Emilio Matta

emiliomattasaravia@gmail.com

Esposo y padre. Licenciado en Administración de Empresas de la Universidad Francisco Marroquín, MBA de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, Certificado en Métodos de Pronósticos por Florida International University. 24 años de trayectoria profesional en las áreas de Operaciones, Logística y Finanzas en empresas industriales, comerciales y de servicios, empresario y columnista en La Hora.

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El domingo pasado los guatemaltecos elegimos a Bernardo Arévalo presidente del país. Faltan casi cinco meses para que tome posesión, y el sistema, por medio de sus peones del Ministerio Público, hará hasta lo imposible por evitar que el presidente electo pueda tomar posesión el 14 de enero. Serán meses largos y muy probablemente turbulentos, así que aún no se puede cantar victoria.

Este proceso electoral, sobre todo en la segunda vuelta, se caracterizó por ser una lucha entre la vieja política, muy bien representada por Sandra Torres, y una opción más reciente (no se puede decir nueva porque el partido fue conformado por una mezcla de personajes de la vieja política y nuevas caras), con el novel rostro de Bernardo Arévalo, y una promesa de cambiar el sistema y de combatir la corrupción. 

Y ese es precisamente el mandato que los guatemaltecos hemos dado a Bernardo Arévalo y Karin Herrera. COMBATIR LA CORRUPCIÓN. Y esto lo deben CLARISIMO, no sólo el presidente y la vicepresidenta, sino que también todo su equipo del Ejecutivo y su bancada en el Legislativo. Impulsar agendas particulares NO fue el motivo por el cual los guatemaltecos elegimos una opción alejada de la política tradicional, y esto también lo deben entender.

Las expectativas de la población son muy altas y aunque eso es bueno, también puede ser muy peligroso para el nuevo gobernante, si él, miembros de su partido, de su equipo de trabajo o de su círculo cercano se alejan de este mandato que les fue concedido en las urnas, ya sea mediante actos de corrupción o impulsando agendas que nada tienen que ver con el combate a la corrupción. Los estrepitosos fracasos de Boric en Chile y de Petro en Colombia deben servir de ejemplo a Arévalo para entender que él no llega con un cheque en blanco a la presidencia para hacer lo que quiere, y que una mala decisión de su parte, como las que han tomado Boric y Petro siendo gobernantes, puede disminuir dramáticamente su popularidad, y con ella su gobernabilidad. 

Vale considerar que el binomio de Semilla pasó a segunda vuelta con 654 mil votos, tan sólo un 7% del total de empadronados en el país y ganó la presidencia con un poco más de 2.4 millones de votos, es decir, tan sólo 26% del padrón electoral. Estos números son muy similares a los que obtuvo Alejandro Giammattei cuando llegó a la presidencia en las elecciones del 2019. 

La actitud arrogante y revanchista que han mostrado en redes sociales algunos miembros del Movimiento Semilla, como el diputado Samuel Pérez, puede salirle muy caro al nuevo gobierno, sobre todo si se toma en cuenta que ni siquiera han tomado posesión y ya se empieza a notar en algunos miembros del nuevo gobierno la actitud de funcionarios arrogantes que tan hastiados nos tiene a los guatemaltecos.

Si a esto le sumamos el hecho de que Semilla va a tener únicamente 21 escaños, es decir, una minoría en el Congreso, la capacidad de lograr acuerdos de los diputados oficialistas será clave para que el Ejecutivo pueda llevar a cabo su programa de gobierno. Sin embargo, algunos diputados, como Pérez, ya comienzan a mostrar actitudes opuestas a lo que Semilla necesitará. 

Arévalo tiene la obligación de dialogar y alinear a los miembros de su partido en torno al mandato de combatir la corrupción. 

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