Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Resulta curioso observar cómo en nuestro país, tanto los que por alguna razón se disponen a “querer ser líderes políticos” como el conglomerado o ciudadanía que los debe “consumir”, tienen una manera particular y extraña, de concebir el perfil de los oficiantes de ese oficio.

Pienso que sería interesante que alguna persona o institución con los créditos suficientes realizara una investigación sobre el tema y brindara al público una interpretación de lo que averigüe.

Un ejercicio de esa naturaleza, bien podría partir de dos preguntas básicas. Una de ellas (dirigida a jóvenes que se animen a confesar que les gustaría llegar a ser líderes o políticos reconocidos en el país) podría rezar: ¿Qué habilidades y destrezas piensa que le conviene desarrollar a usted personalmente para llegar a ser un buen líder político en Guatemala? Y, la otra, dirigida a la ciudadanía en general: ¿Qué habilidades y destrezas espera usted que tenga el líder político que usted espera para Guatemala?

Como simple espectador del derivar nacional, a mí me llama la atención varios aspectos. Por ejemplo, el que se refiere a la manera en que se piensa que deben “hablar” (y hasta gesticular) los líderes políticos. Pero, también, elementos que resulta más complicado articular, como el caso de la conciencia que se pueda esperar que ellos tengan o no tengan sobre el alcance y repercusión de los objetivos que pretenden liderar y, sobre todo, la coherencia de lo que hacen con lo que dicen que están diciendo …

Una manera de permitir una calificación de lo apropiado que puede ser un líder político, probablemente se facilite si se trata de hacer evidente la congruencia que debe existir entre sus dotes personales y el tipo de movimiento que deben liderar.

Para ello, un ejercicio somero podría consistir en repasar situaciones o movimientos tipo en los que los “líderes” deberían poder ejercer su oficio de manera efectiva. Y, a la luz, de las principales características de esos tipos de movimiento, intentar deducir las aptitudes y las destrezas que deberían tener sus conductores. Tengo la sensación de que los que se preparan para ser políticos, así como la muchedumbre que los quisiera votar, no logran realizan sus valoraciones bajo esa perspectiva.

Uno de los tipos de movimiento, por ejemplo, es el que se centra en la intención de actuar en contra de asuntos concretos y personalizables, como el caso de la intención de despojar del mando a un jefe pasajero que resultan intolerable a los subordinados porque no se comporta conforme a lo tradicionalmente establecido y esperado. Un ejemplo puede ser el caso de un motín en una embarcación; acción concreta que tiene como objetivo y persigue como resultado la remoción del jefe o encargado cuando la tripulación o personal a su directo cargo, lo considera injusto, arbitrario, violento, o que lleva mal el rumbo del navío…, por ejemplo. Son acciones que se fijan en los objetos concretos que están a la vista e incomodan; solo visualizan a los jefes o personas puntuales que ellos, como subordinados, adversan. Probablemente, el éxito de un caso como el de motín residirá, en buena medida, en una conducción que ofrezca comunicación inmediata y clara (¿el grito?) direccionando adecuadamente la acción de los amotinados hacia lugares y en los momentos justos; y que sus líderes sean personas sean ágiles, que sepan improvisar, que representen la fuerza y la decisión que las actividades físicas demandan y que cautiven a sus seguidores para efecto de emprender en frío acciones concretas y riesgosas…

Otro tipo de caso, podrían ser el que se da cuando lo que incomoda no es un individuo en particular, sino que el equipo, o la casta, o la clase que está ejerciendo el poder u originando la causa de inconformidad y de descontento. Ya no se trata solamente de los “miembros del equipo” sino que de todos los otros que están inconformes con el actuar de ese equipo. Es el caso especial en el que los esfuerzos se orientan a despojar de poder al “grupo” que lo ejerce, pero sin reflexionar o ponerle mayor atención a la estructura que sustenta el sistema que maneja. Es el caso especial en el cual aún se cree que el cambio de la naturaleza de los equipos o “tipo de gente” (¿) que están a cargo de la conducción, es suficiente. Ejemplo de ello podría ser el de la pretensión de cambiar el partido gobernante y conformarse con ello; algo próximo a aquella humorada consistente en decir que lo que habría que hacer para evolucionar como país es librar una guerra contra la potencia hegemónica, perderla, y dejarse gobernar por ella… con lo cual podría estarse dando un cambio de la raza y de la religión o fe que profesa el grupo dominante… -¡garantía de progreso!-.

Un último caso, estaría dado por aquellas situaciones en que el objeto del movimiento es el cambio del sistema imperante y sus estructuras fundamentales. Capricho (¿) o voluntad (¡) de los inconformes con el funcionamiento del grueso de las instituciones con las que tienen que lidiar. Es un caso que se ubica más allá del reemplazo de hombres en concreto por el de concepciones más abstractas; asunto que demandaría de los líderes políticos comprometidos algo más que solamente galillo y ardides para movilizar piquetes de humanos en momentos dados. Algo que resulta claro cuando se conoce que estas son empresas que requieren de largos períodos de tiempo para gestarse y, por ende, de liderazgos formados y presencia prolongada.

Repasado lo anterior, resulta evidente que en Guatemala aún nos encontramos en la era de creer que la lucha política y los líderes requeridos para guiar la nación son apenas los del tipo necesario para conducir motines. Razón por la cual, salvo raras excepciones, todavía pensamos en y esperamos como mesías a líderes que se puedan mover en barricadas y con capacidades circunscritas a saber movilizar voluntades y energías -pero sin mayor reflexión sobre el largo plazo- motivados por impulsos del momento y causas circunstanciales.

Esto todo, también, da lugar a que aquellos aspirantes a ser líderes y que son de carácter más flemático, se orienten a fungir como guías espirituales y consejeros en ética ciudadana… recitando (o “posteando”) pasajes bíblicos o de reconocidos pensadores (¿?); incapaces de generar ideas apropiadas a la idiosincrasia y coyuntura nacional, orientadas a la conducción serena de procesos a más largo plazo y de mayor profundidad. Ideas ubicadas más allá de aquellas limitadas a generar razones en el caso de motines, de sublevaciones o actos concretos de rebeldía.

Ejemplo de la eventual validez de mi inquietud, se puede apreciar con claridad en la actual situación política que atraviesa nuestra nación. Una vez terminada la contienda electoral, pese a lo delicado de la situación nacional, los que han navegado con el emblema de ser líderes políticos no se manifiestan; están ausentes por sí mismos y nadie reclama que se apresten a hacerlo (seguramente porque les falta arraigo, porque, realmente, no tienen seguidores y no representan nada…). No tienen opinión y, cuando se muestran, no hacen gala de ideas para conducir, de orientaciones para salir del atolladero (más que las que pueden emanar de personas hechas para conducir movimientos de poca monta). Los únicos que se hacen ver, de manera descollada -y esto debe subrayarse- son los movimientos liderados por los pueblos indígenas. Algo que sucede ante los ojos impávidos de una población ajena que no sabe entender del todo el fondo de su lógica, pero que debe admirar, necesariamente, su tesón y su forma organizada de actuar; y reconocer que son prácticamente la única manifestación organizada con apego a la idea y al valor que representa la dignidad.

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