Este es mi último artículo correspondiente al año dos mil veinticuatro; nos quedan solo veinticuatro horas para pasar a una nueva aventura llamada vida en una nueva nomenclatura calendárica; es decir, en pocas palabras que, iniciaremos un nuevo ciclo de tiempo con esperanzas renovadas para un mejor futuro individual, familiar y colectivo.
Quedan atrás, en el recuerdo, las acciones que nos llenaron de nostalgia, tristeza, decepción, angustia, desconsuelo, abnegación, pena, dolor y llanto, así como de alegría, regocijo, satisfacción, júbilo, gozo, consuelo, deleite, agrado, gusto y complacencia.
En pocas palabras los triunfos y derrotas, las caídas y levantadas tanto físicas o de espíritu y moral, la fe y la esperanza; fueron momentos, minutos, horas, días, semanas y hasta meses para asimilar las consecuencias de nuestras acciones a lo largo del año que mañana finaliza. Es decir, nuestras ganancias contra nuestras pérdidas.
Este año que termina mañana, en el que brilló en el cielo guatemalteco un centro de gravedad que está permitiendo un respiro en el ambiente, donde el honor cedió su lugar a la depravación, y la integridad a los apetitos y concupiscencias, donde se falseó la palabra inspirándole menosprecio a la virtud, donde la verdad no mereció más miramientos que la burla de los impresentables señalados aquí, allá y acullá de ser corruptos.
Todo lo anterior, señaló la decadencia de las instituciones en Guatemala, así como de la moral política. Ellos, los de atrás, coartaron la libertad política, la tolerancia, el respeto a la justicia, prescindieron de la prudencia dándole todo el interés a las conveniencias económicas inmediatas particulares, ya no fueron objeto de escándalo los prevaricatos y cohechos, los desórdenes y abusos de los funcionarios, ni los falsos testimonios ni las sentencias arbitrarias. Se trastornó el mundo de lo moral y se acarició a la maldad afortunada, en síntesis: se puso en ridículo a la honradez.
Principia ahora la época de renovación de los valores sociales, la educación, de verdadera esperanza para los pueblos olvidados desde hace tantos años, en que la inversión gubernamental sea para beneficio social y el uso del dinero del Estado que nunca ha sido patrimonio de la población, sea ahora el dinero de la población para paliar las urgentes obras de sus respectivas localidades.
El camino recorrido constituye un trabajo de extraordinario valor, pero no se han vencido todos los obstáculos, ni deja de haber problemas importantes por resolver como los eternos conflictos de intereses políticos y económicos que pareciera que no terminan; sin embargo, la población principia a vivir como hace ochenta años: el reinicio de un período político-social donde prevalezca la verdad y la justicia.
Como guatemaltecos, debemos valorar los cambios que se están realizando para encontrar el desarrollo de una vida digna para todos quienes integramos el tejido social y económico del país, sanar las heridas que nos dejó la guerra interna y vivir la vida conforme a los lineamientos morales y éticos legados por nuestros antepasados.