Me lo relató un conocido que es de fiar:

“Cuentan que, cuando iniciaron los trabajos para arreglar el tramo carretero entre “San Antonio El Bajo” y “San Antonio El Alto”, poblaciones rurales en jurisdicción del Departamento de Jodontepeque, el alboroto, la polvareda y el desorden que se adueñó del paisaje -dado por los hombres y la maquinaria trabajando- coincidió con el de la repentina “enfermedad” de la única camioneta que conectaba ambas poblaciones. Ya no estaba ésta apta para subir con energía la gran cuesta, ni para bajarla con seguridad para la vida de sus pasajeros. ¡Y echaba una cantidad de humo! -decían algunos-.

“Como lo que nos interesa es el caso de la camioneta declarada inepta, no perderemos tiempo haciendo referencia al efecto de los peones camineros allí presentes, consumiendo alimentos preparados por las señoras de los precarios caseríos ubicados a inmediaciones de la obra en construcción y, con ello, contribuyendo a la mayor riqueza y el desarrollo (¿) de las poblaciones y, además, propiciando el establecimiento de cantinas, bares y prostíbulos que antes eran ajenos a esas comunidades así como la de nuevas iglesias pletóricas de afiliados gustosos de dar testimonio de sus desdichas al apenas ocultarse el sol y disfrutar de melodías de dudosa calidad y a un alto volumen…

“Volviendo al asunto de la camioneta, dicen que, después de pensarlo detenidamente, el propietario del autobús, decidió confiar la elaboración de la receta para rehabilitar el vehículo a sus usuarios o pasajeros; y así lo hizo. Dicen que, entre otras, las principales razones que lo movieron a eso fueron su bajo costo (no tendría que contratar a desconocidos) y la certeza de que, como sus usuarios, ¿quién más que ellos podrían detectar las deficiencias más relevantes del transporte que necesitaban?

“Los pasajeros, satisfechos de ser tomados en cuenta de esa tan relevante manera y, muchos de ellos, con la inconfesada creencia de, así, estar en condiciones de “colar” algunas de sus sabias propuestas y contribuir, de esa manera, a la construcción de su transporte ideal, se dieron a la tarea de conversar entre ellos e ir llenando papelitos conteniendo sus deseos, sus recomendaciones y hasta sus caprichos. Papelitos que, luego, hacían llegar al propietario de  la camioneta en cuestión y, coincidentemente, de la única empresa de transportes de la región.

“Fue así como -¡así cuentan que fue!- sobre el escritorio del sagaz empresario se juntó una gran cantidad de curiosos papelitos conteniendo ideas; ideas todas salidas del corazón y de los deseos de casi todos los que habían tenido la dicha de usar alguna vez la querida camioneta –“La Chusita”, le llamaban, y era un artefacto del cual guardaban recuerdos hasta los abuelos-; ideas tales como: el cambio del color del autobús, la mejora de la comodidad de los asientos, la puntualidad de la prestación del servicio, la velocidad que debería alcanzar el vehículo tanto en subida como en bajada (asunto sobre el cual se notaban grandes diferencias de opinión), la edad y experiencia recomendadas para el piloto y ayudantes, el precio del pasaje, el volumen y tipo de canciones que debería poner el piloto, y etc.

“Cuando llegó el día en el que el dueño debía tomar su decisión en el sentido de que su única camioneta volviera a un estado aceptable para seguir prestando el servicio de transporte, se percató de varias cosas -todas ellas importantes-.

“No sabía cómo entender, por ejemplo, el valor de cada una de las recomendaciones recibidas porque ninguna de ellas explicaba su razón de ser de la manera en que estaba planteada (por ejemplo, no sabía a qué podía obedecer que alguien sugiriera que la camioneta debía ser verde perico o totalmente negra (¿); o a qué razón que el piloto debería saber inglés; o aquello de que el servicio de transporte debía ser gratuito, y aquello de no pitar a la hora de la llegada o de la salida de las estaciones, …).

“También hubo algo que apenas notó cuando ya le apremiaba tomar una decisión y apartar el dinero para invertir en ella: no encontraba ninguna recomendación orientada a lo mecánico del vehículo (la culata, los pistones, el carburador,…), a las opciones económicas que debería tomar en cuenta… y, por supuesto, ninguna razón o argumentación para alumbrar su indecisión en ese momento.  ¡Como que se había olvidado la generación de recomendaciones y razones producto de personas realmente conocedoras de vehículos y de todos los secretos concernientes a las empresas de transportes -que era el giro que le debía interesar-!

“Y la anécdota termina en que, finalmente y ante la premura del tiempo, resulta que el propietario del autobús y de la empresa tiró al cesto de la basura el montón de papelitos y terminó comprando una camioneta rodada que le ofreció su cuñado como la única y mejor oferta (sustentada en que en los Estados ésta era sumamente eficiente rodando 200 millas diarias -aunque sin decir él que en plano-)… Y los usuarios consultados no tuvieron más que continuar con sus tristes y lastimosas rutinas de siempre… a la espera de que el nuevo autobús se averiara y al dueño se le volviera a ocurrir volver a consultarles…”.

“A buen entendedor, pocas palabras bastan” -pienso yo-. En un símil o comparación, los usuarios de la camioneta inepta bien se pueden entender como los ciudadanos votantes de cualquier triste país.

Traigo a relucir la anterior anécdota porque pienso que viene al caso en mi testarudez de animar a que la ciudadanía asuma el tema de la necesidad de que en Guatemala lleguemos a contar con una Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) a la altura de nuestras auténticas necesidades. Insisto en el tema porque estoy convencido de que si algo se puede mejorar en nuestro país vía la existencia de una norma de seguimiento obligatorio es llegando a contar con una LEPP que se ajuste a nuestra realidad cuyo diseño y elaboración primaria sea encomendada a gente que realmente sepa de eso; algo que solamente se puede aproximar abordando el desafío de diseñarla de manera seria y comprometida.

Lo de “de manera seria y comprometida” es asunto toral en este caso y es algo que debemos llegar a comprender en su justa dimensión; aunque resulte difícil. Soy yo de la opinión que, hasta que la actual LEPP no se cambie en el sentido de permitir que su evolución sea encomendada a personas que conozcan a profundidad sobre el tema y entiendan que para fundamentarla, además de la opinión de los usuarios (importante su opinión, aunque sean legos en la materia) deben recurrir a expertos que los auxilien con conocimientos provenientes de la sociología, de la antropología y hasta de la psicología social, en Guatemala seguiremos siendo embobados, cada cuatro años y a partir de las convocatorias que realizan las CAMES, en la ilusión de que los políticos toman en serio las necesidades y las razones de la población civil organizada.

Edmundo Enrique Vásquez Paz

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