industriales y ni pensaron en hacer plantas de tratamiento, porque era mejor tirarlo a los ríos, según estos genios de la modernidad. Le hubieran dicho que ahora llueve mucho más intensamente y los drenajes no se dan abasto porque para construir tuvieron que buscar material de construcción, así que decapitaron las montañas alrededor de la ciudad para llenarlas de minas, minas a cielo abierto de materiales de construcción. A mi abuelito se le pararían los pelos al ver que ya no hay mercados rurales, ni mercados cantonales itinerarios sino enormes centros comerciales, donde la gente compra lo que no necesita.
Entonces el agua que tomaron nuestros abuelos hace doscientos años, esa agua ya no se inserta al ciclo del agua de la forma en que se hacía cuando no había urbanización desordenada, cuando no había una industria irresponsable que no trata el agua, cuando no había proyectos residenciales que perforan pozos sin permiso alguno y que contaminan con sus miles de residencias ratoneras, en ciudades donde la gente sobrevive y no tiene relación alguna con la naturaleza. Esta desconexión con la naturaleza ha permitido la emergencia de un sistema económico que no es industrial, es protoindustrial, de una urbanización que no es urbanización, es protourbanización, donde un grupo pequeño de guatemaltecos se ha apoderado de la riqueza del país, natural, intelectual y monetaria y también del agua.
Ya en el 2025 nos volvemos a preguntar, como en el 2005 con la tormenta tropical Stan, como en 1905 se preguntó mi abuelo, cual es el futuro del agua y volvemos a coincidir que el futuro del agua en la Tierra es el futuro de la sociedad que, si bien a nivel global se ha movido de una sociedad artesanal a una sociedad industrial y con ello ha sobreutilizado los recursos naturales como el agua, también ha sobrecalentado el planeta. Pero a nivel local, nacional, hemos construido un país que en el fondo no es país, es como dice Carolina Sarti, «paisaje», con gente sin comida, donde la pobreza la comparten más de la mitad de la población, digamos el 50%; donde la desnutrición la tienen los niñitos chiquitos, el 50% tienen desnutrición crónica, dan ganas de llorar.
El futuro del agua no era sombrío hace cien años, había agua limpia, había ríos limpios, había comida, sembraban y realmente había que cosechar, si había cosecha, ahora no es así. Ahora nos enfrentamos a un mundo diferente, a un Calentamiento Global inminente, que produce enormes variaciones climáticas globales con efectos locales. Si, había temporales entonces, pero las nuevas tormentas tropicales y los nuevos megahuracanes nos hacen ver un futuro complejo. Si bien la vida que tenemos ahora no se parece a la de los abuelos y abuelas y menos a la de los bisabuelos, ellos si nos dejaron un planeta para vivir, para vivir mejor, no solamente para sobrevivir.
A diferencia del Siglo XIX en Guatemala, emerge a finales del Siglo XX y existe ya en el Siglo XXI la ciencia y tecnología local. Esa es nuestra esperanza, el uso de la ciencia y tecnología para recuperar el futuro del agua. Pero no va a ser posible en un país donde muy pocas universidades hacen ciencia y tecnología y la Universidad Nacional está capturada entre las manos sucias de un disque rector que no sabe nada, nadita de nada de ciencia, ni de tecnología y menos de humanidades. Pero tenemos esperanza de un Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología que por muchos años fue capturado por la corrupción y que ahora se empieza a liberar con una vicepresidente que, si sabe de ciencia y de tecnología, si sabe. Pero con un presupuesto de 0.03% del PIB no podrá hacer mucho.
Se visualiza algún futuro promisorio para el agua, para nosotros, porque ya hay un Gabinete del Agua y se camina hacia la Ley del Agua y hay una ministra que sabe de medio ambiente, si sabe. Pero un Gabinete que no se anima a iniciar, un Gabinete que apenas tiene, paradójicamente el 0.03% del PIB para funcionar, difícilmente el agua tiene prioridad aquí como no lo tiene ni la ciencia ni la tecnología y menos la innovación. Esto urge transformarlo, debemos poner recursos en ciencia y tecnología, en agua, en medio ambiente, no en el ejército, no en el Ministerio Público, corrija sus prioridades presidente. Hay que cambiar esto para que el agua y nosotros, el pueblo, tengamos algún futuro promisorio. Hagámoslo. Si no es ahora, no será nunca.