Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Siempre que se pretende crear algo con la razón, es conveniente iniciar su diseño a la luz de un ideal por alcanzar. Una Imagen-Objetivo que recoja todas las intenciones latentes y los propósitos que se persiguen.

Muchas veces, es conveniente que “el algo perseguido” no tenga nombre. La idea es mantener puro el ideal a construirse; y no contaminarlo con armatostes preconcebidos.

Una de las maneras más toscas de contaminar un ideal es no dejándolo emerger con la suficiente claridad. Y esto ocurre, generalmente, cuando lo que se emprende es la reforma de algo que ya existe: cuando lo que preexiste tiene aún tanto peso que se impone a la idea de su renovación.

Muchas veces, lo más práctico y aconsejable es reformar. Cuando, por ejemplo, lo que se pretende es dotar de modificaciones leves a algo ya construido que, en su esencia, continúa siendo figura ideal. Si lo que se pretende es caminar hacia algo mejor. Si lo que se persigue es perfeccionar.

Lo que no se aconseja es creer en el logro de algo nuevo a partir del esqueleto de lo que se desea dejar. Es por esa razón que resulta peligroso “reformar”; porque lo anquilosado fácilmente embelesa y engaña al que pretende crear algo nuevo y sano; porque los vestigios se plantan ante el renovador suplicando por permanecer, abogando por no extinguirse

Cuando no es el caso y lo a ser reformado se comporta de una forma dócil y amigable con lo nuevo, probablemente lo aconsejable sí sea reformar. De lo contrario, lo recomendable es atreverse a pensar, desde la abstracción de lo inexistente, en la construcción ilusionada.

Quizás es conveniente pensar en casos prácticos. Empezando por lo pequeñito. Evocando situaciones por las que muchos hemos pasado… Cuando, por ejemplo, nos encontramos ante una redacción propia que no nos satisface y que hemos estado tratando de “componer” infructuosamente tachando y recomponiendo… y nos encontramos con la sorpresa de que el texto que nos satisface fluye más hermoso y transparente si echamos a la papelera el que no nos gusta y, confiando en las ideas que tenemos en el corazón y en el cerebro, dejamos que fluyan de nuevo. Libres, sin obligarlas a desarrollarse por los sinuosos caminos marcados en el primer intento.

Pero, también, en casos intermedios como el del arquitecto a quien se le encomienda tomar unos planos realizados por otra persona, con estructuras ya calculadas, y transformar el diseño original en uno que, por ejemplo, tenga interiores más iluminados, más servicios sanitarios … porque servirá para albergar más personas, porque será construido en un paraje diferente, en un clima más soleado o más lluvioso … Y los casos mayores, como cuando a un legislador -legislador utópico, porque no puede ser solamente uno- se le encarga modificar la constitución, existente, de una república y dotarla de los “ajustes necesarios” para que sirva para el funcionamiento de una monarquía … Seguramente que estaremos de acuerdo en que lo más sano, lo más práctico y lo que promete más frutos será siempre el ejercicio intelectual a partir de “tabula rasa”. Un ejercicio que permita visionar cualquier construcción a partir de una clara conciencia de las auténticas necesidades que deben considerarse y de un libre vuelo de la imaginación y la creatividad.

La visión de “la Universidad” que necesita el país es una visión que debe estar. El país necesita contar con un grupo que la tenga, que la discuta, que la perfeccione y la mantenga fresca; como un tesoro en el ideario de lo que el país se merece y necesita.

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