Es lamentable que la mayoría de los gobernantes de este país y sus respectivos secretarios y ministros de educación, ignorantes de la Historia de Guatemala hayan avalado o autorizado desde hace muchísimos años cambios sustanciales en cuanto a la verdadera y formal enseñanza de los acontecimientos cívicos que a través del tiempo se han suscitado.
La identidad de los pueblos descansa sobre los mitos, por ello el concepto de mito tiene un carácter peyorativo, entendiéndose como una idea que no corresponde a la realidad, es decir en pocas palabras que se consideran como mentira, tal el caso que, cuando en la batalla contra los invasores españoles murió un personaje Tecún Umán, y al momento de caer en tierra, un quetzal se posó sobre el pecho del guerrero tiñéndose del color rojo de su sangre.
Los mitos garantizan la permanencia, la constitución de la sociedad partiendo de un valor supremo que posee un carácter legitimador, por eso los mitos relacionan ilusiones colectivas, además construyen la existencia de los pueblos; sin el mito, la población se sentiría huérfana de sus orígenes y ¿qué sería de la población guatemalteca sin los mitos que aluden a la formación o fundamento de la nacionalidad, así como a las tradiciones religiosas?
En la Historia de Guatemala, la evolución de los pueblos y de sus seres humanos primero es el mito, pero buscar respuestas e indagar respecto de quiénes somos y de dónde venimos, no es algo que hayamos hecho o que nos haya interesado; por lo que, seguimos viviendo con los mitos y mentiras de la historia que nos impusieron el sector religioso y económicamente dominante en Guatemala. De verdad, estimable lector ¿cree usted que un puñado de religiosos, militares, comerciantes y funcionarios de la colonia española, es decir el sector pudiente de esa época liberó a la población de yugo español representado por ellos mismos? ¿A quiénes liberó o, mejor dicho, quiénes se liberaron del pago de impuestos a España?
Los mitos no son la historia, pero son la base que soporta a la historia, la independencia de Guatemala sigue siendo una lucha de todos los días; las generaciones de pobres que habitan el país en las áreas urbana y rural, durante su existencia no han disfrutado de la supuesta independencia, y menos de que Guatemala se proclame como un país libre, soberano e independiente.
Y por sí lo anterior fuera poco, se sigue una incipiente mala costumbre que, a mi juicio hay que erradicarla, me refiero al supuesto GRITO DE INDEPENDENCIA a las cero horas del día quince de septiembre, que desde hace unos pocos años se ha venido ejecutando por las autoridades del organismo ejecutivo, gobernadores y alcaldes; eso de dar el grito de independencia en Guatemala es una pobre y vil copia de la tradición mexicana que viene a deformar por completo la tradición guatemalteca que se circunscribe a las actividades protocolarias de los días catorce y quince como celebración.
¡Hasta dónde llegó la pobreza e imaginación de los gobernantes guatemaltecos que necesitaron copiar una tradición extranjera para que, según ellos, darles mayor realce a los festejos de la independencia! No faltará alguien que me diga que soy un resentido social o algo parecido, pero los comprendería porque no han leído, conocido ni interpretado los actos que declararon la independencia.
Durante el gobierno del Doctor Juan José Arévalo se instituyó la maratón desde Guatemala a Costa Rica, rememorando el correo humano que llevó la noticia de la independencia a las ex provincias del Reyno de Guatemala; sin embargo, en fecha no determinada de los años sesenta se cambió la costumbre de la maratón por el encendido de la antorcha de la libertad en el Obelisco de Guatemala y llevarla a la frontera de cada país centroamericano donde se entregaba a los corredores de cada país con destino a Costa Rica.
De todos modos: ¡Que viva la INDEPENDENCIA de Guatemala!