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El feminismo como  fuerza social a lo largo de los siglos ha atravesado fronteras y culturas, marcando un camino de la equidad y los derechos humanos consiguiendo transformaciones que  impactaron la vida de las mujeres y moldearon estructuras políticas, económicas y sociales que hoy dan sustento a sociedades más inclusivas.

Entre ellos, el derecho al voto,  demanda que parecía impensable en sociedades donde la política era un terreno exclusivo para los hombres. En Guatemala se logró hasta 1965, al reconocer el voto a toda persona mayor de edad, sin distinciones de género, condición económica o situación escolar.

El acceso a la educación,  fue durante siglos un privilegio masculino, pero las demandas feministas,  abrieron las aulas a las niñas y jóvenes, quienes comenzaron a desarrollar carreras académicas y profesionales en igualdad de condiciones. Tal es el caso de Graciela Quan Valenzuela, una de las primeras abogadas de la Universidad de San Carlos.  

Para 1919, las mujeres representan la mayoría de la población universitaria, constituyendo el 53% de los estudiantes y 62.4% en graduaciones en comparación con 37.6% de hombres, según el Instituto Nacional de Estadística (INE) de Guatemala. Lo que llevó a las mujeres a ocupar puesto importantes en la sociedad, logrando la conquista de espacios académicos y científicos permitiendo  que grandes investigadoras contribuyeron con descubrimientos médicos, tecnológicos y sociales que hoy impactan directamente en la calidad de vida de la humanidad.

El derecho a  utilizar métodos anticonceptivos y decidir sobre la maternidad ha  cambiado radicalmente la vida de las mujeres, quienes se ven  libres de imposiciones sobre su futuro personal y profesional.

Igualmente, las organizaciones feministas, han promovido protocolos de salud que buscan garantizar atención digna, reducir la mortalidad y promover la seguridad en la maternidad.

Y esto nos lleva a la  inclusión  laboral, logrando abrirse espacios en ámbitos antes prohibidos para las mujeres, demostrando que la capacidad  depende de las oportunidades no  del género.

Llegamos a la igualdad en la legislación matrimonial, lo que por años fue un tabú, hoy es un derecho, con relaciones de pareja basadas en la igualdad jurídica y en el reconocimiento mutuo permitiendo que las mujeres  decidan sobre sus bienes, su futuro y la crianza de los hijos sin estar sujeta a la tutela del esposo.

Dando paso a la participación política más allá del voto. Hoy las mujeres ocupan cargos públicos y posiciones de liderazgo que antes eran exclusivas para los hombres. Quedando aún pendiente la paridad y la necesidad de que la voz femenina no solo esté presente, sino que tenga peso real en las decisiones que afectan a la sociedad entera.

Esto ayudó al reconocimiento de la violencia de género, visibilizando la violencia contra las mujeres como un problema social y no privado. Dejando de normalizar los abusos dentro de los hogares y espacios de trabajo. Hoy existen leyes, protocolos y campañas que buscan erradicar este tipo de violencia, al tiempo que se generan políticas públicas para proteger a las víctimas y sancionar a los agresores.

De aquí saltamos al derecho a la propiedad y al trabajo autónomo. En muchas sociedades, las mujeres no podían poseer tierras, abrir cuentas bancarias o dirigir negocios. El feminismo rompió con estas restricciones legales y sociales, impulsando la independencia económica de millones de mujeres, clave para reducir la pobreza y para fortalecer la participación femenina en la vida productiva.

Campos importantes de resistencia feminista fueron la literatura y el arte, desde donde se  impulsaron escritoras, cineastas, pintoras y periodistas reconocidas. Casos como Guisela López, Verónica Sacalxot, Rina Lazo, Verania López, son ejemplo de ello.

Esta transformación sociocultural ha dado paso a  las nuevas masculinidades que promueven relaciones más equitativas, libres de violencia y basadas en el respeto mutuo, con un impacto directo en la construcción de sociedades más justas.

Edith González

hedithgonzalezm@gmail.com

Nací a mediados del siglo XX en la capital, me gradué de maestra y licenciada en educación. He trabajado en la docencia y como promotora cultural, por influencia de mi esposo me gradué de periodista. Escribo desde los años ¨90 temas de la vida diaria. Tengo 2 hijos, me gusta conocer, el pepián, la marimba, y las tradiciones de mi país.

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