Fernando Mollinedo

mocajofer@gmail.com

Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

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Fernando Mollinedo C.

Estamos a la mitad del ciclo escolar 2021; hace pocos días el presidente indicó que los estudiantes de todos los estratos del sistema educativo volverían a clases presenciales, lo cual produjo malestar en los miembros de la sociedad que tienen a sus hijos en escuela e institutos nacionales, así como en colegios privados, pues la salud de los estudiantes correrá bastante riesgo de contagio.

Según los afectados, como el presidente no tiene hijos en edad escolar, no le importa la salud de los estudiantes y la reapertura de clases presenciales es a petición de los comerciantes y empresarios de la educación cuya actividad remunerativa gira en torno a la parafernalia del proceso educativo, pues han visto reducidos los ingresos económicos por la venta de uniformes de diario, de gala, de la banda de guerra o banda musical, útiles que sólo ellos venden, transporte escolar, pago de seguros médicos, excursiones, visitas a museos, venta de zapatos y hasta aparatos electrónicos (tablets y computadoras).

Podría decirse que el regreso a clases presenciales es para la mayoría de los maestros conscientes, un descanso por el esfuerzo para preparar e impartir clases en la calle, debajo de un árbol, transportarse a la casa de sus alumnos en bicicleta, moto o a pie y para ello muchos tuvieron que comprar con su salario las computadoras, pagar exceso de energía eléctrica, contratar servicio de internet; revisar tareas y cuidar a sus propios hijos.

El mayor reto fue y es hasta hoy, mantener la atención de los alumnos, entusiasmar a los padres y madres de familia para involucrarse en el proceso educativo de sus hijos; habilitaron espacios en sus casas restando privacidad para no mostrar las carencias y/o excesos de objetos materiales que pudieran poseer. Así mismo, también es cierto que hay maestros que NO HAN IMPARTIDO CLASES VIRTUALES A SUS ALUMNOS durante esta pandemia, tal el caso de una escuela primaria en la zona seis de esta capital.
A los alumnos les marcará la vida esta experiencia; no la olvidarán pues ya se sabe que convivir es indispensable para la salud física y emocional. Los alumnos de cuatro y cinco años dejaron de ver a su mejor y único amigo de toooooda la vida, lo que le significó una tragedia silenciosa al igual que a los de primaria que se descubren importantes, necesarios y queridos por sus amigos de quienes creen que no se separarán nunca.

Los adolescentes de secundaria con una vida social más activa también sufrieron el encierro, la soledad de la pantalla, el frío mensaje telefónico y la sensación de haber perdido año y medio de su vida entre cuatro paredes. Ellos esperan la desintoxicación de la vida virtual y reconocer la realidad por medio del encanto de la mirada, la palabra, el diálogo y la calidez de la solidaridad humana.

En el mundo interactuante en que vivimos, en cualquier año de los que están por venir habrá más alertas sanitarias, contagios, cierre de fronteras y parálisis de actividades otra vez. Con la experiencia de ahora, el Estado debe planificar para resolver los actuales y futuros problemas educativos sin aislar a los estudiantes.

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