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Los guatemaltecos somos una población, multicultural, multiétnica y plurilingüe; por lo tanto, la variedad de idiomas existentes puede considerarse una riqueza lingüística para lograr un desarrollo integral a nivel personal y social.  Sin embargo, a través de los años se ha construido en el imaginario social un nuevo sentido común consistente en la aporofobia y la migración.

La aporofobia en una palabra nueva aceptada por la Real Academia Española de la Lengua, derivada del griego ἄπορος áporos ‘ que significa: carente de recursos’ y -fobia, que es la aversión exagerada a algo o a alguien; es decir, en pocas palabras: la fobia a las personas pobres o desfavorecidas.

Los sectores políticos y económicos arguyeron esas circunstancias o sentimientos al considerarlos como los elementos principales para desatar una guerra interna en contra de la población mayoritariamente pobre en Guatemala; y recordemos que no hay gesto más brutal de una sociedad que elegir como enemigo al que no tiene nada, no hay mensaje más perverso que, señalar al pobre como causante del subdesarrollo.

En Estados Unidos de América a la población ignorante y conservadora la pobreza molesta, el pobre incomoda y los migrantes amenazan, dicen que no hay lugar para todos y que ese lugar debe defenderse, y la pregunta es: ¿defenderla de quién o quiénes? ¿de quienes llegan a darle mayor empuje a la economía de producción en la agricultura, construcción y servicios que no son realizados por quienes despotrican?

En la vida hay momentos en que las palabras dejan de ser advertencias para convertirse en diagnósticos; lo que alguna vez fueron prejuicios sociales, desdén de clase o ceguera selectiva hoy tiene carácter de doctrina para los segmentos favorecidos económicamente quienes lo utilizan en la política nacional partidaria como estrategia.

Para los verdaderos dueños del país, señalar al pobre como siempre ha sido más fácil que explicar la situación histórica de la pobreza: el saqueo, robo y despojo de tierras, asesinatos religiosos en masa, el trabajo forzado y el confinamiento social se mantienen hasta el presente; lo cual no ha permitido el desarrollo cultural, social y económico al estilo occidental como se continúa pretendiendo.

El trabajador informal, el migrante, la clase media empobrecida, el indigente, los desempleados, todos en la frontera social simbólica en espera de las sobras de un sistema que solo piensa en ellos como amenaza o en algunos casos como posible voto; situaciones que los separa de quienes creen que sólo ellos merecen derechos.

Y qué hacen los integrantes de los partidos políticos, los herederos de las luchas populares, los que llevan la bandera de los derechos humanos como estandarte; ¿habrá alguna voz institucional que diga: siempre con los pobres, nunca contra los pobres.  Recordemos que no hay democracia posible si se le construye sobre la base de la exclusión, porque no hay justicia social cuando no hay coraje o valentía para defender a los más débiles cuando todos los demás los están señalando.

La aporofobia no es una opinión más, es una forma de violencia institucionalizada, de racismo de clase, de crueldad sofisticada y hay que enfrentarla desde una posición política innegable: sin considerarla una cuestión de piedad o lástima, es una cuestión de reconocer derechos, no se trata de tolerar al migrante, habrá que integrarlo como sujeto productivo, y sobre todo, no se trata de ocultar la pobreza; al contrario, se debe construir una sociedad donde la pobreza no signifique estar condenado a vivir sin la mínima dignidad.

No sobran pobres; sobran indiferentes, sobran cínicos que se enriquecen sembrando miedo; el verdadero problema es la concentración del poder económico, de la tierra, de la palabra en los espacios políticos.

Fernando Mollinedo

mocajofer@gmail.com

Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

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