Fernando Mollinedo C.
Desde hace unos diez años, es frecuente ver en las ciudades departamentales y en la capital a personas que abordan a los transeúntes pidiéndoles ayuda económica para proseguir su viaje hacia los Estados Unidos de América; algunos viajan solos, otros acompañados de su núcleo familiar, mujeres y hombres jóvenes, adultos, niños y en algunos casos hasta personas de la considerada tercera edad.
Hondureños, salvadoreños, venezolanos, haitianos, cubanos e incluso indios, afganos, de algunos países de África y de otras nacionalidades arriesgan su vida y la de los suyos ante la incertidumbre, el hambre, la inseguridad que pudieran encontrar en tan largo viaje.
La migración de estas personas obedece principalmente a la carencia de crecimiento industrial, calidad de vida, niveles de educación, acceso a los servicios de salud, inseguridad y violencia en casi todos los países; por lo que, se aventuran buscando un mejor destino que les proporcione ingresos económicos suficientes para ayudar a sus familias y devolverle dignidad a su vida.
Es incontable la cantidad de personas extranjeras que cruzan el territorio guatemalteco; también es incontable la cantidad de guatemaltecos que dejan el país por los motivos antes descritos, en pocas palabras, el origen de la migración radica en la ausencia de políticas públicas para los sectores vulnerables que sufren la discriminación social en todo sentido.
La migración es el desplazamiento geográfico de individuos o grupos motivados por causas económicas, sociales, complejo multifactorial y como fenómeno social es susceptible de un análisis profundo para hacer conciencia de lo que amerita su valentía para decidir su viaje. La migración está sufriendo una globalización continental; según cálculos de la UNICEF se estima que personas de unas cincuenta nacionalidades utilizan el continente americano en su trayecto hacia el sueño americano.
La migración es ahora un río de ilusiones, temores, éxitos y fracasos que recorren los diferentes caminos de los países centroamericanos para desembocar en la mayoría de los casos en la frontera de México y los Estados Unidos de América y quienes logren llegar a su objetivo, terminarán siendo migrantes indocumentados.
Dejar en su país de origen a padres, madres, hijos, hermanos y familiares significa un gran paso de vida, valentía, arrojo, valor, intrepidez y demás palabras que engloban el pensamiento único de llegar a su destino.
Millones de personas han buscado en la migración el anhelado cambio de vida propio y de sus familiares por medio del envío de remesas, las cuales visibilizan la contribución que hacen a la economía formal e informal en sus respectivos países. Los adultos mayores y los menores de edad en un gran porcentaje dependen del dinero que reciben desde los Estados Unidos de América, y para aquilatar o valorar la relevancia de las remesas puede hacerse una comparación entre lo que representa la enorme diferencia entre el presupuesto destinado a la educación contra el ingreso de remesas.
Las remesas no sólo son números que se miden en millones de dólares que transitan alrededor del mundo, son, sobre todo, una verdadera posibilidad de cambiarlo todo: educación, salud, dignificación de vivienda, emprendimiento económico a diferentes escalas o niveles. Las remesas son un bálsamo para la economía familiar y cada año aumenta el monto histórico lo que de una u otra forma implica un ascenso económico y social en la gradación de superar los índices de pobreza extrema. No de balde es el mayor rubro de ingreso de divisas en este país.