Emilio Matta

emiliomattasaravia@gmail.com

Esposo y padre. Licenciado en Administración de Empresas de la Universidad Francisco Marroquín, MBA de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, Certificado en Métodos de Pronósticos por Florida International University. 24 años de trayectoria profesional en las áreas de Operaciones, Logística y Finanzas en empresas industriales, comerciales y de servicios, empresario y columnista en La Hora.

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Emilio Matta Saravia
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La inflación se define como un aumento en el nivel general de precios. Es un fenómeno que ha ocurrido a lo largo de la historia, y seguirá ocurriendo. Lo mejor que podemos hacer como sociedad y como agentes económicos es prepararnos para ello. Es un hecho que en estos momentos en todo el mundo se están viviendo procesos inflacionarios, debido, en parte, a las políticas fiscales expansivas que se dieron en distintos países para paliar los efectos negativos en la economía que causó la pandemia del COVID-19.

También han ocurrido fenómenos un poco más complejos que la han detonado. El año pasado, la mayoría de los países del mundo se paralizaron debido a la pandemia, por lo que también se detuvieron las cadenas de abastecimiento de la mayoría de los productos en el mundo. Cuando poco a poco fueron reiniciando operaciones y reactivándose las cadenas, hubo una fuerte demanda por distintos productos y servicios debido a los estímulos que se dieron en los distintos países, principalmente en las economías más importantes, para reactivar la demanda de productos. Sin embargo, la oferta de bienes y de algunas materias primas, no ha logrado satisfacer la demanda, incrementando los precios de las mismas. El petróleo no ha sido la excepción, ya que los precios internacionales del crudo han sufrido un importante aumento, con el consiguiente efecto en los precios del transporte. Como colofón, la oferta de medios de transporte comercial, barcos, contenedores, etcétera, también se ha visto ampliamente rebasada por la demanda de fletes, hecho sin precedentes en la historia reciente del comercio, lo que ha contribuido significativamente al desabastecimiento y por ende al incremento de precios. Por ejemplo, un flete de China a Guatemala costaba alrededor de tres mil quinientos dólares antes de la pandemia. Hoy en día el mismo flete puede costar unos doce mil quinientos dólares, si se logra encontrar equipo (contenedor) para meter su mercadería y vapor (barco) que lo traiga a Guatemala.

Aunque esta situación es temporal y a mediano plazo se estabilizará, en el corto plazo sí está teniendo un impacto significativo en los precios de la mayoría de los productos. Esta inflación mundial ya tiene efectos negativos en Guatemala, tanto en el abastecimiento de productos como en los precios de materias primas y bienes terminados. Cualquier persona que tenga negocios vinculados en comercio internacional puede dar fe de esto.

Si los efectos de este fenómeno aun no son del todo sensibles en Guatemala, se debe en gran parte a la preponderancia que tienen las remesas familiares en la economía nacional (sobre este tema haré otra columna separada). La oferta de divisas que suponen los más de 9 mil setecientos millones de dólares que han ingresado a Guatemala este año en concepto de remesas, ha servido de importante contrapeso para frenar el aumento de la demanda de divisas que genera la factura petrolera (las importaciones de petróleo y sus derivados al país), cuyo principal efecto en la economía es la devaluación de la moneda. Esa estabilidad cambiaria se debe a las remesas familiares y no a las medidas económicas que el gobernante ilusamente cree que él y su equipo toman.

Para lo que resta del 2021 y probablemente el 2022, se vendrá inevitablemente un escenario inflacionario. Negarlo va a ser una estrategia errada. Afrontarlo y tomar las medidas macroeconómicas pertinentes desde ahora disminuirá su impacto a la población.

La inflación es el peor de los impuestos, principalmente para los más pobres.

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