Emilio Matta

emiliomattasaravia@gmail.com

Esposo y padre. Licenciado en Administración de Empresas de la Universidad Francisco Marroquín, MBA de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, Certificado en Métodos de Pronósticos por Florida International University. 24 años de trayectoria profesional en las áreas de Operaciones, Logística y Finanzas en empresas industriales, comerciales y de servicios, empresario y columnista en La Hora.

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Emilio Matta Saravia
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Desde pequeños, nos enseñan (adoctrinan, diría yo) que uno de nuestros deberes cívicos es ir a votar. Y votar está bien cuando es parte de un proceso democrático en una república. Pero, estimado lector, se ha cuestionado usted si ese es el caso en Guatemala. Yo sí, y cada vez con más frecuencia.

Ir a votar en Guatemala, a mi criterio, únicamente alimenta un sistema político que ha caído en una espiral decadente, donde cada cuatro años vamos a votar por el supuestamente menos peor de por lo menos una veintena de candidatos a presidente y vicepresidente, similar número de candidatos para alcalde, y no menos de una treintena de listados de diputados donde con mucha suerte conocemos a uno o dos.

Los partidos políticos carecen de ideología, ni qué decir de planes y programas de gobierno estructurados, simplemente son meros vehículos electoreros cuyo único fin es recaudar la mayor cantidad de dinero posible y postular la mayor cantidad de candidatos posibles para, de resultar electos, sangrar por cuatro años el Erario, pagar favores y ver cómo consiguen repetir (en el caso de los alcaldes y los diputados), aunque sea con un partido político diferente. La consigna es reelegirse en el cargo. Se ha llegado al colmo de heredar cargos en los partidos e incluso en comunas.

Desde el lunes pasado que dio inicio la campaña electoral, los distintos candidatos y partidos políticos han tapizado literalmente las aceras, paredes, vallas y cuanto espacio esté a su alcance para publicitarse. Canciones, rostros rejuvenecidos tres o hasta cuatro décadas a puro Photoshop y hasta la remembranza de la vergonzosa pelea de boxeo entre dos alcaldes son parte del variopinto escenario. Ni un solo plan de gobierno, solo promesas vacías.

Olvidémonos de ver foros donde se discuta y se debata desde las ideas y los programas de gobierno cómo solucionar la problemática nacional, empezando por el compromiso de erradicar la desnutrición crónica infantil, mejorar los sistemas de salud y de educación pública, así como perseguir la corrupción a todo nivel. No digamos separar por completo del Estado ese fanatismo religioso neopentecostal que tanto daño hace y que está tan incrustado en el sistema como la misma corrupción, gracias a este gobierno y a su predecesor.

Lo peor del caso es que son los políticos, los diputados, los únicos que, de acuerdo con la legislación vigente, pueden reformar este sistema que promueve la corrupción y la impunidad y que les cae como anillo al dedo. Es obvio no tienen ninguna motivación para cambiar un ápice del mismo, toda vez que sirve única y exclusivamente a sus mezquinos intereses.

Lo invito a que piense, estimado lector, si su deber cívico es ir a votar por toda la partida de corruptos, sin importar a qué partido político pertenecen o qué supuesta ideología tienen, que únicamente ven la oportunidad de llegar a saquear las arcas nacionales, o si su deber cívico es no asistir a las urnas, no votar, para que cada vez seamos más quienes, con nuestro silencio, le digamos que NO a todos los corruptos.

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