Aunque no deseamos aceptarlo, debemos admitir que vivimos en una sociedad empapada de odio debido a las frustraciones que durante nuestra vida pudiéramos haber sufrido por el mal trato infantil en el hogar, en la escuela, al enfrentamiento con la realidad económica y social con sus grandes y profundos gestos de discriminación.
La subyugación que por medio de las conquistas armadas, económicas y sociales a través de los últimos quinientos años ha sufrido la sociedad que habitó y habita, en muchos lugares el territorio guatemalteco, marcaron de forma indeleble las formas de conducta, lenguaje, manifestación corporal, religiosa y de usos sociales de acuerdo a la situación que se esté viviendo y la clase de personas con quienes se interactúa.
En ese marco, se crearon y desarrollan infinidad de prejuicios que, incluso determinan la vida o desarrollo de las actividades diarias en una inmensa mayoría de la población; y aunque éstos no sean producto de un proceso de raciocinio ni fruto de la experiencia, son excluyentes y marcan distancias contra determinadas personas o grupos sociales.
Los prejuicios son un conjunto de creencias o valoraciones sin experiencia directa o real sobre algunas personas o grupos, usualmente son de carácter negativo por el color de su piel, grupo étnico, ideología, creencias religiosas, su cuerpo, posición política, su condición de salud o bienestar económico, es decir que, son ideas u opiniones preconcebidas, son juicios formados antes de tener la oportunidad de experimentar su verdad o falsedad.
En Guatemala, tal costumbre no pasa de moda; es parte del diario vivir y de la forma de desahogar las frustraciones políticas, económicas y religiosas que agobian de forma constante a la población en general, son condicionantes sociales derivadas de las posturas de ciertos grupos con respecto a otros y se manifiestan desde la niñez hasta las personas de la tercera edad derivando en el odio social.
El mejor ejemplo de lo anteriormente dicho es: la clasificación de la sociedad durante el período colonial entre otras: españoles, criollos, indios, mestizos, castizo, castizo cuatralbo o cuarterón de mestizo, zambo o jarocho, zambo prieto, mulato.
En lo político, se sigue la misma tradición: los verdaderos amos y dueños del país designan a sus interlocutores aglutinados en cámaras, y éstas, intervienen directamente en la designación política de autoridades administrativas, judiciales y legislativas nombrando a sus representantes en las diferentes instancias donde se aplican políticas de inversión económica; en cuatro palabras, seguimos igual que antes.
¿A quiénes dirige su odio la población en Guatemala? En primer lugar, a la clase política, porque desde un principio de la actividad administrativa, la población observó la forma en que los mismos españoles desde mil quinientos veintisiete robaron y defraudaron al fisco de España formando sus fortunas; lo cual se convirtió en una conducta a ser imitada por cualquier español, criollo, mestizo o extranjero que viniera a dirigir o trabajar en la administración pública.
El atavismo delictivo español aplicado cual sí fuese una marabunta, ha carcomido al erario durante toda la vida administrativa del país, dejando a la mayoría de la población sin las oportunidades de gozar de los derechos mínimos que supuestamente la ley a través de los años le ha otorgado.
El impacto del discurso sordo de odio en Guatemala no dejará de existir porque, incluso por tradición, herencia y costumbre la clase política seguirá aprovechando las oportunidades legales para robarse el futuro de mucha población que aún tiene la esperanza de mejorar su precaria condición de vida. No estoy haciendo una apología del delito, pero es muestra Historia.