Fernando Mollinedo C.

El color del semáforo que supuestamente indica el grado de peligrosidad sanitaria por el coronavirus y su por ahora más conocida variante llamada ómicron, funciona para la población de acuerdo a sus intereses; para los comerciantes, industriales, agroexportadores, transportistas y la banca, éste es el semáforo de la “reactivación económica” mientras que para las autoridades sanitarias funciona como “semáforo epidemiológico”.

Durante los últimos dos años de pandemia, la población aprendió a vivir con el color del semáforo que más esté de acorde a sus expectativas sociales, sanitarias, económicas y religiosas; y pues con tanto apagado y encendido de las luces de colores del mentado semáforo, pareciera realidad la metáfora al decir que la población está daltónica dependiendo del lugar donde vivan y realicen sus actividades.

Para la mayoría de la población el color del semáforo no importa pues “hay que salir a trabajar”, para otro segmento de la población el color amarillo les parece verde ya que “nadie hace caso”, para los demás habitantes “la pandemia se está quedando atrás” y cuando llegue junio o julio será endémica.

Hay fiestas, conciertos, ferias, mercados abiertos, playas recibiendo visitantes, en las iglesias de todas las denominaciones religiosas se realizan cultos, misas y hasta procesiones; los estadios deportivos realizando actividades y bueno, un sinfín de actividades que denotan irresponsabilidad social, pues nadie está libre de contagiarse en esas aglomeraciones.

Aunque el semáforo esté en color verde, amarillo, naranja o rojo, eso no le importa a la población, la meta es seguir viviendo, haciendo lo que corresponda para sobrevivir; así es que, el semáforo tendrá el color “dependiendo del cristal con que se vea”.

¿Qué vamos a comer hoy? La respuesta será distinta en cada hogar dependiendo de la capacidad de compra y/o poder adquisitivo de quienes sostienen económicamente la casa, tomando en cuenta que los productos básicos están en constante y desenfrenado aumento de precios; los empresarios, comerciantes y quienes se dedican a producir y vender artículos, justifican que los costos operativos subieron de precio, lo que produjo un encarecimiento de la economía en general.

Los productores, distribuidores e intermediarios de alimentos, supermercados, mercados, tiendas y revendedores aumentaron el precio de los productos de la canasta básica en forma arbitraria y abusiva sin que las autoridades de economía se den por enteradas.

No entro en detalles sobre el aumento de los porcentajes inflacionarios mientras que, para los patronos es innecesario el incremento de salarios aduciendo que, “estamos en crisis” y para los trabajadores en general, en algunos casos, no llega ni siquiera al salario mínimo y no hay esperanza de una acción gubernamental que ofrezca capacidad adquisitiva a las clases más necesitadas.  Ante esta cruda realidad, en las redes sociales se maneja el chiste de: ¿Qué vamos a comer hoy?

Y, por si fuera poco, sigue el “hueveo” en empresas comerciales y también en la banca en general; el “redondeo” sigue campante y en silencio poco a poco siguen engrosando sus arcas.

Fernando Mollinedo

mocajofer@gmail.com

Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

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