En mi texto anterior referí cómo había dado con una sala de exposiciones con una muestra de “textos y otras expresiones audiovisuales” conteniendo testimonios e impresiones sobre lo que está sucediendo actualmente en el mundo. Testimonios e impresiones sueltas, aparentemente desarticuladas, pero que se deberán considerar al momento de intentar una explicación total del gran fenómeno de la constitución de un Nuevo Orden Internacional.
Incluí, en aquella oportunidad, dos ideas un tanto singulares frutos de autores anónimos que pueden, ellas, contribuir a la construcción ordenada de una razón aceptable del “cómo” y del “qué” de lo que parece estarse instalando en nuestro planeta. Las encontré en una iluminada construcción, llamada “Galería de Absurdos”, ubicada en mi fantasía y en el fondo del mar.
Continúo en esta ocasión con una pequeña muestra de otros símbolos o señales que se me dieron a ver en el camino y se me grabaron en la memoria. Algunos, lacónicos, llamaron mi atención seguramente por su contundencia; otros, más elaborados, por lo ingenioso de las ideas relacionadas o por lo sorprendente de su lógica (o “ilógica”). Continúo, entonces.
Para aprovechar mejor el espacio dado por la gran altura del techo del salón contiguo a la entrada de la “Galería de Absurdos”, se había construido un piso intermedio (mezzanine, le dicen los arquitectos) que consistía en un corredor largo que parecía colgar del techo y desde el cual se podía ver el recibidor, por un lado, y apreciar pequeños cuadros o afiches pegados a la pared, por el otro. Se accesaba a ella por unas gradas de madera que rechinaban un poco.
Subí las gradas y me encontré con un modesto rótulo fabricado con letras cortadas en duroport azul que llamaba a ese corredor “Callejón de los Pasos Perdidos”. Un nombre sugestivo que despertaba aún más la curiosidad al leer las letras más pequeñas, que decían: “Muestrario de Testimonios de Hombres Confundidos”…
El primero de los papeles que leí rezaba, más o menos, de la siguiente manera:
“Toda la vida lo intuí y, ahora que me doy cuenta, no puedo si no que arrepentirme públicamente. Arrepentirme por haber dedicado tanta de mi energía para cultivar una equivocación que me distrajo. Una equivocación que, estoy seguro, no ha sido solamente mía, aunque sea yo de los pocos -o el único, talvez- que se atreve a reconocerla abiertamente”.
“Creí, siempre, que “el gran maligno” era el “modelo”; el “modelo económico-político formal” que se deseaba imponer en el globo; un modelo que solo podía prometer bienestar y felicidad para todos (¿), aunque resultara, a ojos vista, que no lo era en absoluto…”.
“Me dejé engañar -o distraer- por la figura, por el modelo, lo confieso. Leí textos teóricos en contra del sistema y admiré los razonamientos académicos que los sustentaban; simpaticé, también, con todos aquellos que sabían exponer argumentos cuerdos cuestionándolo. Pero nunca pensé que, antes que el modelo en sí, debía poner atención a “su mensajero” y, sin distraerme, cuestionar, con todo rigor, cuán serio y auténtico sería éste”.
… recordé aquello de la importancia de “no confundir el Milagro con el Santo”; que tanto repetían las abuelitas…
“No es si no hasta ahora que me doy perfecta cuenta de cómo, durante tanto tiempo, el “vendedor” de la mercancía (la consabida “medicina universal para consolidar el mundo libre”) la estuvo vendiendo enfrente de las narices de todos y, sin el más mínimo recato, pregonando que era un sacrificio que realizaba por el bien de la humanidad y de la civilización occidental … pero ocultando que su único propósito era aprovecharse de los demás para su propio y exclusivo beneficio; mintiendo, también, en términos de que sus principales beneficiarios serían sus connacionales … Connacionales que, bien adiestrados, sabían hacer siempre bulla en favor de las acciones perpetradas a otros, en su nombre, pensándolas siempre como buenas, justas y hermosas”.
“No lo percibí así porque me distraje; o me distrajeron. Ahora, aunque lamentando el tiempo perdido, agradezco que el perpetrador haya salido del armario y hayamos podido abrir bien los ojos”.
Otro trozo de papel, más adelante, también contenía un importante juicio. Un juicio que es necesario conservar en la memoria porque, aunque consignado en el “callejón de los sentimientos no confesados” a título de noción de una sola persona es, con seguridad, un secreto no manifiesto que está muy extendido y lo comparten muchas personas; personas que, más reservadas y temerosas, no se atreven a admitirlo y gritarlo al mundo porque intuyen que, en el fondo, contiene algo de sacrílego, de pagano o de pecaminoso -aunque son incapaces de realizar la introspección necesaria para reconocerlo-. Y se abstienen de hacerlo; un tanto por vergüenza…
El texto era breve. En síntesis, decía algo así:
“Estamos contigo porque sabemos que tienes el soberano derecho de actuar en función de tu propia seguridad y de tu propio beneficio; seguridad y beneficio del cual somos parte natural nosotros porque compartimos la raza y el designio divino de ser los que debemos henchir y sojuzgar la tierra”.
Me gustó, este último afiche, por su contundencia y la gran seguridad con la que está expresado: afinidad racial, indiscutible (¡), pues ni murushos ni pishpinudos [Nota: consultar la obra “Semántica guatemalense”, Lisandro Sandoval, Tipografía Nacional, Guatemala, C.A., Abril de 1941]. Lo que me llamó a dudar un poco fue la “fuente de su razón”, un tanto dogmática; para mi gusto…