El éxito de las sociedades reside, básicamente, en su capacidad de dotarse de satisfactorias por sí mismas. Y esto se fundamenta en la forma de organización que tienen para articular sus necesidades y para buscarles respuestas. Una de esas formas es la que se refiere a saber pensar como conglomerado y saberle sacar provecho a esa capacidad.
En muchos de los países desarrollados, la tradición es que los jóvenes estudiando contribuyan con lo que deben hacer en el transcurso de sus estudios para participar, de manera organizada (muchas veces sin percatarse de ello), en el desarrollo de proyectos que son iniciativas que vienen de arriba, esto es: de las facultades o de los institutos que las integran. Frecuentemente, consisten en tareas o “desafíos” propuestos por entidades gubernamentales que, más allá de las empresas privadas que pueden contratar, saben buscar apoyo en sus universidades y en la capacidad nacional instalada de la cual gozan.
Sin entrar en mucho detalle, en la práctica, la participación de los estudiantes, todos, en esos procesos orgánicos de investigar, funciona así: cuando un estudiante debe desarrollar cualquiera de los múltiples trabajos de investigación prescritos en el pénsum de su carrera, por lo general, él no propone el tema a ser desarrollado como la investigación o investigaciones que deben culminar con la presentación, por ejemplo, de una tesina, de una tesis de grado o de una tesis de doctorado. Lo regular es que el estudiante escoja su tema de entre el limitado listado que se le ofrecen en las carteleras de los diferentes institutos de su facultad. Nombres de investigaciones/trabajos académicos concebidos para aportar o contribuir a objetivos de investigación o de conocimiento que se ubican en una dimensión superior a la de esos trabajos en particular.
Cuando el estudiante escoge uno de esos temas de trabajo y lo desarrolla, sucede que, automáticamente, él se está integrando a un equipo de investigación ubicado en un rango superior y estará aportando al feliz desarrollo de un proyecto de investigación ideado por un profesor experto. Por esta razón es que bien puede decirse que toda la universidad investiga; que todos sus integrantes son investigadores… cada uno en su correspondiente nicho.
En términos organizativos, los proyectos de investigación están diseñados como pequeñas pirámides en las que los ladrillos que están más próximos a la base son trabajos necesarios para apuntalar la construcción de los que están en las filas superiores. Y cada uno de los trabajos tiene un asesor que está interesado en que el trabajo que elabore su asesorado sea realmente de calidad y contribuya a que él produzca, también, algo satisfactorio. Algo que, a su vez, deberá contribuir al desarrollo de otro nivel. Y, así sucesivamente.
A la luz de lo anteriormente referido, resulta pertinente plantearse preguntas tales como si la modalidad nuestra -consistente en que, por regla general, son los propios estudiantes los que van definiendo sus temas, pero sin necesariamente obedecer a un plan de investigación de mayor envergadura y mayor alcance- no significa el permanente desperdicio del gran potencial que representa la juventud inquieta y creativa.
Debo aclarar que mi intención no es ilustrar, así por así, sobre lo que es práctica en otros lugares del mundo. Mi propósito es abrir un espacio para reflexionar si no sería conveniente adoptar una modalidad similar aquí en Guatemala.
No deja de ser curioso cómo en sociedades más organizadas y pertenecientes al “primer mundo”, por el simple aprecio o amor que se tienen a sí mismas, orientan la energía y el talento de sus juventudes a fortalecerse como naciones o patrias consistentes. Y, es curioso que, en países como el nuestro, prácticas de este tipo las juzguemos como deleznables (prácticas “antisistema”, dicen, porque se basan en la consideración de la importancia del bienestar social y lo comunitario).
Deberíamos ponernos a “pensar bien”; creo…