El día en el que, durante el desayuno, les compartió a los otros el contenido del sueño que había tenido la noche anterior, no tenía él ni idea de lo trascendental que eso sería para el resto de su vida.
A sus ojos, se trataba de una visión nocturna poco complicada, aunque, sí, algo extraña. Para sus adentros, pensaba que mucho le agradaría llegar a saber qué impresiones o vivencias diurnas le habrían podido generar esas imágenes que acababa de recomponer en su cerebro para dotarlas de un sentido y poderlas contar. Resumo:
La primera imagen soñada se refería a que el presidente de los EE. UU. había tenido un accidente automovilístico del cual había salido ileso, pero que había motivado su inmediata reclusión en un centro de asistencia para su más completa y moderna evaluación médica. Todos los noticieros nacionales se referían al incidente y comentaban según su particular sesgo o interés. En el ámbito internacional sucedía lo propio, ahora con voces en lenguas ajenas, aunque siempre con traducción al “idioma civilizado por excelencia” (léase: inglés).
En términos de opiniones, la paleta de comentarios expertos era realmente amplia. Estaban aquellos que veían en el evento una especie de “revancha” de la naturaleza por ser el accidentado un señor renuente a creer en el fenómeno del cambio climático (“es en la conjunción de lluvia en estación seca y el repentino cambio de temperatura ambiente a lo que se debe atribuir la aparición de la delgada capa de hielo sobre el pavimento que ocasionó el percance”… pensaban estos radicales). También los había aquellos que afirmaban haber avistado drones procedentes de naciones enemigas que estuvieron estacionados en el cielo justo encima del lugar del siniestro minutos antes del suceso…; los que afirmaban que el espíritu de un ser de gran tamaño y feo aspecto (Rasputín, tal vez) había estado dejando huellas gigantes que muchos, equivocadamente, le atribuían al legendario “Bigfoot” o “Pie Grande”. El listado sería interminable…
En un segundo momento o “segunda imagen”, aparece la figura de una joven reportera de la categoría de los “caza noticias de a pie” o de “cronista de guerra” de carácter independiente y libre; aperada, ella, de un bloquecito de hojas de papel (de los usados para el arte de la taquigrafía) y de una cámara de fotografiar liviana y de buena calidad, integrada a su teléfono celular.
Se interesaba la señorita en algo que no parecía llamar la atención de nadie más: el contenido del “casillero” en el que se encontraban todas las pertenencias que portaba el presidente al momento del accidente y de las que se debió despojar a su ingreso al centro de atención para facilitar cualquier inspección médica que fuera necesaria. Una operación que transformó al susodicho en dos aspectos o masas de él totalmente diferenciados y muy interesantes de observar (sobre todo, en consideración de la rara oportunidad de poderlo hacer de forma tan pausada y “a cielo abierto”; esto es, sin necesidad de recurrir a la intimidad de su hogar). Por un lado, un cuerpo desnudo, resguardado del frío y protegido de cualquier indiscreción por una bata hospitalaria color celeste cielo; acostado en una camilla. Por el otro, un montón de objetos materiales de tipo personal que llevaba consigo. Unidos, ambos constituían la figura básica o esencia del importante señor. [La parte biológica o animal y la parte puramente artificial o moldeada por el ingenio humano -diría un zoólogo filosofante-].
La siguiente imagen se refiere a una sencilla actividad que empieza a desarrollar la periodista durante el sueño (con autorización y con la colaboración expresa, de las autoridades encargadas, ¡algo insólito!) consistente en cotejar la lista de los objetos dejados en resguardo con los objetos físicos realmente contenidos en el casillero; y tomarle una o varias fotos, a cada uno de ellos,… que una corbata, que una camisa, que una gorra roja de beisbolista, que un pantalón color gris Oxford, que un cinturón color vino tinto de cuero artificial, que unos calzoncillos tipo bóxer, que unos calcetines demasiado claros para ser juzgados como “elegantes”, que un par de zapatos tipo mocasín, que un pañuelo blanco, que una billetera con múltiples tarjetas de crédito,…; todo normal. Normal hasta que se revela una acción por nadie esperada: la fotografía que realizaba la insólita señorita de cada una de las prendas incluía, también, la de su correspondiente marca comercial y país de origen (“made in…”) que eran enviadas, en directo (después se supo), a un conocido editor…
Para asombro de todos, resulta que la procedencia de los artículos dejados en custodia era, mayoritariamente, de la China Continental (“made in China”)… salvo uno que otro de Vietnam y de Bangladesh… Algo que nadie esperaba y que, ¡ya se pueden imaginar!, causó una conmoción global. Repercusiones en las bolsas de valores y, sobre todo, en la reputación del señorón.
Pocos días después de la confesión de su sueño en el círculo de sus más próximos familiares (sus papás, sus hermanos y un primo hermano que se encontraba de visita y desayunaba con ellos aquella mañana) empezó él a sentirse acosado por gente extraña. Gente de civil que se le cruzaba en la calle y murmuraba cosas apenas inteligibles como “traidor” y “vendepatrias”… (Alguien debe haber “colado” la información sobre mi sueño -pensó para sus adentros-).
Al poco se cansó y decidió optar por el ostracismo como estrategia para guardar su integridad física y disfrutar de alguna tranquilidad de espíritu. Se fue a vivir en una bella y lejana isla tropical acompañado de su pareja de siempre. Y cuentan que vivieron muy felices; que tuvieron muchos hijos; y que ni cuenta se dieron de cuando ya habían cambiado las circunstancias y ya no era necesario vivir como si no existieran…