Edmundo Enrique Vásquez Paz

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En octubre de 2022, escribí un artículo titulado “La indiferencia y el totalitarismo”. Lo hago hoy, nuevamente, ante la alarma que me causa cómo es que, no solo no aprendemos del pasado, sino que nos atrevemos a rebasar los linderos de la cordura al aplaudir lo inaceptable. Para entender lo que digo, es necesario conocer el contexto. Apuntaba en mi artículo:  

El pastor luterano alemán Martin Niemöller (1892-1984), en su Sermón de Semana Santa de 1946, hizo público un escrito que ha circulado por todo el mundo desde esa fecha y que sintetiza y revela lo terrible de “la indiferencia”. 

Niemöller, estuvo internado en los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau (1938-1945) por su posición antinazi. Fue testigo del acelerado y violento afianzamiento del totalitarismo en su país y lo vivió en carne propia. En su sermón, un año después de finalizada la Gran Guerra II, el pastor sintetiza de manera magistral la serie de pusilanimidades que se dieron y que, disfrazadas con argumentos que se refieren a egoísmos individuales o de pequeños grupos, marcaron el camino que permitió la entronización del totalitarismo. 

La historia y el destino realmente importante de la humanidad es el de los pueblos, el de las naciones, el de las civilizaciones, mucho más allá que el de los individuos que los integran. Y es -disculpen el uso del castellano preciso- una reverenda torpeza tratar de ignorar que, lo que afecta a otros no nos incumbe a nosotros. La parte toral del sermón de Niemöller está recogida en unos breves apuntes que constituyen el texto que trascendió a la opinión mundial (y que no necesariamente debe entenderse como una versión en verso, porque nunca lo fue):

“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio ya que yo no era comunista.

“Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio ya que yo no era socialdemócrata. 

“Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté ya que yo no era sindicalista.

“Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté ya que yo no era judío.

“Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.”

Reflexiono y escribo, pensando en “LA INDIFERENCIA” y la síntesis que el pastor Niemöller nos ofrece, porque siento cómo ese síndrome se va acentuando en Guatemala. Y esto es necesario advertirlo para advertir.

Si regresamos al texto del pastor Niemöller, debemos reconocer que la indiferencia nos hace cómplices. Y que la indiferencia es un familiar muy cercano a la cobardía.

Pero hoy, estamos ya traspasando linderos inaceptables. Con sorpresa observamos que, además de la cobardía -a secas-, existe también la imperdonable modalidad del que encuentra en la aplicación de las arbitrariedades y al amparo de la circunstancial fortaleza del que las aplica, la oportunidad de sancionar a los afectados con expresiones como que “¡Muy merecido se lo tienen!”

Muchos pensábamos que había cundido la consciencia de que existen Derechos que no se deben violar a nadie porque son inherentes al hombre. Derechos universales que se deben respetar siempre y para todos. Derechos que, si se consciente que se les violen hoy a otros, se está abriendo la posibilidad de que, en el futuro, nos los puedan violar a nosotros. El Derecho a la libre expresión del pensamiento, por ejemplo, así como el de defender lo que es propio.

Y me aterra empezar a escuchar comentarios irresponsables que se atreven a juzgar los pensamientos y a burlarse de los que los esgrimen y los defienden, antes que defender el derecho que se debe tener de poder manifestarlos. Una forma trastocada de argumentar, porque el asunto fundamental, en este momento, es la defensa del Derecho de pensar libremente y poder manifestarse. Claro está, guardando los límites que la ley preceptúa. 

En Guatemala, seguimos empecinados en concentrar nuestras energías en debatir sobre “posiciones” (como lo pueden ser las múltiples ideas que representan las inclinaciones y los intereses particulares de las personas y los grupos) y no las “necesidades” (como lo puede ser la necesidad que exista la auténtica y bien empleada libertad de expresión) ausentándonos, así, de la verdadera tarea que debemos realizar: la construcción del país que necesitamos.

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