La Carta Democrática Interamericana debió haber sido invocada hace ya bastante tiempo. Y no me refiero únicamente a los recientes acontecimientos –aunque lo que hoy en día está pasando en este país es el más claro y burdo atentado en contra de las instituciones democráticas y una amenaza a nuestro derecho de vivir en democracia–, sino a lo que hemos vivido los guatemaltecos gobierno tras gobierno por más de treinta años. Los gobiernos, supuestamente, tienen la obligación de promover y defender la democracia; tarea que ha quedado rezagada durante la mal llamada “era democrática” guatemalteca.
Entre los valores y derechos esenciales que se definen en la llamada Carta Democrática Interamericana –aprobada por los Estados miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) el 11 de septiembre de 2001–, podemos enumerar los siguientes: el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales; la celebración de elecciones periódicas, libres y justas; la transparencia, probidad y respeto por los derechos sociales; el ejercicio del poder sobre la base del Estado de Derecho; un sistema plural de partidos y organizaciones políticas; la separación e independencia de los poderes públicos; la eliminación de todas las formas de discriminación; el derecho y deber de todos los ciudadanos de participar en decisiones relativas a su propio desarrollo, entre otros.
Pareciera que quienes fueron elegidos para gobernar después de una larga historia de dictaduras militares, se dieron a la tarea de crear su propia versión de una “República democrática”, confeccionando a la medida de intereses puntuales el sistema de cooptación del Estado que hoy nos rige. La decadencia política es indiscutible. Con el pasar de los años, la “era democrática” de este país nos trajo gobernantes que se catalogan como uno peor que el anterior, hasta que llegamos a los últimos dos que han sido lo más nefasto que le ha ocurrido a Guatemala. Estos últimos han formado los peores gobiernos de la historia del país. Los pocos avances institucionales vieron su mayor retroceso durante el periodo de Jimmy Morales, responsable de pavimentar el camino que nos llevó a lo que hoy vivimos. El gobierno de Giammattei simplemente perdió las formas ante el poder absoluto y de la manera más descarada se convirtió en el más corrupto de la historia reciente; sobre todo, al tener a su disposición y bajo el total control los tres poderes del Estado.
Las cartas estaban echadas y la continuidad del sistema actual estaba garantizada. Alejandro Giammattei quedará en los libros de historia como el primer dictador “democrático” del país en tener todo a su favor, y aun así perder. No sé si fue el exceso de confianza, la putrefacción del sistema que se consume a sí mismo, la soberbia que nubla y empaña la vista o un simple golpe de suerte que permitió que, dadas las circunstancias, se diera una fisura del sistema con la llegada del Movimiento Semilla. Con ello, los guatemaltecos nos ponemos a prueba, como también se pone a prueba el mundo que nos observa. La primera encuesta de CID Gallup, auspiciada por la Fundación Libertad y Desarrollo, confirma el sentir de las mayorías que ya están hartas de ser gobernadas por una clase política corrupta, inepta y al servicio del “mejor postor”, que por décadas han lubricado el sistema a través del soborno hasta llegar a una cooptación del Estado en la que ya nadie está a salvo –incluso quienes de su construcción alguna vez fueron partícipes–. Los guatemaltecos ya no están dispuestos a votar por “cualquier cosa”. Aunque siga intentándolo, Sandra Torres no será la próxima presidenta de Guatemala ya que sus alianzas, la camaleónica manera suya que la caracteriza ante el votante que conoce sus posturas, sus mañas, su vicepresidente, su historia, el infalible antivoto en contra suya, la semejanza con el sistema actual, entre tantas otras cosas que la hacen ser quien es, no la dejarán llegar a la más alta magistratura del Estado. Esta vez, aunque haya quienes apelen a que “cualquier cosa” es mejor que Bernardo Arévalo y el Movimiento Semilla y que estos lleguen hasta las últimas consecuencias, las cartas están echadas en favor de la democracia. El 20 de agosto Guatemala dirá “¡ya no más!” al sistema que Sandra representa.