Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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Este proceso lento de levantarnos de nuestros escombros nos pasa de forma cíclica en la vida individual y social, también en la vida institucional. Pasó aquel 1524 con la conquista española, cuando en el Palajunoj el príncipe quiché Tecún Umán, acompañado del príncipe de Zunil, Witizil Sunum defienden este territorio hoy nuestro. Así, la cultura emergente es el resultado de la interacción de dos culturas. Este primer colapso ha durado siglos y sin duda debió producir traumas sociales que hemos construido también por siglos. Como cultura emergente somos el resultado de la imposición y el despojo. Eso somos. Esta cultura emergente de quinientos años ha sido fundamentalmente autoritaria. Nuestros intentos de democratizar nuestra sociedad son relativamente nuevos, se dan realmente en el Siglo XX.

Aquel encuentro de culturas también trajo consigo un desencuentro social y personal. Ha significado construir una identidad emergente. La independencia formal aprendida de forma escolar no representa sino la imposición de un tipo de cultura por lo que no es una construcción social de identidad de Guatemala. Los intentos de formación del Estado de los Altos no fueron sino pequeños espacios de grupos separatistas que no pudieron eliminar su racismo para desarrollar consensos y construir una identidad nueva del Estado Nación referenciado a Centroamérica como el Sexto Estado Centroamericano: Quetzaltenango. Ese sueño se cae a mediados del Siglo XIX, justo en 1848 cuando Rafael Carrera reincorporó al Estado de los Altos a la República de Guatemala. Viene entonces una nueva fase de lucha para Quetzaltenango y fue el café, el cultivo del café, su producción en el Sur Occidente de Guatemala lo que permitió que las élites separatistas del Occidente de Guatemala pudieran apoyar la revolución liberal de 1871, esta vez ya no fue para la formación del Estado de los Altos sino el control del poder nacional. En esta fase del desarrollo socioeconómico del país se impone un modelo protocapitalista de dominación ladina. Es este el modelo desigual que sentó las bases de la explotación indígena.

Nace entonces en Quetzaltenango la Universidad de Occidente, la verdadera universidad local quetzalteca, no la caricatura de «universidad» de occidente hecha a la medida de las ambiciones de las altas cortes del Siglo XXI. Me refiero al proyecto universitario de Quetzaltenango de finales del Siglo XIX. Esta universidad estatal quetzalteca fue fundada un 20 de noviembre de 1876 por el Decreto No. 167 que inicia labores con la carrera de Derecho, por supuesto, como fue la historia del derecho universal para consolidar al nuevo régimen liberal. Su primer rector fue el doctor Manuel Aparicio. Esta institución, como las instituciones liberales, vinieron a darle legitimidad al régimen liberal y abrieron los estudios de educación superior en Quetzaltenango.

Pero la historia nuestra oscila entre liberales y conservadores del Siglo XIX, sin embargo, siempre al mando algún dictador. Así llegamos al Siglo XX en manos del dictador quetzalteco Manuel Estrada Cabrera. La Universidad de San Carlos, que había cambiado nombre y dirección varias veces en el Siglo XIX empieza a ser protagonista en la lucha contra las dictaduras. Se inicia entonces un movimiento universitario. Este movimiento continuó hasta la misma caída del otro dictador sucesor de Estrada Cabrera, Jorge Ubico, con la venida de la Revolución de octubre de 1944. La creación de una universidad autónoma, nacional y laica fue un éxito de la revolución y del movimiento estudiantil universitario que continuó por varias décadas más, durante la guerra civil guatemalteca que dejó doscientos mil muertos.

La Universidad de San Carlos que debió llamarse Universidad de la Revolución, fue el epicentro de la lucha democrática. Los y las estudiantes de mediados de siglo pasado desarrollaron un papel histórico en la liberación del país. Aunque vino la contrarrevolución en 1954, los y las universitarias, profesores y estudiantes dieron la batalla para defender los logros revolucionarios. Luego vino la fundación de la Universidad Rafael Landívar, 1961. Esta nueva universidad jesuita desde su inicio defendió la justicia social y fue aliada de la San Carlos en la lucha que se generó por terminar las dictaduras militares de los años 60, 70 y 80 del siglo pasado.

El papel de la universidad pública era claro entonces, la defensa de las clases populares y la mejora de las condiciones de vida de las personas, todas. Era una universidad popular y tenía los mejores cuadros académicos y sociales del país. ¿Qué pasó entonces? ¿Por qué se transformó en una institución sin sensibilidad social capturada por una visión mercantilista?

La desensibilización universitaria vino con el establecimiento a nivel mundial de una visión utilitarista de la educación en general y una captura de la educación superior de parte de los neoliberales. De milagro Arzú no privatizó a la San Carlos porque Álvaro Arzú privatizó todo lo que pudo. Lo cierto es que en el Siglo XXI fue el despertar neoliberal de la Universidad Nacional y su alejamiento de la problemática social como institución. Vinieron los cambios a la Constitución en 1986 y aparece la Universidad como participante en dichas Comisiones de Postulación de las Altas Cortes de Guatemala y con ello la San Carlos inicia otro proceso de politización externa: Su perdición. Los rectores de la década de 1990 fueron los últimos testigos de cierta autonomía universitaria y de una Universidad con ideales sociales.

El Siglo XXI se caracteriza por una cooptación cada vez más intensa de la Universidad de San Carlos y una desconexión de sus raíces sociales. El profesorado del Siglo XXI forma parte de la modernidad desconectada de la realidad nacional, no digamos el estudiantado. Los avances en ciencia y tecnología a nivel mundial no tienen correlato en la Universidad Nacional. Pero lo peor es que los últimos rectorados convirtieron la academia en un mercado político al mejor postor corrupto. Así como lo documentó la Comisión Internacional Contra la Impunidad, CICIG, en el caso Comisiones Paralelas, la Universidad de San Carlos obedece lineamientos del Pacto de Corruptos. Junto a este desastre político que vive la Universidad Nacional donde la última elección de rector fue un fraude, los índices de admisión son bajísimos. Bueno, los índices de graduación también son bajísimos y continúa con una oferta académica anclada al pasado. Urge una transformación profunda de la Universidad de San Carlos.

El camino de la democracia no será posible sin una transformación profunda de la Universidad de San Carlos. Urge crear un sistema de educación superior y planificar la creación de nuevas universidades públicas despolitizadas.  La transformación requiere la creación de institutos tecnológicos universitarios, escuelas de arte, de humanidades, de educación, capaces de ofrecer una nueva gama de programas cortos pero pertinentes. La crisis política que vivimos con la cooptación del sistema de justicia también es la crisis de la Universidad de San Carlos con la cooptación de la rectoría. Es hora de hacer una transformación profunda y crear de una vez por todas al sistema de educación pública superior para tener nuevas universidades democráticas porque la democracia, la calidad, la pertinencia abandonó a la Universidad Nacional. Es el momento de recuperar nuestra democracia y nuestra Universidad Nacional y Autónoma. Si no es ahora, no será nunca.

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