Los indicadores de producción científica nos tienen en el último lugar em América Latina. Los indicadores de desnutrición nos tienen en primer lugar en América Latina. Los indicadores de pobreza también nos ponen en los primeros lugares en América Latina. ¿Cómo es posible que un país con tanta riqueza natural, con tanta biodiversidad, con tantas culturas, sea capaz de lograr estos indicadores que lloran sangre? Es posible porque no hemos podido entender que la democracia no podrá construirse en un ambiente de ignorancia. El problema de la falta de producción científica y tecnológica en Guatemala, como todo problema social, es complejo. Una razón es el bajo financiamiento de la investigación científica en el país, apenas se le da el 0.03% del Producto Interno Bruto, PIB, el más bajo de América Latina. Pero, aunque pusiéramos el doble o el triple, o el cuádruple, el país no tiene las bases de una cultura para la producción científica. Las universidades se han convertido en (malas) fábricas de diplomas que tienen poco valor en el mercado real.
La ciencia nace de la curiosidad. Pero, cómo va a existir curiosidad en ambientes escolares donde no se promueven las preguntas, donde no se problematiza, donde no se transforma la curiosidad en una forma de indagación para construir explicaciones momentáneas que permitan disponer de teorías y evidencias alrededor de fenómenos reales tales como, ¿de dónde viene el agua que tomamos en esta escuela? ¿Por qué se contamina el agua? ¿Cómo pudiéramos descontaminar el agua? ¿es posible? ¿de donde viene la electricidad que usamos en la escuela? ¿Cómo se produce?, ¿podemos producirla?
Durante las últimas décadas ha emergido un consenso mundial sobre la importancia de que las personas, todas, tengan un entendimiento básico sobre cómo funciona la ciencia y cierto conocimiento sobre las prácticas científicas que son pertinentes para la vida cotidiana. Esto se ha extendido a la matemática, la tecnología y a la misma ingeniería, STEM, por sus siglas en ingles. La educación STEM está encaminada a crear condiciones de aprendizaje para un pensamiento crítico en ciencia, matemática, tecnología e ingeniería. La democracia moderna solamente podrá funcionar en ambientes donde las personas conozcan los límites, alcances, fortalezas y debilidades de la ciencia, la matemática, la tecnología y la ingeniería. Ya no podemos tener esta educación matemática basada en la repetición, en la construcción de algoritmos sin sentido sin su uso pertinente en la vida cotidiana.
Para mejorar la educación científica se requieren programas, insertados en políticas que primero replanteen la formación de científicos. Debemos crear sistemas se formación científica en las universidades y fuera de ellas. Esto a menudo se hace con la formación en postgrados, sistemas especializados en crear investigación. Hay ejemplos exitosos de formación de investigadores en el país, pero son tan pocos dichos programas y tan poco el número de científicos que forman que habría que evaluar si estos se pueden o deben escalar (scaling up). El modelo de formación científica, tecnológica y matemática del país a nivel de postgrados ha fracasado porque en general son pocos los postgrados de alta calidad en el país debido a que primero, no tienen profesores investigadores, no son de tiempo completo, no tienen apoyo ni financiero ni académico de su propia institución y menos de otras instituciones. La gran mayoría de postgrados que ofrecen las universidades son realmente caricaturas de la ciencia, porque los profesores no hacen investigación científica, porque la institución no hace investigación científica, porque los estudiantes no harán investigación científica genuina.
Hay postgrados cuyo objetivo no es la formación de investigadores sino profesionales mejor capacitados, se les llama postgrados profesionalizantes. Aun estos se encuentran en trapos rotos porque mucha de la actividad didáctica es una extensión de las licenciaturas, repetitivos, memorísticos y desarrollados como un negocio jugoso de la universidad donde están. Recientemente leí la noticia de que una universidad guatemalteca tenía 150 alumnos en su primer semestre del doctorado en educación. ¡Válgame Dios! Sin duda si estos 150 hicieran investigación científica sobre aprendizaje específico y propusieran soluciones a los problemas educativos de Guatemala, esto sería un éxito social, pero no. Estos posgrados simplemente son para repetir, no para transformar, no para innovar.
La respuesta podría ser el desarrollo de programas estratégicos de ciencia y tecnología. De hecho, ya hace una decena de años se propuso al Consejo Superior de la Universidad de San Carlos el desarrollo de programas estratégicos alrededor de los problemas clave que en este momento tenemos y que tendremos la siguiente década. En ese entonces propusimos los programas estratégicos en Agua, Biodiversidad, Energía y Nutrición. Aunque el Consejo Superior aprobó la propuesta, no la financió. Sin embargo, se logró avanzar en el programa estratégico Agua con fondos internacionales en el campus de Quetzaltenango. Esto ha permitido formar investigadores de alto nivel académico, que publican a nivel nacional e internacional y que resuelven problemas sociales.
Ahora, un programa estratégico no solamente es un postgrado, sino también un programa de investigación-acción, una conexión sistémica del postgrado con la licenciatura, una intervención en el sistema escolar de primaria y secundaria para que pueda también conectarse a la comunidad. La propuesta fue crear una visión transformadora a través de un problema social, propuesta que arranca en la primaria y termina en el postgrado, conectado a la realidad nacional. El programa estratégico Agua avanza en esa dirección. El programa estratégico Biodiversidad solamente creó su maestría y una agenda de investigación, pero no obtuvo el financiamiento para fortalecerlo.
Estamos en el momento oportuno para proponer, y de una vez, crear programas estratégicos de investigación acción en ciencia y tecnología en Guatemala, Hay enormes retos, tales como la existencia de un monigote de pseudo rector en la San Carlos que no ha publicado ni una esquela fúnebre, mucho menos un artículo de investigación científica, pero a la vez la Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología la dirige una científica guatemalteca, Karin Herrera, que esperaría yo que antes de inventar el agua azucarada diagnostique qué ha funcionado y qué no en materia de formación de investigadores, producción de investigación, fortalecimiento de la investigación científica de alto nivel y fundamentalmente en la solución de problemas nacionales. La ciencia no puede ser ni racista, ni clasista ni elitista. Primero entendamos a nuestro país, luego propongamos algo que funcione.