Fernando Mollinedo

mocajofer@gmail.com

Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

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Fernando Mollinedo C.

Encontrar un término para definir los sentimientos que con frecuencia sucedieron en el año 2021, es algo contundente que puede calificarse como perplejidad, debido al montón de escándalos de tipo económico, financiero, político, legal y administrativo cometidos por funcionarios y empleados de las administraciones gubernativas pasadas y presente.

Según el diccionario, la perplejidad es un “estado de duda, confusión y desconcierto en que no se sabe muy bien lo que se debe hacer, pensar o decir”. Los tantos sucesos negativos para la sociedad guatemalteca – que costó creer que fueran reales – debido a la magnitud del favoritismo y monto con que fueron beneficiados los sectores económicos pudientes, más la desfachatez, irresponsabilidad, amiguismo y favoritismo hacia los círculos políticos, entre otras conductas calificadas como legales, pero… inmorales, fueron el denominador común.

Me dejó perplejo el sector justicia con sus decisiones judiciales para dejar pasar conductas inaceptables como el incumplimiento de los términos y plazos constitucionales en la sede parlamentaria y mentir sin pudor para no observarlos; los desfalcos en la mayoría de las instituciones públicas, el analfabetismo funcional de quienes dirigen los destinos de este país, el nepotismo descarado en la adjudicación de contratos de obra pública y demás conductas arbitrarias e ilegales.

Me dejó descolocado, saber de las sentencias y persecuciones a líderes campesinos que luchan contra el Estado para hacer valer los derechos que el mismo Estado les proporciona en la Constitución Política de la República de Guatemala; además de perplejo, también me causó impacto negativo el manejo de la pandemia por parte de las autoridades de salud y la indisciplina social de la población al no observar las medidas precautorias para su propio beneficio.

Me deja perplejo que los políticos procesados por sus conductas delictivas sean ahora mansas palomitas que con desvergüenza e impudicia pretenden ser la voz de la población honrada; pero que, en su tiempo de funcionarios fueron patanes engreídos por el poder transitorio que ejercieron.

Cada día, los medios de comunicación escrita, radial y virtual publican los negocios ilegales que son merecedores de un castigo legal y moral pues conllevan razones suficientes para la inmediata destitución de quienes los cometen; pero veo a mi alrededor y no pasa nada, nadie les reprocha, acusa o castiga por lo que me pregunto: ¿seré yo quien está fuera de onda pues la corrupción se extiende y generaliza en una especie de fatalismo que conlleva a bajar los brazos y nos conduce a ser una especie de  sociedad borreguil?

Es mayúsculo el descaro de funcionarios que por medio de la televisión predican paz y amor, honradez y lanzando diatribas contra la corrupción, pues son ellos quienes, en un pasado no muy lejano se descubrió que hacen todo lo contrario y se muestran con una cara de inocentes.

Si, despedí el año 2021 perplejo y saludo la llegada de este 2022 con la inevitable angustia de quien no ve el horizonte nada despejado. Proclamo que “Dios bendiga a Guatemala” pero no a sus malos funcionarios.

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