Con tal de que no llegue Bernardo Arévalo del Movimiento Semilla al poder, a Sandra Torres la están convirtiendo en la mejor opción aquellos que no conocen otra manera de operar, y que se han beneficiado de la cultura “normalizada” de ilegalidad.
Recuerdo las vergonzosas y lamentables palabras del expresidente Jimmy Morales en una entrevista con el periodista Jorge Ramos al ser cuestionado acerca de si su hermano Sammy y su hijo José Manuel eran responsables de corrupción: “Todo esto es parte de una corrupción que se ha vivido en el país, una corrupción que de una u otra forma en determinado momento se ha considerado como normal”. Con asombro, Ramos le hace ver a Morales lo complejo y alarmante de utilizar el adjetivo “normal” para describir la corrupción. Con una sola palabra y como presidente de la República, Morales resume nuestra condición histórica: el porqué somos como somos y la razón medular por la cual es tan complicado concebir un cambio real en el sistema que nos gobierna. Lo que el exmandatario pretendió expresar con tan desafortunado, pero revelador comentario fue la lamentable actitud que nos describe como sociedad. Palabras que no solo hacían referencia a él y a su pícara familia, sino a la lamentable actitud que nos describe en colectivo. La realidad es que somos una sociedad que coexiste en un sistema corrupto, caracterizado por la anarquía y la impunidad. Sin darse cuenta, Jimmy puso en evidencia la realidad de Guatemala que todos conocemos y de la que somos protagonistas, sin embargo, nos cuesta o no estamos dispuestos a reconocerlo abiertamente. Somos una especie de corruptos de “clóset”. La manera cándida y casual de abordar el tema y definir la corrupción como “normal”, es más un común denominador entre los guatemaltecos que una excepción. “Normal” es aquello que se encuentra en su medio natural, lo que tomamos como norma o regla social. En fin, todo aquello que es común para todos. Esto es lo alarmante de la declaración de Morales: el hecho de encontrar una justificación en nuestro actuar, cultura o educación para aceptar un acto delictivo. La costumbre o tradición no deben ser una excusa para cometer un acto delictivo. Cuando es así condenamos a nuestra sociedad a la oscuridad, por generaciones.
En Guatemala hemos caído en la desgracia de crear costumbres y estereotipos a partir de comportamientos que riñen con la ley, y que han permeado en todas las esferas de la sociedad. Fuera de lugar, pero Jimmy no mentía al decir que en nuestra sociedad es “normal” el irrespeto a la ley. Lo vemos en todos los ámbitos: desde el tráfico hasta la compra de voluntades de políticos, jueces y funcionarios. Hemos llegado al colmo de calificar el trabajo de algunos de estos últimos como bueno en comparación con los demás, porque “aunque robaron, al menos dejaron obra”. Cedemos ante la ilegalidad, para contrarrestar la incapacidad de las instituciones gubernamentales. Es “normal” pagarle una coima al inspector de aduanas para que agilice el trámite de un contenedor. De igual manera que, dado el impacto financiero de esperar la devolución de un crédito fiscal, varias empresas ven como “normal” el soborno para garantizarse el pronto pago. Los proveedores del Estado han lubricado el sistema a través de “mordidas” que les garantizan el enriquecimiento desmesurado y la perpetuidad como tal; siendo estas artimañas, una “normalidad” dentro del sistema. Ya nos acostumbramos y vemos como “normal” que existan contratos leoninos, sobrevaloraciones de insumos y obras, al igual que proyectos mal hechos o que simplemente jamás se realizaron. Ejemplos sobran en lo público y en lo privado y los mismos van de lo más nimio e insignificante hasta el cobro de vidas humanas. Esta “normalidad” no discrimina entre clases sociales, géneros o etnias; en esto sí hay consenso. Pero la realidad es que no es “normal” y nadie debería de vivir así.
Aunque hemos creado una costumbre y un comportamiento que en apariencia hacen de la corrupción y de la ilegalidad un hábito “normal”, esto no es más que impunidad. La impunidad que hemos tolerado por conveniencia, complacencia y en la mayoría de los casos porque estamos convencidos de que las cosas no van a cambiar; por ello, lo convertimos en “norma”.
Ahora bien, lo que hoy está a prueba va más allá de lo que estoy dispuesto a tolerar y que definitivamente no veré como “normal”. Con tal de que no llegue Bernardo Arévalo del Movimiento Semilla al poder, a Sandra Torres la están convirtiendo en la mejor opción aquellos que no conocen otra manera de operar y que se han beneficiado de una cultura “normalizada” de ilegalidad. El miedo mal infundado de algunos a esta Semilla de Bernardo no es motivo para olvidar quién es Sandra Torres Casanova. Ella es la encarnación de lo que Jimmy Morales intentó comunicarle al periodista Ramos, al justificar el actuar de su familia como un caso de corrupción “normal”. Llevar a esta señora que se “divorció de su esposo para casarse con Guatemala” a la más alta magistratura del Estado es confirmar que Jimmy tenía razón. Los principios no son intercambiables. Una alianza con tan oscuro personaje de la historia guatemalteca para llevarle al poder y perpetuar el sistema, significaría sellar el pacto en favor de la impunidad con la normalización de un Estado de ilegalidad.