Siempre ha sido preocupación mía el tema de la necesidad de que en las sociedades que pretenden ser viables, sobre todo en el aspecto de su posibilidad de gobernarse por sí mismas -esto es, gobernadas en función de la existencia de un “soberano” operativo-, la ciudadanía disponga de una formación suficiente como para que, cuando se habla de temas de política esto no se realice en el vacío. Dicho de otra manera: para que, cuando se hable de los temas que deben concernir a todo los que son gobernados, todos sepan con certeza de qué es de lo que se está hablando. Y logren, así, tener una opinión fundamentada que los haga optar por las mejores opciones planteada.
En la actualidad, se debe constatar la generalizada carencia de la mediana claridad necesaria para poder confrontar ideas, posiciones de interés y criterios, eventualmente contrapuestos, en un espacio que permita encontrar soluciones aceptables; soluciones que apunten a la construcción de situaciones mejores que las originales. Y esta situación parece extenderse como una plaga por todo el planeta. Algo que, verdaderamente, debe preocupar porque adquiere connotaciones insospechadas y completamente inconvenientes para todos. Yo, es así como lo percibo y lo veo, reconociendo mis limitaciones para hacerlo de manera auténticamente documentada y atreverme a decir cómo deben entenderse las cosas.
Por supuesto que distingo un principio ordenador. Un principio consistente en el interés personal y grupal de que predomine la satisfacción de sus propios deseos. Algo que considero lógico y natural. En donde las dudas me asaltan es en la manera radical, egoísta o aparentemente irracional en que se admite moralmente el logro de las aspiraciones: “aunque sea a costa de los intereses básicos de los demás”. Parece que la formación utilitarista a la que nos hemos venido sometiendo está rindiendo sus frutos …
Permítanme transmitirles un par de inquietudes y reflexiones relacionadas con esta temática; con el espíritu de que animen a algunos a la reflexión. Se trata tan solo de dos, asociadas ambas a la manera en que se entienden los contenidos de los nombres (o “etiquetas”) que se les da a las diferentes corrientes de pensamiento político (las “ideologías” de cada una de ellas). La una, corresponde más bien al ámbito de la experiencia provincial (nuestro país); la otra, a lo que se nos permite ver del mundo.
En el espacio relacionado con nuestra necesidad de entender el mundo de las posiciones políticas existentes y la fortaleza que le podríamos adscribir a cada una, se dan fenómenos o “prácticas sociales” que pienso que es necesario tener presentes.
Es un hecho que estábamos (o seguimos estando) acostumbrados a una práctica de por sí indeseable: la práctica consistente en “encasillar” a las personas en cajones perfectamente etiquetados. Indeseable, sí, aunque con la atenuante de poderse pensar que, hasta cierto punto, es un mal manejable. Por ejemplo, educando a las personas en el conocimiento de lo que es y significa cada una de las “etiquetas” …
La práctica de “etiquetar” -así como la conocemos- es un uso que parte del hecho que las diferentes “marcas o distintivos” que se emplean tienen un significado definido de manera vulgar, sin ningún vínculo con el conocimiento serio y fundado; por lo regular a partir de características o atributos caprichosos, exagerados, simplistas, amarillista, escandalosos… y, visto así, falsos. Y su uso está generalmente destinado a descalificar, condenar, a personas, grupos de personas, actitudes o ideas… recurriendo a la difundida ignorancia. Esto es: aplicando la “falacia ad hominem” de manera tal que la descalificación se dé por el simple hecho de aceptar que la opinión o el gesto emana de personas o grupos a los que se les adscribe corresponder a una determinada etiqueta, pero sin ponerle atención y calificar el sentido o la razón del asunto en cuestión.
Esta práctica la hemos considerado relativamente manejable porque se piensa que, en la mayoría de los casos y aunque difícil, se puede llegar a resolver educando/ formando a la ciudadanía, dotándola de mayores conocimientos sobre las definiciones serias de los cajones o “etiquetas” y evitando, así, que se mal usen para clasificar a la gente de manera inapropiada.
La sorpresa que nos estamos llevando es cuando constatamos que ese original mal uso de las etiquetas por parte de personas ignorantes, fanáticas o mal intencionadas está mutando a ya no ser debido al desconocimiento del verdadero significado de las mismas sino que al hecho de que “las etiquetas” se están vaciando de contenido. Dicho de otra manera: hoy por hoy, ya nadie puede tener confianza en haber identificado el cajón en donde él encaja porque se aproxima muchísimo a sus gustos y referencias … Y, lo que es más grave: ya nadie puede dar fe de manera medianamente fidedigna de cuáles son los contenidos ideológicos o programáticos que significan a los diferentes partidos políticos o movimientos político-sociales.
Si antes era medianamente seguro que al uno afiliarse a un movimiento o partido con este o tal nombre (“etiqueta”) estaría adscribiéndose a principios y programas de gobierno de esta o la otra orientación general (“la ideología tradicional de nuestra familia”, “el pensamiento y los ideales del abuelo”, como podrían decir algunos), ahora resulta que ya no es así y es difícil entender que obedezcan a un natural cambio o evolución adaptándose a los tiempos pero preservando las raíces.
Una forma de percibir cómo lo anteriormente apuntado es un fenómeno real que empieza a ser atisbado como problema para el ordenamiento político-social (están desapareciendo las “brújulas” ideológicas y programáticas) es cuando se nota la insistencia por preguntarle a las señoras Sheinbaum (México) o a la señora Wagenknecht (Alemania) cómo definen la idea de “izquierda” o la ideología de sus partidos o cuando se siente que en los EE.UU. no pareciera importarle a la opinión pública cuáles son los contenidos ideológicos de los grandes partidos políticos y la ciudadanía se conforman con lo que son las interpretaciones personales que manifiestan sus líderes políticos…
A mi modo de ver, esa aparente desorientación ideológico-partidista que me llama la atención, se nota de manera más clara y adquiere su más asombrosa realidad cuando se observa a la vieja Europa y la manera aparentemente desordenada e impúdica en que se gestan las coaliciones y las alianzas interpartidistas para la búsqueda del poder… Coaliciones antes inimaginables porque significan la amalgama de principios y de prioridades que cualquiera hubiera pensado que eran incompatibles y que, ahora, resulta que no lo son. Por ejemplo, cuando se pueden encontrar fenómenos como el de la existencia de un contingente socialdemócrata adscrito a un determinado partido político que se declara, sin ningún asomo de vergüenza, pro-guerra o anti-migrantes …
Son, todas, cuestiones que ameritan una reflexión. Aunque sea para llegar a constatar que son falsas apreciaciones, fenómenos inexistentes …