Los guatemaltecos tuvimos que afrontar al menos tres pandemias: La del Covid-19, la cual mostró en carne y hueso el estado desastroso del sistema de salud con sus hospitales descuartizados por la corrupción, por el saqueo previo, durante y después de la pandemia. Era el inicio del gobierno del Doctor Alejandro Giammattei, un médico y eso nos dio algún alivio en aquel momento. La segunda pandemia que afrontamos y de la cual apenas estamos saliendo fue la del mismo presidente Giammattei, quien por mucho se convirtió en el peor presidente de la historia democrática nuestra. Un personaje siniestro, que deja una huella de destrucción en las instituciones guatemaltecas. La tercera pandemia, la más compleja y peligrosa, es el autoritarismo que ha moldeado a la sociedad guatemalteca, desde la colonia.
El Covid-19 puso a prueba nuestra capacidad de resiliencia. Como en toda crisis, hubo oportunidad de proponer, de crear y de asistir, así lo hicieron muchos. También hubo oportunidad de criticar, de destruir y de robar, así lo hicieron otros. El Covid-19 fue el evento perfecto para probar nuestra madurez sanitaria, emocional y política. En términos sanitarios el país estaba mal, luego de la pandemia quedó peor. Las autoridades, llámese presidente y ministra, hicieron compras millonarias, particularmente la compra multimillonaria de las vacunas rusas, que no sólo no vinieron sino de las que jamás rindieron cuentas. Se inició un proceso falso de construcción de hospitales, que no eran tales, pero fueron cobrados como reales. El robo fue total y descarado. Al frente, Miguel Martínez. Afortunadamente, hubo personal del Ministerio de Salud, desde médicos hasta técnicos, que se sacrificaron por nosotros. Ellos y ellas fueron héroes anónimos de esa batalla.
La pandemia del Covid-19 y la pandemia Giammattei debilitan no solamente nuestro sistema inmune como personas sino también nuestro sistema democrático, como sociedad. Yo creo que esto se debe a que en el fondo aún no somos democráticos. Nuestra sociedad guarda en lo profundo de su ser su naturaleza autoritaria y aunque este es un fenómeno mundial que se visualiza con la aparición de autoritarios extremistas, tal el caso de Trump, Maduro, Ortega y recientemente Milei en Argentina. Este autoritarismo nuestro está matizado por el racismo intenso que nos ha separado siglos y se combina de forma dantesca con el populismo. Así los populistas de derecha (Trump o Milei) o de izquierda (Ortega o Maduro) o sin ideología como Giammattei o Bukele, infectan el mundo.
El autoritarismo de la conquista fue la imposición de todo y la intención de borrar todo lo que antes existía, borrón y cuenta nueva; no pasó así. Para entonces todas las comunidades humanas en el mundo eran autoritarias. En Guatemala el primer intento de vivir bajo normas escritas fue para la independencia, 1821, aunque fue un movimiento de criollos que no querían pagar más tributos a la Corona. Vino luego el intento de separación del Estado de los Altos, que, aunque se concibe antes de la independencia, cae antes de la Revolución Liberal de 1871 y cae por tener bases autoritarias y racistas. Debimos esperar a la Revolución de 1944, la que realmente cambia el futuro de Guatemala y sienta las bases de lo que somos y de lo que no hemos podido ser, esto es, democráticos. La primavera democrática nuestra fue truncada por la invasión norte americana y su apoyo a gobiernos militares autoritarios y racistas de derecha. Pero la izquierda que peleaba desde las montañas también fue autoritaria y también fue racista. Vino luego la firma de la Paz, que ha sido solamente un documento, nunca se cumplieron esos acuerdos.
Vino el 2015 y nos equivocamos rotundamente al «elegir» a Jimmy Morales. Luego de una brillante participación ciudadana que llevó a prisión a Otto Pérez y Roxana Baldetti le entregamos el poder a un payaso ladrón que resultó ser la marioneta perfecta para que el Pacto de Corruptos evidenciado por la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), pacto esencialmente formado por grandes empresarios y políticos corruptos. Así que la «elección» de Jimmy Morales no fue tal sino la imposición del Pacto de Corruptos y del mismo CACIF que le encargaron como principal y única tarea sacar a la CICIG de Guatemala. Morales solamente se dedicó a robar, beber y sacar a la CICIG tal como el CACIF, la cámara de empresarios, se lo pidió.
Así llegó el 2023. Estábamos desmotivados porque sabíamos que la corrupción había cooptado a todas las instituciones guatemaltecas. Recién se había evidenciado la cooptación casi total del Consejo Superior Universitario de la San Carlos y se había dado la imposición del pseudo rector Walter Mazariegos, otra marioneta del Pacto de Corruptos. Pero la esperanza renació cuando sorpresivamente Arévalo pasó a segunda vuelta. En un silencioso proceso el pueblo volvió a confiar en que era posible salir de este desencanto. El Pacto de Corruptos apresuradamente armó una falsa narrativa a la que le asoció una docena de casos falsos en contra de Arévalo, casos se fueron cayendo uno por uno. Para octubre los pueblos indígenas elevaron la voz de la dignidad y estos capturaron el tiempo suficiente para que el golpe de Estado no se ejecutara. La comunidad internacional al ver la resistencia de los pueblos indígenas inició la defensa de nuestra democracia y sus acciones fueron contundentes. La Corte de Constitucionalidad se pronunció rápidamente.
Parece que no habrá golpe de Estado, pero solamente parece. La Corte de Constitucionalidad, aunque ha dado muestras de defender la democracia aún se percibe con potencial de cambiar el camino democrático. Alienta el amparo que suspende el presupuesto porque eso demuestra la debilidad del Pacto de Corruptos y porque entonces el nuevo gobierno podrá realizar las inversiones pertinentes sin tanto bloqueo. Hace ruido que la corte haya aceptado el antejuicio contra los magistrados electorales por el ridículo caso del TREP. Así, llegamos a fin de año donde hay que reconocer que hemos superado pruebas difíciles. Viene la tarea compleja de reconstruir al país, particularmente reconstruir la democracia, eso viene. La reconstrucción de nuestro país tendrá que pasar por un proceso de reconocimiento que si queremos democracia, una democracia real, una democracia que reconozca las realidades de las diversidades culturales de nuestros pueblos, tendremos que trabajar y seguir luchando por ella.
Vamos Guatemala, si no es ahora no será nunca: Que venga el 2024 y se vaya el 2023.