Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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No hay obra de ingeniería que recuerde más el espíritu quetzalteco que el Ferrocarril de los Altos. Planificado a finales del Siglo XIX y luego de sortear una serie de obstáculos técnicos y financieros, finalmente empezó su construcción de Quetzaltenango al Puerto de Champerico, en Retalhuleu en 1899. Hay muchas obras de ingeniería que reflejan el ímpetu de la ciudad altense, el Teatro Municipal, la Municipalidad, la Casa de la Cultura, la Casa Noj, Villa Lesbia, el Pasaje Enríquez, el Banco de Occidente, el Edificio Rivera, el Instituto Normal para Varones de Occidente, INVO, el Instituto para Señoritas, INSO, la Escuela de Artes y Oficios, el Teatro Roma, el Teatro Zarco (después Cine Cadore), pero es el ferrocarril altense el que describe la apertura del mercado del Sur para Quetzaltenango. Este ferrocarril de 50 km de longitud que debía descender 1,800 metros era un desafío técnico y social. El ferrocarril recorría en sentido contrario las montañas que en 1524 Pedro de Alvarado debió ascender con sus tropas españolas y sus aliados mexicas. Así, el ascenso de Alvarado fue la conquista y el descenso del ferrocarril de los Altos fue la liberación.

El ferrocarril de los Altos duró tanto o menos que el Estado de los Altos, sin embargo, tuvo un impacto enorme. El proyecto fue capaz de conectar en minutos el norte con el sur del occidente guatemalteco, transportó gente y productos, entre montañas y desfiladeros, en las faldas del Volcán Santa María. El ferrocarril llevó de abajo a arriba sueños, recuperó el viejo ideal del Estado de los Altos. El inicio del Siglo XX se vivió en los vagones del ferrocarril. Entre el terremoto de San Perfecto, 1902, y la Primera Guerra Mundial, Quetzaltenango era ya un centro cultural y tecnológico. Pero ni Manuel Estrada Cabrera ni Jorge Ubico apoyaron al ferrocarril, que entró a funcionar en 1929 para ser detenido en 1933, fecha en que sus rieles pasaron a convertirse en postes de electricidad. Esta fue otra razón más para que los quetzaltecos se separaran del gobierno central, de los chapines.

La primera parte del Siglo XX los y las quetzaltecas invirtieron en la reconstrucción de la ciudad, la cual quedó dañada por el terremoto y por la erupción del Santa María. El gobierno central nuevamente dijo que no podía ayudar, lo que fue interpretado por los quetzaltecos como que no quería ayudar, lo que intensificó la creencia social de que Quetzaltenango tendría que hacer solo el trabajo de reconstrucción, es decir, nosotros somos diferentes que el resto de Guatemala y podemos solos. Esos primeros años permitieron hacer un replanteamiento urbano para la planificación de barrios más modernos, que abandonan la arquitectura colonial del centro de la ciudad. La música de marimba siguió su evolución con el trabajo de Domingo Bethancourt, quien no solamente compone la famosa melodía Ferrocarril de los Altos, sino que compone melodías para otros lugares fuera de Quetzaltenango, convirtiéndose en un artista nacional e internacional con su Marimba Ideal. La música de marimba de los Bethancourt fue diferente que la de los Hurtado, reflejaba más sus raíces europeas. Ambas marimbas convivieron en un tiempo cuando se consolida la identidad quetzalteca.

Viene entonces la Revolución de Octubre de 1944, en la cual participaron los y las quetzaltecas intensamente. La Revolución dio nuevas esperanzas considerando que las revoluciones anteriores no habían podido apoyar la visión altense y menos habían podido resolver los grandes problemas de inequidad y pobreza del país. Junto con la Revolución del 44 vino la Luna de Xelajú, una melodía cuya esencia es de identidad antropológica. En efecto, la Luna de Xelajú es una canción icónica que fue utilizada, antropológicamente hablando, como la forma en que el resto de Guatemala, no Quetzaltenango, captura a la misma Xelajú, que es vista como el hijo pródigo, al que hay que retornar para que se sienta guatemalteco. La melodía Luna de Xelajú no es para que los quetzaltecos se sientan más orgullosos de su localismo, ni para que los guatemaltecos se sientan quetzaltecos, es en esencia un himno popular de identidad nacional donde todos, todos nos sentimos guatemaltecos.

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