Fernando Mollinedo

mocajofer@gmail.com

Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

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El frío nos causa una sensación de angustia en términos generales al no poder controlarlo; es una sensación parecida al miedo que experimentamos cuando sucede un hecho natural como los temblores y terremotos, así como cuando observamos el desbordamiento de los ríos.

Pero el frío en la conducta de las personas se manifiesta en mal humor y en un sentido de desesperación, prisa por finalizar las actividades que estén realizando y, naturalmente, buscar o acudir a un lugar donde encuentren un ambiente menos frío. Pero, esa desesperación y actitudes con prisa conllevan a realizar los actos con menos responsabilidad teniendo como resultado una insatisfactoria respuesta a los mismos.

Hoy vemos el frío humano como un fenómeno que casi se equipara al frío ambiental en los actos insanos e inmaduros de personas que pareciera nunca haber tenido un calorcito amoroso en su crecimiento y menos en su adultez; su comportamiento hacia los demás conlleva una carga de ironía, insolencia, prepotencia, afán de demostrar poder sobre los demás, lenguaje hiriente y sarcástico.

Tal conducta la vemos en los empleados y funcionarios de los centros de salud, hospitales, bancos, instituciones administrativas del Estado, comercios, aeropuertos, aduanas, incluso templos religiosos donde se supone que todo es bondad y cariño a cambio de un poco de pisto, por supuesto; en los pilotos de autobuses urbanos y en muchas actividades más que fueron creadas para atención al público; pero una buena atención porque para eso les pagan a los empleados y funcionarios públicos y privados.

En esta época navideña, ese frío navideño no desaparece, ni con canciones y villancicos que llaman a la cordialidad, al amor, a la reflexión, a la alegría y sobre todo a buscar la espiritualidad que la vida les hace olvidar constantemente, sin afanes religiosos, ni con gorros y adornos navideños en las solapas de sus trajes o uniformes; siempre sale a relucir ese frío que les carcome el alma y no los deja vivir en paz; colocando luces de colores pero pensando en las venganzas por realizar el próximo año, lástima que muchísimas personas sean y vivan de esa forma.

Tales conductas frías se reflejan en profesionales hombres y mujeres supuestamente educados que necesitan machacar su poder sobre los subalternos; en los médicos y enfermeras que se creen dioses o semidioses atendiendo a los enfermos de manera grotesca e inhumana, en las ventanillas de las instituciones donde el empleado más gacho impone su “legislación de ventanilla”

Ese frío no desaparece, generalmente se acrecienta como una venganza hacia los usuarios o subalternos para encontrar una satisfacción momentánea de poder; las personas narcisistas manifiestan una excesiva complacencia en la consideración de sus propias facultades u órdenes; cuida en exceso de su aspecto físico o que tienen un alto concepto de sí misma.

El calorcito navideño no es suficiente para calmar o atenuar ese constante frío navideño manifestado en cualquier época del año y que repercute en el ideario de la población señalándolos como enfermos sociales naturales; vaya para ellos, cuando lean estas palabras, un cordial saludo navideño.

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