Si bien es cierto que existen criterios objetivos para calificar la calidad de una gestión gubernamental cualquiera (tanto la de una empresa como la de un municipio o una nación), también es cierto que resulta difícil aplicarlos al margen de las particularidades dadas por los contextos en los cuales se llevan a cabo.
Cuando se trata de la gestión del gobierno de un país, un contexto de singular importancia lo constituyen las particulares características generales del conglomerado de los gobernados; sus gustos y disgustos, sus preferencias o desapetencias; sus auténticas necesidades; su grado de cultura cívica y su manera de entender la situación general en la cual se encuentran y su situación particular en ese contexto… porque su juicio cuenta.
La consideración de la situación de contexto es de gran importancia porque el gobierno, sobre todo si se entiende a sí mismo como el vehículo para que la sociedad en su conjunto (el llamado “soberano”) se realice de la mejor manera, debe tener conciencia de a quién gobierna y cuáles son las auténticas expectativas de esos gobernados. Y saber distinguir, con mediana claridad, lo que dicta el mandato otorgado democráticamente a su particular propuesta partidista (el “programa” de su partido) y su auténtica viabilidad política. Aspecto que los desconocedores del verdadero arte de la política (en su más sana acepción) pueden criticar o calificar como “politiquería” o “embuste” pero que, en la práctica se debe entender como la práctica de lo posible, el ejercicio de lo real. Algo que se ubica en la esencia del ejercicio de la política.
Cuando me refiero a la necesidad de que un gobierno, al hacer, considere que la manera en que lo que haga sea vista de buena manera por parte de los gobernados aunque los criterios o gustos de ellos no sean, necesariamente, los que objetivamente sirvan para considerar “buena” la gestión, no estoy abogando por “prácticas populistas” y tampoco haciendo apología a la irresponsabilidad, a la banalidad o a la práctica del engaño.
Me explico mejor si subrayo que lo que escribo lo hago pensando en un gobierno como el actual y en la necesidad de que subsista la modalidad que está inaugurando como opción diferente a la que venía prevaleciendo (la continuidad, fundada en la corrupción y la mediocridad). Un planteamiento orientado al saneamiento de tres elementos indispensables, a saber: la consolidación de un modelo democrático real para la toma de las decisiones de trascendencia nacional; la reconstrucción de un modelo republicano operante (basado en la independencia de los tres poderes -Legislativo, Ejecutivo y Judicial, con énfasis en la restauración de un sistema de aplicación de la justicia que merezca la confianza de todos-); y la demostración de que sí es posible el funcionamiento de gobiernos nacionales diferentes a los anteriores: gobiernos de nueva generación que ejercen su mandato cada vez con más transparencia, eficacia y devoción por el bienestar general y no por el beneficio particular.
Modestamente y con el ánimo de contribuir al éxito de la alternativa que debe marcar el rumbo futuro y que no termine como un intento fallido que nos condene a esperar otros 70 años para que se perfile la posibilidad de una opción sana para el desarrollo nacional, me atrevo a formular algunos apuntes. Apuntes que no persiguen congraciarme con nadie si no que resumir ideas que están latentes en el ambiente y pienso son valederas y prácticas.
Se repite y se repite que la capacidad informativa y de comunicación del actual gobierno es muy deficiente; algo que, aunado al dicho popular de que “cuando el río suena, piedras trae”, bien debería inquietar a las autoridades.
Si bien es cierto que no se trata de alentar ni demagogia ni populismo, también lo es que “no basta con ser honrado, también hay que aparentarlo”. Y resulta patente que, al momento, no se ha logrado transmitir la sensación de movimiento y de liderazgo que es necesario saber trasladar al gran público. La población necesita sentir la diferencia entre esto nuevo y lo viejo anterior y experimentarla de manera que despierte su entusiasmo y la mueva a sentirse parte de lo que está sucediendo y a participar activamente en ello.
Es algo que debería llevarse a cabo de manera orquestada y que, lo que necesita, es iniciarse. Empezarlo de manera inteligente para hacer patente que el gobierno tiene capacidad e ingenio y sabe transmitir a la población consejos o instrucciones y movilizarla para que colabore de manera activa con el progreso nacional. Por ejemplo, sabiendo asumir prácticas de salud preventiva o adoptando rutinas básicas para contribuir a la seguridad ciudadana o sabiendo proteger las fuentes de agua para el consumo propio, el del ganado y el riego.
Se trata de un asunto que podría bien iniciarse movilizando capacidades que están instaladas, pero que no se utilizan de manera efectiva y eficiente para brindar orientación a la ciudadanía, como el caso del canal de televisión del gobierno que se podría orientar de manera poco costosa a la transmisión permanente, en horas fijas y en los momentos más oportunos -a las horas más adecuadas y en las épocas del año que lo demanden- de fórmulas clave para, por ejemplo, orientar a la mejor alimentación y uso de recursos que se pueden dar en los huertos para enriquecer las dietas; recomendar prácticas de salud preventiva; alertar sobre la entrada de las lluvias y lo que se debe hacer para proteger las viviendas y los sembrados; avisar sobre el inicio de la temporada de las rozas y ofrecer recomendaciones para realizarlas de manera segura; ilustrar sobre medidas que se deben adoptar para asegurar la viabilidad de los caminos; evitar el azolvamiento de causes de ríos y de drenajes. Distanciarse de la práctica consistente en dar sermones y contribuir con consejos prácticos.
Y, sumamente importante, atender a una necesidad sentida: ofrecer a la ciudadanía liderazgos claros y bien entendidos. Los ministros de Estado deberían asumir esa función. A estas alturas del partido, ya no puede resultar aceptable que la población desconozca los nombres de los ministros encargados de las carteras que más les afectan o interesan. Los ministros, cuanto menos, deberían saber comunicar de manera clara y contundente el contenido básico de las políticas públicas que les corresponde gestionar. Por algo se llaman “públicas”. No son para mantenerlas en secreto o guardadas en las gavetas. El público debe conocer el contenido de las políticas públicas y debe saber cómo participar activamente para fortalecer el alcance de sus objetivos.
Algo debe quedar siempre muy claro es que la construcción del país no es responsabilidad exclusiva de los gobiernos. La ciudadanía debe colaborar. Aunque, eso sí: las autoridades deben saber conducir, deben saber señalar el rumbo y deben saber orientar el comportamiento ciudadano en el sentido del progreso nacional. Eso es parte fundamental del ejercio de un liderazgo efectivo.