Finalizó el gobierno de Alejandro Giammattei. A mis casi 53 años no recuerdo uno peor, ni siquiera el del payaso Jimmy Morales.
El último acto fue sencillamente atroz. La expresidenta del Legislativo y el grupo de diputados afines alargaron la sesión plenaria para que asumieran los nuevos diputados por más de 10 horas, con el pretexto de haber establecido una comisión de acreditación. El ahora expresidente ni siquiera llegó a la toma de posesión del presidente entrante, ha sido el único en la era democrática en no hacerlo. Tuvieron, además, a jefes de Estado, diplomáticos y delegaciones de organismos internacionales esperando hasta la madrugada del 15 de enero para que finalmente se efectuara la juramentación del nuevo presidente, Bernardo Arévalo. Algunos de ellos se fueron antes porque únicamente venían a dicho acto. No se había presenciado un bochorno de tal magnitud en un acto de toma de posesión de un presidente en Guatemala. Raya en lo cafre y deleznable.
El medicastro Giammattei autocalifica su gestión como histórica. Y sí, coincido con él. Fue histórica la forma en que su gobierno tomó el control de todas las instituciones del Estado para asegurar impunidad para él y sus socios. Fue histórica la instalación del Centro de Gobierno (inconstitucional, por cierto), un órgano superior a cualquier ministerio o secretaría del gobierno y que funcionaba como ente controlador y facilitador de todos los negocios corruptos de su pareja. Fue histórica la famosa alfombra repleta de dinero que los empresarios rusos le llevaron. También histórica fue la compra de las vacunas Sputnik-V, con un anticipo de 50% y su respectivo contrato de suministro totalmente lesivo para los intereses nacionales. Fue histórico el fiasco de su plan de vacunación para el COVID-19. Fue histórico recetarse los presupuestos más altos en la historia del país y la forma en que los utilizó para comprar alcaldes, diputados, dirigentes sindicales y hasta votos para su partido durante las elecciones. Fue histórica la forma en que dilapidó el dinero de los tributarios para satisfacer los caprichos de su pareja. Igualmente histórica ha sido la forma en que el Ministerio Público le ha protegido al no investigar las denuncias de corrupción de su gobierno. De igual forma históricos han sido su cinismo, vileza, narcisismo y soberbia. Y más histórico aún, fue el sonoro fracaso del curandero de marras para reducir la desnutrición crónica en Guatemala. Después de su “histórica” gestión, uno de cada dos niños guatemaltecos continúa padeciendo desnutrición crónica infantil.
Y terminó su histórica presidencia corriendo cobardemente a refugiarse al Parlacen, el organismo del que prometió sacar a nuestro país durante su campaña presidencial. Pidió, como collón que es, una sesión extraordinaria y virtual, para no tener que pasar la vergüenza de ser abucheado e insultado por los guatemaltecos, como le sucedió a su antecesor, el payaso Morales.
La presidencia de Alejandro Giammattei, así como la novena legislatura del Congreso, pasarán a la historia como las peores, sin lugar a dudas. Fueron una mancuerna que funcionó en pro de la corrupción y de la impunidad en nuestro país.