Vi por la tele la transmisión del así llamado “Debate presidencial” entre los contrincantes para el caso de las próximas elecciones en los Estados Unidos de la América del Norte (EEUU). Esto, debido a la inevitable curiosidad que un evento así puede despertar en una persona que, como yo, trata de estar informado -evitando, permanentemente, la avalancha de desinformación existente y ante la cual uno ya no sabe cómo proceder, con su modesto discernimiento, para no ser sujeto de una triste alienación-.
No me sorprendió lo grotesco de la participación de los candidatos a la Presidencia de los EEUU. Realmente, no podía esperar otra cosa.
Lo que sí me sorprende es la manera en que reaccionan los críticos y el público en general; la falta de comprensión de lo que el acto ofrecido revela sin ningún pudor. Y su gravedad.
Todos parecen caer en la trampa de analizar lo visto y escuchado por parte de los actores invitados, con el propósito de demostrar que son los más listo y más perspicaces para aportar a lo que parece ser el gran atractivo de la “confrontación entre los titanes”: determinar quién de los dos fue el ganador -como sucede en cualquier espectáculo deportivo-.
Y, entonces, como la natural secuela de lo sucedido, como grandes sabios y oráculos, los comentaristas cuentan las veces en que los actores parpadearon, las veces en que se mencionó tal o cuál término, los microsegundos que se demoraron en responder, el tono de sus voces, … introducen esos datos en sus acelerados cerebros o en programas de computación que con fantástica velocidad los convierten en cifras (números absolutos y caprichosos porcentajes) que luego interpretan a la luz de las edades de los susodichos … y de sus particulares estimaciones de lo que fue veraz y de lo que fue mentira …
Considero, modestamente, que no nos damos cuenta de la gran farsa en la cual estamos viviendo y quiénes son los responsables de ella. Sin pretender descubrir la auténtica verdad sobre el terrible fenómeno que observo, me formulo algunas preguntas.
¿Fue este debate organizado por los candidatos y sus correspondientes partidos políticos o fue un medio de comunicación privado el de la idea y el encargado de su realización?
En el primer caso (por interés de los políticos), el medio (CNN) solo les sirvió de instrumento para sus mediocres revelaciones y poner más en “modo de susto” a la humanidad entera. Es algo que no habla nada bien del medio, en particular, y de la prensa, en general.
En el segundo caso, la situación es aún peor desde la perspectiva de la madurez de los medios porque permite a uno preguntarse cuestiones tales como:
¿Estaba consciente el medio del hecho de que los debatientes eran solamente sus invitados y no los dueños del espectáculo?
Esto es importante saberlo porque respondería a interrogantes tales como: ¿por qué permitían que los candidatos evadieran las preguntas? ¿no tienen moderadores de calidad y con carácter -con la consciencia de que le estarían haciendo un bien a la nación y al mundo arrinconando a sus invitados con preguntas realmente agudas y con verdadero sentido-?
¿Sabía el medio cuál era el propósito del evento?
Esto es importante porque significaría que, pese a conocer ellos (el medio) lo relevante que sería para los votantes conocer la posición de los candidatos con respecto a los diferentes asuntos, les cedían la cancha para que se arrellenaran, cada uno, en sus particulares terquedades, y no ofrecieran a los espectadores nada nuevo.
Pretendo comprender que el programa que presencié no fue concebido para puros efectos de la distracción de su público (tipo los “foros” de la antigua Roma). Quisiera entender que los que idearon ese programa o evento (el “Debate Presidencial”), lo pensaron y lo realizaron con objetivos de mayor altura a los de, simplemente, proporcionar un espacio para que los candidatos invitados pudieran “lanzar al viento” y sin consideración a ningún contexto o lógica, sus particulares versiones, ocurrencias o vislumbres de ataques. Quiero creer que lo hicieron con la intención de brindar a los votantes mayor criterio al momento de decidir por quién votar. Pero me cuesta creerlo. Permitieron, por ejemplo, que los candidatos se presentaran como auténticos déspotas de sus primitivas y personales ideas, sin intentar, en ningún momento acreditar las razones de fondo de sus políticas, de sus programas de gobierno y de la voluntad y aspiraciones de sus partidarios.
¿Cuántas veces dijo alguno de los candidatos: en mi partido creemos que … En mi partido confiamos en que …, por estas y estas razones …?
¿Será lícito concluir con la idea de que la política en los EE. UU. es un producto exclusivamente mediático? Algo que resultaría muy triste en un mundo en el que se pregona la democracia y el valor de la libertad.